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Daniel Martínez, CEO de Flamingos Vintage: "Los jóvenes aman la ropa usada porque aman lo sostenible"

El negocio de las prendas de segunda mano están más de moda que nunca

Flamingos Vintage Kilo, ropa de segunda mano.

Flamingos Vintage Kilo, ropa de segunda mano. / JOAN PUIG

Laura Estirado

Laura Estirado

Hace casi 20 años, cuando Daniel Martínez (Barcelona, 1984) empezó en el negocio no tuvo éxito. Demasiado visionario, se había adelantado varios años: "Me costó un poco vender ropa usada. Solo venía el que le gustaba la ropa vintage, el que había visto las tiendas de Londres o Berlín. En España el punto de inflexión fue la crisis económica de 2008, porque a gente dijo 'no es que quiera, es que no puedo comprarme ropa nueva'. Entonces sí que hubo un crecimiento muy contundente de tiendas de segunda mano de todo tipo, de donaciones, tipo Humana, y 'vintage'. Son negocios diferentes, y yo me dedico al segundo", aclara el CEO de las tiendas Flamingos Vintage (14 en Barcelona, 28 en el resto de España y Portugal, contando las franquicias, y otras tres en Texas, aunque antes de la pandemia llegó a tener una decena en EEUU, entre Nueva York, Los Ángeles, Miami y Texas).

"No me considero un pionero, pero sí que abrí el sector en España. Comercialicé el vintage como para que llegara a todo el mundo. Soy responsable de la expansión, de que hubiera en España decenas de tiendas bajo la misma marca y el mismo concepto de ropa, porque nosotros vendemos por kilos ropa procedente de EEUU. Y de eso yo fui el primero en hacerlo en España".

Un negocio de moda

Ahora Daniel Martínez está en la 'pole' de un negocio que está super de moda, sobre todo entre los más jóvenes, enamorados de todo lo vintage. "Hay un crecimiento del sector gracias a las nuevas generaciones, que son más conscientes", asegura. A su juicio, "ellos están más preocupados por el medio ambiente, por lo que contamina esta industria, el fast fashion, las condiciones de trabajo en los países donde se produce...". En resumen, "cuanta más ropa usada, menos fabricación habrá", sentencia, y avanza que las proyecciones de los especialistas hablan de que "en 2035 la ropa usada tendrá el doble de facturación que la nueva; y, para 2028, ya estarán igualadas".

Considera el empresario que el 'boom' de estos años "no va a ser una moda que se pase, como otras veces, que ha ido teniendo picos periódicos". Tiene claro que "lo 'vintage' ha venido para quedarse" y que "las nuevas generaciones aman la ropa usada porque significa reciclaje y sostenibilidad", valores que los 'millennials' y 'centennials' parecen traer integrados de serie.

EE.UU, meca 'vintage'

Cuando él era más joven, con 21 años, se fue a vivir a EEUU y allí aprendió los entresijos del negocio de la importación de la ropa usada y del 'vintage'. "Aquí, cuando donamos ropa es cuando está desgastada o tiene un agujerito... Pero el capitalismo en Norteamérica es brutal. Allí cada tres meses la gente se cambia el armario entero, aunque la ropa tenga aún las etiquetas", relata Martínez, que compra a empresas que reciben esas donaciones.

"Tengo un almacén propio en Houston (Texas). Allí la materia prima se procesa, se selecciona y se separa en categorías antes de enviarla a mi almacén de Barcelona. Este es el doble de grande, tiene 7.000 metros cuadrados y guarda 3 millones de kilos de ropa. Cada mes viajo allí y traemos 50.000 kilos de ropa", explica.

Montó su primera tienda, "pequeñísima", en Madrid. Pero ni esa ni las otras dos siguientes triunfaron. Hasta que en 2009 abrió el primer Flamingos Vintage Kilo en la calle Ferlandina, 20, de Barcelona. "Empezó a irme muy bien porque era algo muy innovador". Ahora en casi todos los locales de Martínez se vende al peso.

No hace mucho, en uno de ellos Ibai y Raw Alejandro encontraron algúna tesoro de coleccionista:

Icónico placete renacentista

No es al peso su penúltimo proyecto, en la emblemática Casa Gralla, uno de los tesoros arquitectónicos en pleno barrio Gòtic de Barcelona. En la calle Portaferrissa, 25, muy cerca de sus tiendas más populares, Martínez abrió en marzo el templo de la moda vintage, usada, también de marcas de 'streetwear' y emergentes y hasta con espacio para eventos y exposiciones de jóvenes artistas. Todo repartido en 700 metros cuadrados que acogen 10 espacios en dos plantas y una escalinata central de ¡WOW!.

"Había venido aquí de chaval, cuando eran las galerías Gralla Hall. Cuando cogí el edificio en 2019 estaba en ruinas. Las paredes del palacio renacentista donde se habían hospedado el príncipe de Viana o el rey Fernando el Católico, y que luego había sido reformado con suelos de madera y ricos techos artesonados, habían sido escondidas con pladur, ¡un crimen! Los últimos negocios que había albergado fue un Quicksilver", cuenta el nuevo propietario, orgulloso de su restauración, que ha respetado el patrimonio de un edificio emblemático para la ciudad, "historia viva de Barcelona".

El multiespacio cuenta con una extensa colección de prendas del siglo XX, desde sofisticados vestidos de la década de los años 30 hasta lentejuelas y floreados estampados de colores de los 70 y 80. También hay un 'showroom' de vestidos de novia de antes de los 50 y una preciosa selección de prendas de hasta 200 años de antigüedad, pertenecientes al mundo del teatro, la ópera y el circo, que están disponibles solo para alquilar.

No es exactamente lo que ahora los jóvenes consideran vintage. "Para ellos es toda la moda de los 2000, el Y2K, crop tops y tiro bajo. Un horror, personalmente lo odio, pero al final lo que manda es la gente", zanja el emprendedor, que este verano abre un jazzclub polivalente también en el corazón de la ciudad.