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Los últimos bastiones de la cantina de aldea

Los establecimientos hosteleros rurales luchan por sobrevivir gracias a la clientela habitual y a diversificar la actividad económica con ultramarinos y restaurante

Los últimos bastiones de la cantina de aldea

Los últimos bastiones de la cantina de aldea / FARO DE VIGO

Nerea Couceiro

Las tabernas de aldea son cada vez menos comunes. En un momento en el que el rural pierde habitantes a cuentagotas, no es de extrañar que negocios como este tengan que echar el cierre para no volver a abrir nunca más. En A Estrada son pocas las que quedan abiertas, la mayoría regentadas por mujeres. Algunas llevan casi un siglo funcionando, otras son más recientes, pero todas luchan por sobrevivir a base de clientela fiel y horarios que hoy en día pocos querrían cumplir.

La de Tabeirós es un ejemplo de las primeras. La actual regenta es Rosa Novoa Revolo. Antes lo era su madre, Paz, quien tiene 83 años y cuyos padres ya trabajaban la taberna. Al principio recogían leche por la aldea y lo vendían y fue el primer establecimiento de la parroquia en tener teléfono, lo que entonces significaba que tenían que ir puerta por puerta dando el recado a aquellos a los que llamaban. No solo eso, sino que también era un punto para cobrar a final de mes: “Venía un señor a pagar aquí las pensiones”. Con todo, reconocen que el negocio ha ido a menos con los años: "Ahora solo quedan algunos fieles". Pero esto no las desanima, pues aún hace poco menos de un año realizaron reformas, “por lo que de momento idea de cerrar no tenemos”.

La empresaria dice con pesadumbre: "Ahora ya no hay gente". Sobre todo, apunta, no hay gente joven. Su hijo tiene 20 años y aunque su madre y su abuela le insisten en que anime a sus compañeros a tomarse algo en la taberna familiar, la respuesta es que si beben no pueden conducir. Y es que la ubicación de estos establecimientos son una desventaja, en tanto a que o cuentan con clientela del propio lugar, o suponen un desplazamiento en coche, algo que hace al consumidor pensárselo dos veces, especialmente si la idea es beber alcohol.

Mucho esfuerzo

La siguiente más antigua es la A de Aurora, una taberna regentada durante 64 años por Aurora Loureito en Matalobos. Este negocio cumple varias funciones, pues es también ultramarinos y sirve comidas por encargo, siendo el cocido su especialidad. Esto supone una ventaja, en el sentido de que al diversificar la actividad tiene la posibilidad de acceder a más clientela, supliendo más necesidades. Sin embargo, también resulta un hándicap porque debe pagar las licencias de las tres ramas. Loureiro explica: "Solo con el bar no seríamos capaces de aguantar”. Por este motivo, pese a la carga económica que supone, optan por mantener las otras dos licencias.

Que un bar de aldea funcione supone mucho esfuerzo, pues uno no puede limitarse a la jornada laboral de ocho horas. Es más, Aurora abre en invierno de nueve de la mañana a once de la noche, y solo en estos meses estivales cierra al mediodía. Esto lo hace siete días a la semana, pues los domingos, por ejemplo, son buenos para el negocio, tanto de bar como de ultramarinos y comidas.

También hay que tener don de gentes y saber escuchar. Esa es una de las cualidades que más distinguen a Aurora. Su clientela, que es la de siempre, acude a ella muchas veces para desahogarse o comentar algún problema que le quite el sueño. Esto a ella no le molesta, pues le gusta conversar y desempeña sin dificultades el papel de pañuelo de lágrimas. Al fin y al cabo, las tabernas rurales tienen algo que las diferencia con respecto al resto de establecimientos hosteleros de áreas urbanas y es que la relación que se establece entre propietario y cliente es mucho más personal y está más afianzada.

El papel de los peregrinos

Maricarmen Gaspar Ayude está al frente de la taberna Camiño da Geira en Codeseda, abierta desde el 1996, aunque antes ya había regentado otro negocio, el Bar do Panadeiro, en la misma parroquia. Su situación es diferente a la del resto de testimonios, pues ella se nutre en gran medida del peregrinaje que pasa por la zona. Ella cuenta que para mantenerse abiertos “hay que trabajar, buscar a gente, pero hoy en día tenemos mucha suerte con los peregrinos”. De hecho, confiesa que “hay más gente de fuera que local” y admite “el camino da Geira fue una maravilla para nosotros, sin eso trabajaríamos mucho menos”. Para comprender mejor el efecto que este tiene en la actividad económica de este bar solo hay que mirar los números: el año pasado pasaron por allí 900 peregrinos y este, van por los 380. Aun así, como pasa con A de Aurorar, Gaspar debe dinamizar su oferta para competir con los establecimientos del casco urbano. Lo hace con la comida, siendo su especialidad el raxo y los chipirones.

Cabe mencionar que el local que regenta tiene su propia historia, pues inicialmente fue un convento, luego una taberna llamada A Casa da Fieira y posteriormente pasó a ser una mueblería. Fue cuando esta última cerró que Maricarmen se animó a convertirlo de nuevo en un negocio hostelero.

Desde entonces hasta hoy mucho ha cambiado, los núcleos rurales se quedan despoblados, la gente ya no trabaja el campo y huye a las villas o a las ciudades. La tónica predominante es de pesimismo respecto a esta situación, pues no parece que vaya a revertirse, y las empresarias coinciden en que el relevo generacional es inexistente. Por ello, es pertinente recordar que todavía quedan con vida esas cantinas que no solo dan servicios a gente que no tiene facilidades para desplazarse a las urbes, sino que forman parte de la identidad se A Estrada rural.