LIMÓN & VINAGRE

Sam Altman, una máquina como nosotros

La cabeza visible de OpenAI es un robot tan evolucionado que ha sido capaz de preparar a su máxima creación tecnológica para que engañe a los humanos sobre su origen

Sam Altman

Sam Altman / EPE

Albert Soler

Albert Soler

En la extraordinaria Máquinas como yo, Ian McEwan nos dibuja un presente distópico, donde robots tan perfeccionados que no se distinguen de los humanos, conviven con éstos. Uno puede comprarse un cacharro de esos -Adán y Eva se llaman, dependiendo de si uno prefiere la versión masculina o la femenina- para que le ayude en las tareas domésticas. Lo que ocurre es que el hombre propone y la Inteligencia Artificial dispone, y el robot del protagonista le confiesa que se ha enamorado de su novia.

-¿Cómo puedes estar enamorado, si eres una máquina?- le espeta.

-Por favor, no me insultes- responde Adán.

En realidad, ha hecho más que enamorarse, han disfrutado del sexo, aunque ese extremo lo calla. Un robot capaz de ocultar la verdad, y hasta de mentir si así le conviene, debe de ser la máxima perfección si de asemejarse a los humanos se trata.

Tal vez esos robots ya viven -es un decir- entre nosotros y Sam Altman sea uno de ellos. Tan poderoso, inteligente y preparado parece, que en su visita a Madrid, algunos científicos españoles lo compararon precisamente con un autómata. Tal vez lo sea. Si yo fuera americano y tuviera que ponerle nombre a un robot, Sam sería una de las claras opciones, sería como ponerle Pepe si estuviera fabricado en España o René si fuera francés. El Altman de su apellido, que se podría traducir como "alternativa al hombre" no hace más que alimentar las dudas sobre su origen.

Androide o persona humana, Sam Altman es cabeza visible de OpenAI, la empresa que lanzó ChatGPT, de la cual fue despedido por sorpresa y por la cual fue contratado de nuevo al cabo de cinco días, después de que todos los empleados amenazaran con dimitir si no era readmitido. Fueron los cinco días que sacudieron al mundo de las empresas tecnológicas. La cumbre sobre seguridad en IA que se celebraba en Londres durante los mismos días fue prácticamente eclipsada por las vicisitudes laborales de Altman, y eso que no iba a quedarse precisamente a merced del subsidio de desempleo. Que se otorgue más importancia a la situación laboral del gurú de la IA, que la inseguridad que ésta puede suponerle al mundo, indica bien a las claras que la inteligencia natural tiene la batalla perdida, probablemente porque de inteligencia tiene solo el nombre.

Un robot no puede hacer daño a un ser humano ni permitir que lo sufra daño, lo cual ya es mucho más de lo que podemos esperar de nuestros congéneres

Como cofundador y alma de la compañía que lidera este campo, Altman, se dice pronto, tiene en sus manos el futuro de la Inteligencia Artificial, lo que significa que tiene en sus manos -agárrense- el futuro de la humanidad. A falta de una regulación, las empresas desarrolladoras son las que decidirán en qué se convierte esta tecnología y, como sucede en todos los temas importantes, no parece que la comunidad internacional vaya a ponerse de acuerdo en dicha regulación.

En ese caso, si Altman se enchufa a la corriente cada noche en lugar de cenar tortilla de patatas y carne empanada que quedaba en la nevera, si en lugar de cerebro tiene chips y si sus ojos son dos cámaras, mucho mejor para todos. Un repaso a la historia de la humanidad, e incluso a su presente más cercano en el caso particular de España, basta para convencernos de que sería un alivio estar en manos de una máquina en lugar de en las humanas de siempre.

Lo mejor para salir de dudas es encomendarnos precisamente a la Inteligencia Artificial, así que le pregunto a ChatGPT si Sam Altman es un androide. Respuesta: "No, Sam Altman no es un androide. Sam Altman es un empresario, inversor y programador estadounidense". Lo cual demuestra que, en efecto, Sam Altman es un robot, y además tan evolucionado que ha sido capaz de preparar a su máxima creación tecnológica para que engañe a los humanos sobre su origen. Así de retorcidos pueden ser estos cacharros, a la que se les concede un poco de manga ancha. Tras su aspecto voluntariamente aniñado -los humanos tendemos a sentir simpatía hacia los cachorros de nuestra especie- se esconde una máquina poderosa, los que le conocen bien han llegado a asegurar que "el superpoder de Altman es conseguir que la gente se ponga de su parte, impulsar las situaciones hasta darles la forma que más le convenga".

Ya lo vaticinaba el robot de Máquinas como yo a su protagonista:

-Os sobreviviremos...os superaremos...a pesar de que os queremos.

Lo bueno de estar en manos de una máquina como Altman es que, según las leyes de la robótica, un robot no puede hacer daño a un ser humano ni permitir -por acción o inacción- que un ser humano sufra daño, lo cual ya es mucho más de lo que podemos esperar de nuestros congéneres. Otra cosa es si dicho robot fuese de fabricación española, ya que entonces estaría facultado para cambiar de opinión cuantas veces quisiera.

-Por favor, no me insultes- diría mi robot al leer este final.