BANDAS SONORAS

Quartet Records: el gran tesoro de la música de cine se esconde a dos pasos del Madrid de los Austrias

La discográfica madrileña, una de las grandes editoras de bandas sonoras del mundo, publica los álbumes de películas actuales como las de Bayona o Almodóvar, pero sobre todo rescata joyas olvidadas o perdidas para darles una nueva vida

Jose María Benítez, fundador de Quartet Records, en sus oficinas de Madrid.

Jose María Benítez, fundador de Quartet Records, en sus oficinas de Madrid. / ALBA VIGARAY

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

A pocos metros de Puerta de Toledo, en un rincón del centro de Madrid, un edificio anónimo y de aires industriales esconde un verdadero tesoro en forma de música de cine, aunque nada haga presagiarlo. La nueva oficina que Quartet Records abrió aquí hace unos meses tiene un aspecto discreto. Dan la primera pista los carteles colgados en sus paredes de clásicos como El largo adiós de Robert Altman (1973) o La máscara de la muerte roja de Roger Corman (1964), que conviven con portadas de vinilos de títulos más recientes como Madres paralelas (2021): la música de todas esas películas ha sido editada por esta discográfica.

Hay también estanterías llenas de CDs con todas las referencias del sello, que llega ya a los 550 títulos publicados. Pero nada transmite a la primera lo que Quartet Records es en realidad: una de las mejores editoras de música de cine del mundo. El referente discográfico de directores actuales como Juan Antonio Bayona, Pedro Almodóvar y de músicos como Alberto Iglesias, pero poseedora también de verdaderas joyas musicales del pasado que va rescatando con una dedicación arqueológica y con el trabajo exhaustivo y delicado de un cirujano.

Carteles de algunas de las pellícuas de las que Quartet Records ha editado sus bandas sonoras.

Carteles de algunas de las pellícuas de las que Quartet Records ha editado sus bandas sonoras. / ALBA VIGARAY

El de los aficionados a las bandas sonoras es un universo pequeño, apenas unos cuantos miles de personas repartidos por todo el mundo. Uno de esos aficionados es precisamente Bayona, que unos días antes de volar a Los Ángeles para asistir a unos Oscars que finalmente se le resistieron a La sociedad de la nieve, se pasó por esta oficina. “Hemos publicado todas sus películas desde El orfanato. Nos conocimos a través de Fernando Velázquez [colaborador de Quartert Records y compositor también de otras bandas sonoras del catalán como Lo imposible o Un monstruo viene a verme, esta última ganadora del Goya] y ya somos muy amigos. Cada vez que viene se compra todo, me dice ‘dame lo último que hayas sacado’”, explica José María Benítez, fundador del sello y apasionado de este arte antes que ejecutivo. La música de La sociedad de la nieve no es de Velázquez, sino del estadounidense Michael Giacchino, “pero también quiso que el disco lo hiciéramos nosotros”. Esa partitura se llevó el ‘cabezón’ de este año, algo ya bastante habitual en Quartet. “Ha habido años que hemos tenido las cuatro nominadas. El 2017, por ejemplo: Julieta, Un monstruo vino a verme, que ganó, El olivo y El hombre de las mil caras”.

A pesar de ese éxito, Benítez reconoce que ganar un Goya no afecta mucho a sus ventas. Un Almodóvar/Alberto Iglesias, por ejemplo, ya se vende antes de que se sepa si ha obtenido algún premio. Además, hay que tener en cuenta lo exiguo del mercado: una banda sonora con buena venta en CD o vinilo ronda las 3.000 copias en todo el mundo. Si son títulos españoles, todavía menos.

Es por eso que su pasión y la de sus cuatro compañeros en el sello se vuelca sobre todo en otro tipo de productos, en bandas sonoras míticas u olvidadas a cargo de los que han sido los grandes nombres de la música de cine, de los que apenas falta ninguno en su catálogo: Michel Legrand, John Barry, Ennio Morricone, George Delerue, Ryuichi Sakamoto, Jerry Goldsmith, Miklós Rozsa… Él mismo admite que le gusta más lo que se hacía antes que lo de ahora, aunque no se le despiste lo que se sigue produciendo dentro y fuera de España. Pero cuando se le escucha hablar con la pasión más sincera es cuando lo hace de algunas de las obras del pasado que han rescatado últimamente. Su trabajo consiste básicamente en investigar qué partituras están descatalogadas, cuando no directamente perdidas, y darles nueva vida, a veces con un delicado trabajo de restauración de por medio.

Reconstrucciones minuciosas

Un buen ejemplo reciente es el de Plan siniestro (Seance On A Wet Afternoon, 1964), un estupendo clásico de suspense de Bryan Forbes ambientado en el mundo del espiritismo con el que han tenido que hacer un trabajo complicado. “Todo lo que sacamos normalmente no está editado, pero sí que tenemos acceso a los masters originales [las cintas donde se grabó en su momento la banda sonora que sonaba en la película]. Pero hay casos en los que la grabación no existe, se ha perdido porque las cintas han ido pasando de un propietario a otro, se han tirado a la basura o se han reutilizado para grabar cosas encima… Y entonces hay que reconstruirlas”.

Un trabajo así ya lo habían hecho anteriormente con dos títulos de Bernard Hermann, el célebre compositor de soundtracks de películas de Hitchcock, regrabadas por la Orquesta de Euskadi bajo la batuta de Fernando Velázquez. Pero en ese caso existían las partituras, los manuscritos originales, “y así era más fácil: pasarlo a limpio, sacar las partes de orquesta… un trabajo más mecánico”. El de Plan siniestro es un caso distinto. “No había nada, los masters están perdidos o destruidos y no se puede acceder a las partituras de John Barry. Por alguna razón, la familia no lo permite. Así que la única forma es sacarlas de oído”. Es decir: ponerse la película, escucharla con atención y que un especialista vaya transcribiendo a partitura lo que escucha. Con las dificultades que eso tiene, porque hay momentos musicales que pueden estar tapados por diálogos y otros sonidos del filme.

Para hacerlo, Benítez llamó al compositor, orquestador y productor Leigh Phillips, uno de los grandes expertos en la materia. Además de un reputado profesional, el británico es, como él, un enfermo de las bandas sonoras. “Sabes que no va a dejar pasar esa nota que está ahí, en la película, imposible de escuchar. Él coge y piensa: ‘¿cómo hubiera escrito esto John Barry?’, y se fija en otras partituras suyas similares para sacarla…”.

Discos publicados por Quartet Records en la sede de la compañía en Madrid.

Discos publicados por Quartet Records en la sede de la compañía en Madrid. / ALBA VIGARAY

Después de reescribirla, Phillips vino a España para producir la grabación. Se quedó muy impresionado con los músicos, cuenta Benítez, esta vez la Orquesta de Córdoba con Fernando Velázquez al mando. “Era una grabación complicada porque en Seance son 12 o 13 músicos nada más, pero había que grabar por secciones para conseguir ese célebre ‘Barry sound’, que es muy particular. ¿Por qué en el caso de Memorias de África no suenan igual la grabación original y otras con orquestas incluso mejores? Pues porque él tenía su propia técnica de grabación. Por ejemplo, no colocaba juntos los violines y las violas, sino que las violas las movía al lado de los chelos para que tuvieran otro eco. Tenía su forma de producir”. Y eso fue lo que reprodujeron para este disco doble, que además de la partitura de esa película incluye otras más breves que Barry hizo para tres telefilmes de época de Katherine Hepburn y para una versión de Casa de muñecas de Ibsen protagonizada por Claire Bloom y Anthony Hopkins.

Afición infantil

La afición es el elemento definitivo en esta historia. Y en el caso de José María Benítez esta es una que nace muy pronto, cuando es un niño aficionado a las películas y los dibujos animados que casi se fija más en lo que suena que en lo que se ve en la pantalla. “Me encantaban los dibujos de La Pantera Rosa, pero quería la música de La Pantera Rosa. O de D’Artacán o de Willy Fog: Me gustaban mucho las canciones y mis padres en navidades me regalaban la cinta o el disco -recuerda-. Luego, ya adolescente, entré en este mundo con las bandas sonoras de James Bond. Para mi generación la entrada a la música de cine eran las de Star Wars, pero yo esas las vi más mayor, y además en aquella época John Williams estaba muy presente, y cuando tienes esa edad te quieres diferenciar, hacer ver que sabes más… [risas]”.

En aquella época, primeros noventa, en Madrid había una zona, en torno a la calle de la Luna, con varias tiendas dedicadas a la música de cine, algo impensable hoy en día. La más grande se llamaba Cinescore y allí se gastaba todo el dinero que sacaba de cumpleaños y navidades. La pasión y la curiosidad le llevaron a escribir muy pronto en fanzines y revistas especializados. Descubrió entonces que a la música de cine española nadie le hacía caso. “No había casi nada editado. Recuerdo un LP de El caballero del dragón [una olvidada película de fantasía de Fernando Colomo de 1985 con Klaus Kinski, Harvey Keitel y Miguel Bosé como protagonistas y banda sonora de José Nieto] y uno de tres películas de Almodóvar con música de Bernardo Bonezzi”.

Vinilos de bandas sonoras de la colección personal de José María Benítez.

Vinilos de bandas sonoras de la colección personal de José María Benítez. / ALBA VIGARAY

Las revistas le sirvieron para contactar con Nieto y con Bonezzi para hacerles unas entrevistas. Los dos accedieron, y con Bernardo nació una amistad. A los dos les pidió que le grabaran en casetes cosas suyas no editadas. También por entonces conoció a Alberto Iglesias. “Ví Vacas, de Medem, y la música me impresionó mucho. Al salir del cine Alphaville me fui a una tienda de discos que había al lado, Toni Martin, y me compré el disco. Pedí su teléfono al Ministerio de Cultura, quedé con él y nos fuimos haciendo amigos”.

A pesar de su juventud, convenció a un sello que se llamaba Vinilo y también a BMG Ariola de editar algunas bandas sonoras españolas. “Por puro placer. Ni cobraba ni nada. Conseguí que me dejaran sacar Todos los hombres sois iguales (1994), Días contados (1994), un par de Bernardo y Una casa en las afueras (1995) de Alberto Iglesias. Pero no quisieron continuar. Era deficitario”. Ahí fue cuando cometió esa primera locura de montar un sello propio, en 1997 y con apenas 22 años. “Saqué algunas cosas. Los compositores estaban encantados, pero fue una ruina total”. Otra compañía madrileña, Karonte, le ofreció distribuir sus discos, pero él les cedió la compañía a cambio de que le pagaran por la producción. Durante unos años fue el A&R de la música de cine del sello, produciendo un centenar de discos de autores como Alberto Iglesias, Carles Cases, Ángel Illarramendi, Roque Baños

El nacimiento de Quartet

De aquello también acabó cansado, y después de dedicarse a otras cosas, decidió que si volvía al mundo discográfico lo haría exactamente como a él le gustaba. Y así montó en 2011 Quartet Records. “En realidad no inventé nada. Era un sello que trababa de recoger lo que otros sellos como Intrada o La-La Land Records habían empezado a hacer en EEUU, proyectos montados por gente como yo, jóvenes muy freakies de las bandas sonoras, intentando editar todo lo que no estaba editado”. Un cambio importante fue la creación de la ‘edición limitada’. “Antes, la federación de músicos te cobraba una fortuna por reutilizar la música que estaba en las películas. Pero con las ediciones limitadas podías llegar hasta un número de 3.000 copias donde la tarifa era bastante más barata. Y tampoco había más de 3.000 personas en el mundo que fueran a comprarlas… Así que era perfecto”. Tomó una decisión: no se ceñiría al mercado español y publicaría también música de Italia, de Francia o de EEUU y la vendería en todo el mundo. Lo que podía haber salido mal, salió bien.

Benítez, delante de su mesa de trabajo en las oficinas de Quartet Records.

Benítez, delante de su mesa de trabajo en las oficinas de Quartet Records. / ALBA VIGARAY

El primer disco de Quartet fue un doble CD con la banda sonora de Con los ojos cerrados (The Happy Ending, 1969), el drama de Richard Brooks con una increíble banda sonora de Michel Legrand. Descatalogado, una copia en Discogs alcanza hoy casi los 200 euros. Benítez lo tiene claro. “Si edito música de cine es porque, primero, soy coleccionista. Y he creado esto en base a lo que yo sé”. Por eso se gasta un dinero que a veces no rentabiliza en recuperar creaciones de ídolos como los citados Legrand y Barry. O por eso se ha pasado casi siete años esperando para poder publicar la de Frenesí (1972), la película de Hitchcok, para lo que no obtenían permisos por parte del Hitchcock State, que manda en los derechos del célebre mago del suspense. Uno de sus últimos títulos, el doble vinilo con la música que hizo el recientemente fallecido Ryuichi Sakamoto para la Cumbres borrascosas de 1992, con Ralph Fiennes y Juliette Binoche como protagonistas, ha sido un gran éxito en Japón. Además de bandas sonoras, también está editando algunos discos con el trabajo que no es para cine de compositores como Velázquez, Iglesias o el francés, afincado en San Sebastián, Pascal Gaigne.

La premisa principal del trabajo que hacen en Quartet Records es la calidad, y por eso todos sus discos, CDs o vinilos, se producen en Alemania, Francia o República Checa. “Si el producto lo tienes que vender tres euros más caro, lo haces. Al que lo va a comprar no le va a importar”, sostiene. Antes de estar terminadas, sus producciones recorren el mundo. Si quiere reeditar una banda sonora estadounidense, por ejemplo, tiene que negociar con la productora de la película y con la titular de los derechos americanos, encargar que transfieran las cintas a digital allí y enviar esos archivos a Australia, donde su ingeniero de cabecera, Chris Malone, “otro freakie de esto”, coteja las grabaciones, analiza las calidades y se ocupa de toda la restauración y masterización. “Ha hecho cosas increíbles con materiales que eran para tirar a la basura.”

Al final, la labor que desempeñan Benítez y su compañía mezcla la investigación y la aventura, persiguiendo tesoros por medio mundo, con la dedicación meticulosa del taller de restauración de un gran museo. Solo así se consigue devolver la vida y el brillo a un sector de la música que a menudo cae en el olvido, opacado por el resto de elementos de una película, pero que tantas obras maestras ha dejado -y sigue dejando- como legado.