MÚSICA

Muere a los 71 años el compositor japonés Ryuichi Sakamoto

Sakamoto fue uno de los creadores japoneses más internacionales de su tiempo, un gran experimentador que revolucionó el pop y la música de concierto y que compuso importantes bandas sonoras

Fue el autor de la partitura de la película de Almodóvar 'Tacones lejanos' y de la música que inauguró los Juegos Olímpicos de barcelona 92

Ryuichi Sakamoto.

Ryuichi Sakamoto. / FABRIZIO BENSCH

Jacobo de Arce

Jacobo de Arce

El compositor japonés Ryuchi Sakamoto, uno de los grandes visionarios de la música de las últimas décadas, experimentador en diversos estilos y autor de bandas sonoras inolvidables, falleció el pasado 28 de marzo a los 71 años, según comunicaron sus representantes este domingo. La muerte del artista era una noticia, desafortunadamente, esperada. Él mismo había contado recientemente que padecía un cáncer colorectal en un estado muy avanzado que solamente podía desembocar en la muerte, y a este proceso dedicó su último trabajo discográfico, 12, publicado hace un par de meses y una especie de diario musical de esta última etapa de su vida en el que fue plasmando sus diferentes estados de ánimo.

"Mientras se encontraba en tratamiento para el cáncer descubierto en junio de 2020, Sakamoto siguió creando trabajos siempre que su salud lo permitía. Vivió con la música hasta el final", ha señalado su agencia, commmons, en el comunicado con el que ha hecho pública su muerte en Twitter.

Formado como pianista con un pie en la tradición japonesa y con otro en la música clásica, con Debussy y Ravel como principales referentes, Sakamoto fue uno de los fundadores a finales de los años 70 de la Yellow Magic Orchestra, formación que abrió nuevos caminos al pop y que está en el origen de diversos estilos de la música electrónica. En 1978 publicó su primer disco en solitario, Thousand Knives of Ryuchi Sakamoto, donde ahondaba en la música tradicional de su país y continuaba experimentando con la electrónica mientras abría la puerta al que habría de ser el estilo por el que acabaría siendo más reconocido, el minimalismo que después desplegaría en un sinfín de composiciones de aroma neoclásico y también en las bandas sonoras que acabarían por convertirlo en un compositor de fama mundial. Por la de El último emperador (1987) se hizo con un Oscar, y para Pedro Almodóvar escribió la partitura de Tacones lejanos (1991), aunque ninguno de los dos quedó satisfecho con su trabajo.

En 1992, Sakamoto compuso una pieza, El mar Mediterrani, para la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Colaboró con músicos de estilos y procedencias variadas como Caetano Veloso, Iggy Pop, Youssou N’Dour o Bill Laswell. Con otro gran innovador musical, David Bowie, coincidió en el rodaje de Feliz Navidad Mr Lawrence, una de las películas en las que Sakamoto también se desempeñó como actor. Años más tarde se arrepentiría de no haber fomentando más la amistad con él. También hizo la música de diferentes videojuegos o diseñó tonos de llamada para móviles, y fue un artista comprometido en el activismo antinuclear, sobre todo a raíz del desastre de Fukushima en 2011, y contra las leyes que defienden el copyright.

Tradición y tecnopop

Nacido en Tokio en 1952, hijo de un editor literario y de una diseñadora de sombreros, Sakamoto se matriculó en la Universidad de Bellas Artes y Música de su ciudad a principios de los años 70, estudiando etnomusicología y con un especial interés en la música japonesa y en la música electrónica, que por entonces daba sus primeros pasos. Investigó en las tradiciones musicales de diversos rincones del mundo, de África a la India, mientras experimentaba con los diversos sintetizadores que iban apareciendo en el mercado, y fue también seducido por la música clásica, esencialmente Bach y los impresionistas franceses, una de las huellas que más evidentes serían en su desempeño posterior como pianista y en su música de concierto.

Tras haber trabajado con ellos como músico de sesión, en 1978 formó junto a Haruomi Hosono and Yukihiro Takahashi el trío Yellow Magic Orchestra (YMO), una formación que instigaría una enorme revolución en la música pop, pionera de géneros como el electropop y el tecnopop pero que también tuvo su influencia en otros como el ambient y el house. Él fue el compositior principal de la banda, en la que también tocaba los teclados y ocasionalmente cantaba. Enfundados en trajes de cuello Mao de colores chillones y con una estética futurista, su éxito internacional fue enorme. Quincy Jones se convirtió en su padrino americano y algunos sus hits fueron versionados por las grandes estrellas del momento, como hizo Michael Jackson con Behind The Mask. Pero a Sakamoto no le gustaba a estar bajo los focos.

En paralelo a su desempeño en la colorista YMO, Sakamoto empezó a cultivar una faceta más depurada y alejada del pop con su carrera en solitario. En su debut solo, Thousand Knives of Ryuichi Sakamoto (1978), su aproximación a la música electrónica tenía un punto más experimental, y ya aperecían temas, como Grasshoppers, donde su piano se quedaba prácticamente solo y recogía la herencia de su formación clasica y su afición por el minimalismo que llegaba de EEUU y que tan bien encajaba con la tradición musical japonesa. En esa época publicó también el que quizá fue su álbum más rompedor, B-2 Unit (1980), del que el tema Riot in Lagos es considerado como uno de los padres del electro-funk y cuya sombra se puede detectar también en una música que empezaba a dar sus primeros pasos por entonces, el hip hop. Eran los tiempos en que Sakamoto formaba parte de una cierta élite internacional de experimentadores entre la que también estaban David Sylvian, King Crimson o Talking Heads. Con todos ellos colaboró.

Componer para la pantalla

En 1983, el director Nagisha Oshima llamó a Sakamoto para que hiciera la banda sonora y actuase en su película Feliz Navidad Mr. Lawrence, una cinta ambientada en un campo de prisioneros japonés durante la Guerra del Pacífico que iba a protagonizar David Bowie. La película tuvo un éxito relativo, pero lo más perdurable de ella sigue siendo su excepcional tema principal, una mezcla perfecta de sintetizadores, orquesta e instrumentos tradicionales japoneses. Por aquella partitura el compositor se hizo con el Bafta a la mejor banda sonora.

Sakamoto ya nunca abandonaría el cine. Con El último emperador, además de conseguir un Oscar a tercias con David Byrne y Cong Su, coautores de la banda sonora, comenzó una colaboración con el director Bernardo Bertolucci que le llevó a firmar también las de El pequeño Buda y El cielo protector. Para Pedro Almodóvar firmó la de Tacones lejanos, que no es una de sus obras más memorables y que no convenció ni al director ni al músico. Este afirmaría años más tarde que se arrepentía de cómo la había planteado. "No pude satisfacerle porque mi música no capturó el espíritu de España y de Madrid lo suficiente -declaraba en una entrevista con El Periódico de Catalunya en 2017-. Por eso él sustituyó la pieza introductoria que yo había compuesto por Sketches from Spain, de Miles Davis. No me quejo. Él tenía razón".

Otros títulos para los que compuso la música fueron la miniserie Wild Palms de Oliver Stone o Snake Eyes de Brian de Palma. Aunque no hizo su banda sonora, Babel, de Alejandro González Iñárritu, se cerraba con una versión de una de sus composiciones más célebres, Bibo No Aozora. En los últimos años y a pesar de su enfermedad no dejó de trabajar para películas y series como Black Mirror, Proxima o Beckett.

En su trabajo fuera de la pantalla destacan álbumes como Beauty (1989), que combina pop y traidición japonesa y en el que colaboraron artistas como Robert Wyatt o Brian Wilson, de los Beach Boys, o 1996, publicado en ese año y en el que recogía piezas ya editadas que aquí se interpretaban tan solo con piano, violín y cello. Ese disco es quizá el mejor destilado de lo que hoy en día se entiende por el 'sonido Sakamoto': música contemporánea asequible para todos los oídos, depurada y minimalista, con una fuerte apuesta por unas melodías que el compositor a menudo conseguía hacer perdurables. En 2001, el álbum Casa, ejecutado con Jacques y Paula Morelenbaum, selló la estrecha relación de Sakamoto con la música brasileña y su admiración por Antonio Carlos Jobim, compositor de La chica de Ipanema y uno de los grandes gigantes musicales del siglo XX. Vrioon (2004), compuesto a cuatro manos con Alva Noto, expandió su obra por el terreno de la electrónica experimental, que seguiría explorando en trabajos posteriores.

La ópera fue otro terreno que no quedó sin probar para el creador nipón. Hace apenas dos años estrenaba Time, una obra muy influida por la relación entre el ser humano y la naturaleza y por el cambio climático realizada en colaboración con el artista visual Shiro Takatani, con el que ya había trabajado en otra ópera anterior, Life (1999).

Diario de la enfermedad

Activo hasta el final de sus días -en diciembre todavía actuó en directo en Tokio-,12, el último de sus álbumes, publicado hace solo unas semanas, ha sido esa especie de diario de su enfermedad en el que Sakamoto había venido trabajando desde que supo que padecía un cáncer colorectal sin posibilidad de cura. Un disco que combina ambient y piano solo mientras escuchamos a ratos la respiración del músico, donde las canciones están colocadas en orden cronológico y retratan el período que siguió a su entrada en el quirófano, cuando el compositor se tuvo que acostumbrar a vivir con el dolor y la desesperanza. "Solo quería recibir una ducha de sonido -dijo de él al publicarse-. Tenía la sensación de que tendría un pequeño efecto curativo sobre mis dañados cuerpo y alma". El resultado fue un disco bañado por la melancolía y la memoria, pero que no se deja engullir por la tragedia. Un paso sereno y consciente hacia la muerte.

Ryuichi Sakamoto ya había padecido hace unos años otro cáncer, en este caso de laringe, del que se había recuperado, y del que daba cuenta en un documental sobre su carrera, Coda, que se puede ver en Filmin. Artista de carácter reservado y extremadamente perfeccionista, hace unos años se hizo célebre la anécdota de que, disgustado por la música que sonaba de fondo en su restaurante japonés favorito de Nueva York, donde vivía, se ofreció a hacer una lista de reproducción que armonizase con su oferta culinaria. El exquisito autor de bandas sonoras, el artista que puso música a una cierta concepción de la modernidad siempre a caballo entre la tradición y la vanguardia, no podía evitar hacerlo hasta para el más profano de los espacios que frecuentaba.