LA ESPAÑA VACÍA DE ANTES

Pueblos de colonización: el experimento para resucitar el campo tras la Guerra Civil

Una exposición y un libro recuperan la memoria de estos proyectos demográficos y de sus habitantes, agricultores que, en lo peor de la postguerra, contribuyeron a paliar el hambre de los españoles

Viviendas terminadas en Gévora (Badajoz). S/f. Arquitecto: Carlos Arniches.

Viviendas terminadas en Gévora (Badajoz). S/f. Arquitecto: Carlos Arniches. / Archivo MAGRAMA

En octubre de 1939, apenas unos meses después de finalizar la Guerra Civil, se constituyó el Instituto Nacional de Colonización (INC). El objetivo no era tanto reconstruir los pueblos devastados por las bombas, sino la creación ex nihilo de nuevos núcleos rurales que serían poblados por colonos. A cambio de vivienda, tierras y animales de tiro, esos hombres y mujeres se obligaban a cultivar los campos y aportar parte de lo recogido al Estado para, con el tiempo, obtener títulos de propiedad sobre esas tierras.

"Una de las razones por las que este programa se puso en marcha tan rápido fue porque la idea de los pueblos de colonización no la inventó Franco. Era un programa heredero de la reforma agraria propuesta por la Segunda República, cuyos criterios eran muy diferentes. Para empezar, proponía un reparto más equitativo de las tierras, cosa que fue revertida por el Régimen para que los que salieran beneficiados fueran los grandes latifundistas. A esos propietarios se les pagaron muy bien tierras improductivas y se les proporcionó regadío en las tierras mejores; las que eran peores fueron las que se destinaron a los colonos", explica Ana Amado, comisaria, junto a Andrés Patiño, de Pueblos de Colonización. Miradas a un paisaje inventado. Esta exposición, que permanecerá en el Museo ICO de Madrid hasta el 12 de mayo, coincide en el tiempo con el lanzamiento en Alianza Editorial de Paisaje nacional, el más reciente libro de Millanes Rivas, en el que el escritor extremeño aborda un tema que, hasta la fecha, no ha sido habitual en la literatura española.

"Tradicionalmente el interés se ha centrado en los pueblos sacrificados para construir los grandes embalses, en las historias personales de aquellas gentes que abandonaron de manera forzosa los pueblos fantasmagóricos que quedaron sumergidos bajo el agua, pero no se había tratado la reorganización territorial de estas zonas y su resultado, que serían estos nuevos pueblos de colonización", explica Rivas, que destaca cómo solo recientemente se ha empezado a "apreciar la particularidad de estos núcleos de población, que a diferencia de otros pueblos, no tienen unas tradiciones y unos cultos propios, sino que se van a empezar a desarrollar cuando se empiezan a habitar, a mediados del siglo XX".

Embalse de La Sotonera, una de las obras hidráulicas ligadas a estos proyectos. Huesca. 2023.

Embalse de La Sotonera, una de las obras hidráulicas ligadas a estos proyectos. Huesca. 2023. / Ana Amado y Andrés Patiño

No obstante, la razón que ha llevado a Rivas a abordar el tema de los pueblos de colonización no ha sido llegar el primero a un tema sin trillar en el campo editorial, sino compartir a través de la ficción sus vivencias familiares.

"Paisaje nacional lleva fraguándose muchos años porque mis abuelas, mis abuelos, fueron colonas. Mi familia ha estado siempre vinculada a las tierras que venían incluidas en el lote que se les concedió. Sobre los terrenos del pueblo del que yo vengo, Moraleja, se construyó Vegaviana, que es uno de los ejemplos más característicos de la arquitectura racionalista del INC. Ahí se aprecia muy bien toda esa vinculación entre el trabajo de los arquitectos, que era gente muy joven y muy interesada por las corrientes de arte contemporáneo, y la relación con la naturaleza y el paisaje".

Vegaviana (Cáceres), ca. 1958. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel.

Vegaviana (Cáceres), ca. 1958. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel. / Herederos de Joaquín del Palacio

Arquitectura experimental

Los pueblos de colonización buscaban promover la agricultura y detener el éxodo del campo a las grandes ciudades. Por esa razón, la práctica totalidad de los trescientos pueblos de colonización se construyeron en Extremadura y Andalucía, siempre en torno a las cuencas hidrográficas para facilitar así la construcción de embalses y canalizaciones que convirtieron en regadíos tierras baldías o improductivas.

Estos proyectos fueron utilizados para incentivar la nueva arquitectura española, la experimentación y criterios por entonces tan poco frecuentes como la sostenibilidad o las ciudades 'de los quince minutos'"

Asimismo, si bien en un primer momento la inspiración de los pueblos de colonización fue la arquitectura historicista vinculada a esa ideología imperial tan propia del franquismo, a partir de la década de 1950, estos proyectos fueron utilizados para incentivar la nueva arquitectura española caracterizada por la experimentación y criterios hoy tan habituales, pero por entonces tan poco frecuentes, como la sostenibilidad o las ciudades "de los quince minutos".

"Muchos de los pueblos fueron diseñados por algunas de las figuras clave de la arquitectura española como Alejandro de la Sota, Fernando de Terán, Antonio Fernández Alba, Carlos Sobrini o José Luis Fernández del Amo, creador de algunos de los pueblos más sorprendentes y en los que utilizó criterios como la sostenibilidad, el higienismo o la separación de circulaciones. Eran pueblos con un diseño integral, concebidos como células autosuficientes y que, aunque eran todos diferentes, tenían un programa común", recuerda Ana Amado, que detalla algunas de esas necesidades: "Por ejemplo, que hubiera zonas comunes porque iban a ser habitados por personas procedentes de lugares diferentes, que no se conocían entre sí y que debían crear una comunidad lo más rápido posible porque, cuanto mejor funcionasen, más productivos serían. También era importante la distancia entre la casa y la parcela en la que estos campesinos iban a trabajar sin descanso. De hecho existía el llamado 'módulo carro', que era la distancia máxima que debía haber entre la casa y la parcela para evitar que se perdiera mucho el tiempo en el trayecto".

Conjunto de viviendas en Esquivel (Sevilla), ca. 1952. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel.

Conjunto de viviendas en Esquivel (Sevilla), ca. 1952. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel. / Herederos de Joaquín del Palacio

Del mismo modo que los pueblos de colonización se diseñaron en despachos y estudios de arquitectos, la selección de sus habitantes respondió a un proceso artificial en el que tuvo un gran peso el nacionalcatolicismo, el resultado de la Guerra Civil y la represión desplegada por las autoridades franquistas durante la postguerra.

"El INC fue la opción que el franquismo encontró para solucionar la situación del campo dentro de su marco ideológico, en el que la familia se entendía de una manera muy tradicional. Por eso, los requisitos que había que cumplir eran ser un hombre sano, preferiblemente conocedor de las labores del campo, que estuviera casado, que tuviera descendencia, mejor si eran varones, etcétera; en definitiva, un hombre que pudiera producir y heredar", explica Millanes Rivas que, en algunos fragmentos de Paisaje nacional, reproduce los expedientes de solicitud que debían cumplimentar los colonos.

"Los documentos que aparecen están rescatados de archivos públicos, pero también hay este juego de poner en valor las notas personales recogidas de las conversaciones con mi abuela, que son documentos igual de válidos para entender lo que fueron los pueblos de colonización, construidos en esta relación de intereses entre el Estado y la colonia. Lo que me interesaba con estos documentos era poner sobre la mesa que para poder acceder a la tierra, en este caso, o a cualquier otro bien, si es mediante las instituciones, solo podrás hacerlo si eres un sujeto válido para el Estado. En Paisaje nacional es muy llamativo leer las directrices a las que está sujeto el hombre, que es el adjudicatario, y aunque los requisitos que definen al ciudadano válido han variado en las últimas décadas, no dejan de ser directrices de premio y discriminación".

Entre otros requisitos se exigía saber leer y escribir, ser mayor de 23 años y menor de 50, ser casado o viudo siempre que se tuviera hijos, no sufrir enfermedades hereditarias y tener una moralidad y una conducta aceptables. Este último punto debía certificarse con un informe firmado por el cura párroco del lugar de residencia de peticionario, con otro de afección al Movimiento firmado por la Jefatura Local de FET y de las JONS y con un tercero de la Guardia Civil o la alcaldía.

Todos los miembros de la familia trabajaban de sol a sol de lunes a domingo. De hecho, aunque en los pueblos había escuela, los niños iban muy poco porque tenían que ayudar en el campo"

Ana Amado

— Comisaria de la exposición 'Pueblos de Colonización. Miradas a un paisaje inventado'

"Cuando revisamos esas circulares vimos que, en algunos casos, había una especie de lista B con nombres de personas que tenían algún asterisco. Se trataba de solicitantes que podían no haber tenido un pasado intachable para el franquismo, pero a los que el Régimen les daba una oportunidad. En todo caso esas eran las excepciones. La norma era no tener un pasado y ser familia numerosa porque, en las peores épocas, antes de que llegase la inversión estadounidense, todos los miembros de la familia trabajaban de sol a sol de lunes a domingo. De hecho, aunque en los pueblos había escuela, los niños iban muy poco porque tenían que ayudar en el campo. Los colonos fueron gentes a las que no les regalaron nada y eso era una de las cosas que queríamos que fuera contada en la exposición», reconoce Ana Amado.

La comisaria destaca además cómo el tema de los pueblos de colonización ha estado siempre lleno de inexactitudes. "Encima de pertenecer a un programa que ha sido invisibilizado y olvidado porque se desarrolló durante el franquismo, la realidad de esas personas siempre estuvo rodeada de falacias. No fueron, como se dijo, 'los colonos de Franco', sino personas a las que se les dio una oportunidad y la aprovecharon, pero solo para sacar adelante a sus familias trabajando mucho. Las tierras se les prestaban sin ningún tipo de garantía jurídica, no podían cultivar lo que quisieran, sino lo que les obligaba el Estado y, después de superar los cinco años de tutela, que eran años que estaban a prueba, tuvieron que esperar cuarenta más para amortizar el préstamo y hacerse propietarios de la casa y la parcela".

'Paisaje nacional', de Millanes Rivas

'Paisaje nacional', de Millanes Rivas / Alianza Editorial

Los pueblos hoy

Con la llegada de la democracia y la constitución de las Comunidades Autónomas, los colonos pudieron finalmente regularizar su situación y cambiar su usufructo vitalicio por títulos de propiedad garantizados por sus correspondientes escrituras. Esta nueva situación provocó cambios en la realidad de los pueblos de colonización. En Paisaje nacional, por ejemplo, Millanes Rivas relata cómo después de ser abandonado, El Álamo es ocupado por un grupo de personas que acaban siendo desalojadas violentamente por los cuerpos y fuerzas de la seguridad del Estado. Una escena que, como relata Ana Amado, no ha sido frecuente en la realidad.

A futuro, proyecto que el legado del INC y sus pueblos se van a convertir en una especie de bien de interés turístico"

Millanes Rivas

— Escritor, autor de 'Paisaje nacional'

"Aunque no podemos decir cómo ha evolucionado todo el programa, los pueblos que hemos visitado los hemos encontrado habitados, con vida y con relevo generacional. Algunos están mejor que otros, según la actividad económica de la zona, y otros se utilizan como segundas residencias. En cuanto a la conservación, hay pueblos que están protegidos, otros en vías de protección, pero salvo algún intento de ampliación, no hemos visto que se hayan derribado casas. Sí ha habido bastantes cambios en la epidermis de las viviendas, porque cuando la gente fue propietaria modificó las fachadas para diferenciarse de las que tenían al lado, porque eran todas iguales. En todo caso, son cambios reversibles que, si se eliminasen, permitiría que los habitantes del pueblo pudieran sacar provecho de ese valor añadido que tiene su propiedad", aventura Ana Amado, y Millanes Rivas coincide en el pronóstico: "A futuro, proyecto que el legado del INC y sus pueblos se van a convertir en una especie de bien de interés turístico".

Iglesia de Villalba de Calatrava (Ciudad Real). Arquitecto: José Luis Fernández del Amo. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel, ca.1956.

Iglesia de Villalba de Calatrava (Ciudad Real). Arquitecto: José Luis Fernández del Amo. Fotografía de Joaquín del Palacio, Kindel, ca.1956. / Herederos de Joaquín del Palacio

Modernizar a Dios

El estrecho vínculo entre el franquismo y la Iglesia hizo que, entre las dotaciones que debían tener todos los pueblos de colonización, estuviera un templo católico, cuya construcción, todo sea dicho, corría por cuenta del Estado. Como sucedió con las viviendas para los colonos, los arquitectos aprovecharon el margen de libertad que les permitía este tipo de proyectos y llenaron esos edificios con una iconografía religiosa novedosa, vanguardista, que seguía la línea inspiradora del Concilio Vaticano II y que poco o nada tenía que ver con esa iconografía recargada y doliente tan habitual en los pueblos españoles.

"Cuando vas por las autovías, el elemento que se ve desde lejos y que puede indicar que se está cerca de un pueblo de colonización es un campanario aislado de estilo moderno. Dentro del programa común que debían cumplir estos pueblos, la iglesia era casi lo más importante. Sin embargo, mientras que las viviendas tenían que dar servicio a los colonos y debían incluir una zona para los animales y los aperos, las iglesias permitían más libertad para experimentar formalmente", explica Ana Amado, que destaca el papel que en este tema tuvo, una vez más, José Luis Fernández del Amo. "Fue el primer impulsor del arte abstracto en España. Fue director del Museo de Arte Contemporáneo, antecedente del actual Reina Sofía, y apoyó a muchos artistas, como a los de el grupo El Paso, que no eran precisamente afines al Régimen, a los que les hizo en cargos para los pueblos de colonización para que pudieran ir tirando".

Gracias a la iniciativa de Fernández del Amo, las iglesias de estos pueblos se llenaron de piezas de una extraña belleza para la época que, en mas de una ocasión, generaron problemas con las autoridades eclesiásticas. Ejemplo de ello fue el retablo que Manuel Millares creó para la iglesia de Algallarín en 1956. Un tipo de obra infrecuente en la carrera del canario, que no fue del gusto de Fray Albino, obispo de Córdoba que, argumentando que un ateo no podía decorar el interior de un tempo, ordenó su destrucción.

"Además de a la jerarquía eclesiástica, a los colonos también les costó al principio entender o sentirse representados en esas formas. Pero después no fue así. Los pueblos de colonización, entendidos como centros integradores de las artes, ejercieron una influencia en sus habitantes porque les permitieron familiarizarse con formas que no estaban acostumbrados a ver ni en sus casas ni en las iglesias. Hoy en día, todo ese arte original, aunque con alguna alteración o deterioro, convive con total naturalidad con imágenes más clásicas como esas vírgenes con mantilla", finaliza Ana Amado.