NOVEDAD EDITORIAL

Gabriela Cabezón Cámara, escritora argentina: "En el siglo XVII se te perdonaba que mataras a 500.000 hombres pero no el dejar de ser virgen"

En su nuevo libro relata la historia de una monja, Catalina de Erauso, que en el siglo XVII escapó de los muros del convento para convertirse en Antonio, un soldado desalmado y cruel en tierras del virreinato de Perú y México

La escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara, en Barcelona.

La escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara, en Barcelona. / ANA PUI

Gabriela Cabezón Cámara voló a Barcelona solo unas horas después de haber votado en Argentina, y desde luego no fue a Javier Milei. Dice estar conmocionada por un resultado “terrible” que no augura nada bueno para un país que acumula crisis y desencantos históricos periódicos al tiempo que las condiciones económicas se van agudizando en la escasez. La escritora, activista feminista y medioambientalista, pone un ejemplo. “Yo ahora tengo 55 años. Cuando era niña había un 4% de pobreza, ahora hay 45%, pero esa cifra no contempla los gastos de vivienda que son muy altos”. Ese es el país depauperado al que el líder de la extrema derecha hizo promesas enloquecidas, despertando los viejos fantasmas de la dictadura. “Argentina en los últimos años ha sido una fábrica de desertificación y pobreza, ahora lo que se nos viene encima es una fábrica de desertificación y pobreza fascista, algo mucho más oscuro”, asegura la autora. 

A primera vista, la novela que Cabezón Cámara trae bajo el brazo, Las niñas del naranjel (Random House), poco tendría que ver con esta coyuntura. La historia de una monja, Catalina de Erauso, que en el siglo XVII escapó de los muros del convento para convertirse en Antonio, un soldado desalmado y cruel en tierras del virreinato de Perú y México. Pero a poco que hables con la autora, percibes un hilo invisible que vincula a ese antihéroe que pasó de mujer a hombre con la actual cultura queer y las andanzas que la escritora imagina para él en la selva amazónica pueden interpretarse como un alegato a favor de los pueblos originarios americanos, los más desposeídos, y su sintonía con una naturaleza en peligro.  

Esposa, monja o prostituta

La figura de Catalina de Erauso, que se hizo famosa gracias una autobiografía apócrifa, condensa muchos intereses de la escritora: “Hizo lo que quiso. Quiso ver mundo y lo hizo. Naciendo mujer en esa época o eras esposa, o monja, o puta y ninguna de estas cosas implicaba ver mundo. Y a la vez se convirtió en una especie de canalla colonial, una persona que mata porque sí, porque le saludan mal, un asesino serial”. Los tiempos lo facilitaban: cuando a Antonio de Erauso -que fue uno de los nombres masculinos que adoptó la llamada Monja Alférez- le juzgó el obispo, lo único que le importó a este al descubrir que había nacido mujer es que aún conservara el himen intacto. “En esa época podías matar a 500.000 personas pero no el dejar de ser virgen”, apostilla la autora que le califica de “genocida” al participar Antonio en la conquista de la Araucania. Además consiguió lo imposible, que el rey y el Papa le permitieran seguir vistiendo de hombre. 

La imaginación de Cabezón Cámara traslada al personaje a los últimos años de su extenso periplo americano, con todas sus aventuras ya cumplidas, cuando en la selva amazónica se hace cargo de dos niñas guaranís y por primera vez en su vida experimenta los cuidados y acepta formar parte de un clan. “En su autobiografía -sea él o no quien lo escribió-, Antonio en su visita a Lima solo da cuenta del obispado, la universidad y las iglesias, en decir de todo lo español -relata la escritora-. Todavía hoy caminas por Lima y ves muchas cosas que no son occidentales. Pero él no vio lo que no quiso ver y lo que no se ve no merece ni relato. De ahí que mi apuesta haya sido a favor del otro, de los cuidados y de los tejidos del amor”. 

La monja 'queer'

Tradicionalmente, Cabezón Cámara ha regresado a buena parte de la historia de Latinoamérica bajo el prisma de la cultura queer. Lo hizo en su novela Las aventuras de la China Iron que fue finalista al Man Booker internacional, reescribiendo en clave LGTBI el Martín Fierro, poco menos que el Quijote argentino.

En este caso la transición de Antonio, que ha ocurrido hace ya muchos años, no supone el menor conflicto con su entorno. “El mundo queer es mi mundo, no tengo por qué argumentarlo, como no lo argumentará un autor heterosexual. Una crítica amiga dijo que hay aquí una sensibilidad postrans, que trato a mi personaje como si nos encontráramos en el 2050 -quizá esa sea una fecha muy optimista- cuando ser trans pueda ser un rasgo como otro cualquiera de la personalidad”.  

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