QUEMAR DESPUÉS DE LEER

¿Y si los hermanos Grimm hubiesen visto 'Girls'?, por Laura Fernández

Julia Pott obra el milagro en 'Campamento mágico' de elevar la ficción animada para los más pequeños (y no sólo para ellos) a obra de culto, ampliando el universo de la fábula, y fundando una fábula 'indie' de apetitosa experimentación formal

Julia Pott, rodeada de sus personajes.

Julia Pott, rodeada de sus personajes. / ARCHIVO

Laura Fernández

Laura Fernández

Cuando Julia Pott, la creadora de ese pequeño milagro llamado Campamento mágico, era niña, le decía a todo el mundo que de mayor sería dibujante y que el mismísimo Walt Disney querría que dibujara para él. Y no, Walt Disney no abrió el pico al respecto, tampoco tenía forma de hacerlo, porque Julia había nacido en 1985, cuando él llevaba 17 años muerto, pero ella consiguió igualmente todo lo que se propuso, y algo más. Porque lo que Pott hace en Campamento mágico es llevar la factoría animada a un lugar inteligentemente infantil y adulto a la vez, invirtiendo la lógica de la lección —en todo contenido para niños— y apostando por el placer de la aventura sin contexto, sabiamente maldita y esponjosa, encantadora y disruptiva.

Pott, inglesa de madre norteamericana, pasaba sus veranos en el exclusivo ambiente de los Hamptons, aunque no se inspiró en tan adinerado lugar para crear su suerte de spin-off de Hora de aventuras —Pott empezó como guionista y animadora de las aventuras de los díscolos Finn y Jake, y hay algo de su rebeldía, mucho, en realidad, en el punto de partida de Campamento mágico—, más bien creó un mundo al margen de cualquier tipo de mundo en el que instalar a sus incomprendidos y especiales personajes —todos son animales, pero también son un algo mágico por descubrir: una bruja, un monstruo intelectual, un yeti músico, y más cosas—. Un mundo en el que todo, incluido tu pijama, te habla y sabe cosas de ti porque vive contigo.

La manera en que Pott consigue devolver la inocencia a todos esos niños que querrían que sus cosas pudiesen ser, también, sus mejores amigas, tiene mucho de revolucionaria en un mundo —el de la animación infantil— que ha dejado de hablar de forma íntima con su pequeño espectador. Lo que hay en Campamento mágico es un niño elefante, Oscar, y su mejor amiga, Erizo —un erizo, sí, pero uno que se transforma en lobo las noches de luna llena para dejarse llevar por todo aquello que controla cuando sólo es Erizo—, pasando unos días en una isla en la que la magia aún existe. Pero no es una magia que pretenda acabar con el mundo, ni quedárselo, ni nada por el estilo. No es una magia invasiva, capitalista, imperial, sino una magia de fabulosos pequeños deseos.

El universo de la fábula

Como Gravity Falls, otra enorme ficción —al nivel de cualquier gran novela, y de cualquier gran serie adulta no animada—de este siglo XXI en el que los dibujos animados han dado un salto de gigante en lo que a complejidad formal se refiere— siempre que se han tenido a sí mismos por una obra que nada iba a envidiarle a cualquier compleja obra formal dirigida exclusivamente a los adultos—, Campamento mágico (que puede verse, por cierto, en HBO) amplía el universo de la fábula, reformulando, desde un indie que lo mismo bebe del espíritu desmitificador de Girls que de los abismos de los cuentos de los hermanos Grimm, todo aquello que permite explicar el mundo (para todos los públicos) desde algún otro (mágico y nada tenebroso pero sí misterioso) lugar.

Campamento mágico empezó siendo un corto que Pott presentó al Festival de Sundance. Un corto que el Festival de Sundance, la meca de lo indie, premió. Lo que siguió fue una serie de aparente sencillez que esconde una apetitosa experimentación formal. Cada temporada explora la forma en que las historias pueden crecer o detenerse. Los capítulos autoconclusivos clásicos dieron el pistoletazo de salida en una primera temporada en la que se asentó el alma de una historia que crece en insospechadas direcciones porque en la isla que dirige Susie —la bruja de pelo rosa a la que da voz la propia Julia Pott— todo es posible. Lo que vino después nunca antes se había visto en televisión infantil, ni siquiera adulta.

Se prueba, en las temporadas que siguen, a, por ejemplo, jugar a la colección de trilogías —tres capítulos en los que la trama continúa dan lugar a otros tres capítulos de trama distinta— lo que permite a sus protagonistas la oportunidad de serlo. Y todo tipo de otras cosas. Así es como esquiva Pott la regla no escrita de la que me habló Ben Bocquelet, el creador de El asombroso mundo de Gumball, según la cual el protagonista de toda ficción para niños debe ser masculino, y a la vez, la de la rigidez que tiende a rodear toda estructura infantil: eliminando toda idea de jerarquía e importancia. Como en la amistad, auténtico motor, o alma de la historia junto a la magia, entendida ésta a lo Michael Ende, como aquello que te permite ordenar el mundo de forma más encantada y encantadoramente justa.