50 AÑOS DEL GOLPE EN CHILE

Pinochet de película: 'El Conde' convierte al dictador en un vampiro sin remordimientos

50 años después del golpe de estado, llegan las condenas contra los responsables de hechos aberrantes que torturaron y acabaron con la vida de cientos de chilenos. Aún así, Pinochet nunca fue juzgado, por lo que su impunidad se subraya desde la sátira convirtiéndole en este monstruo inmortal a través de la ficción

El actor Jaime Vadell interpreta a Augusto Pinochet en 'El Conde'.

El actor Jaime Vadell interpreta a Augusto Pinochet en 'El Conde'. / ARCHIVO

El 18 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet se muestra al mundo durante su primer Te Deum. Brazos cruzados, expresión adusta, y esos lentes que lo volvían tan temible como inescrutable. Detrás suyo, otro militar se presenta más amenazante. El fotógrafo holandés Chas Gerretsen, conocido entonces por su cobertura de conflictos como el vietnamita, captó la escena con su cámara. La imagen condensó el significado de la dictadura chilena. Un rostro que lo decía todo. Gerretsen tiene 89 años y asegura que nunca ha podido olvidarlo. Esa misma sensación de espanto se ha alojado en la memoria de muchos chilenos, entre ellos Pablo Larraín.

El director de cine nació tres años después del golpe de Estado. La dictadura es un tema de algunas de sus películas, entre ellas NoPost Morten y Tony Manero. Ahora, Larrain le ha dado carnadura a aquella imagen que capturó la lente de Gerretsen. Más que carne, se trata de sangre, porque en su película El Conde, que los chilenos verán los próximos días en los cines y Netflix, Pinochet es un vampiro. Lo monstruoso sigue ahí, nada menos que a medio siglo del derrocamiento de Salvador Allende, y cuando la imagen del dictador es objeto de un escrutinio indulgente por más de la mitad de la población.

El Conde llega a las pantallas en clave de comedia negra, pero, además, como un recordatorio. Todo comienza con una voz que relata la historia de un tal Claude Pinoche. Se trata de un niño crecido en un orfanato francés durante el siglo XVIII, que luego se desempeña como oficial del rey Luis XVI y, al momento de la toma de la Bastilla, abandona a la monarquía. Late en su interior una pulsión destructiva: Pinoche no tiene alma, es un ser que, además de alimentarse de los líquidos que circulan por las venas de sus víctimas atraviesa el tiempo y lucha contra las revoluciones, desde Haití a Rusia, hasta recalar en Chile. Allí tiene un nuevo nombre y apellido, al que le añade apenas la letra "t". Es, desde entonces, Pinochet, el general, quien sobrevuela Santiago y extrae corazones para, aprovechando los beneficios de la tecnología, los tritura en una licuadora. Prefiera, ante todo, sangre joven.

La película da un salto temporal. Lo que sigue es un Pinochet marchito (interpretado por Jaime Vadell). Tiene un mayordomo, Fyodor, un ruso que se vengó del comunismo matando a cientos de personas en Chile. Como su jefe, también es vampiro y, a la vez, amante de Lucia Hiriart, la esposa del exdictador, apenas una simple moral que nunca fue mordida por él. Tan estropeado está Pinochet que debe ayudarse de un andador para desplazarse. Aunque invocó la senilidad para no ser juzgado como violador de derechos humanos, reivindica en privado esa tarea. En cuanto a las denuncias de cuentas secretas en el exterior, las considera apenas deslices contables. Ese dinero es el que quieren sus hijos. El arrugado Pinochet medita a esas alturas si vale la pena mantener viva su sed de sangre.

La conversión de Pinochet en una suerte de Drácula que cambia a los montes Cárpatos por la cordillera de Los Andes recupera uno de los asuntos que dominaron parte de la transición democrática y que, de cara a un cincuentenario marcado por algunas condenas contra los responsables de hechos aberrantes, como el caso de Víctor Jara, ha recuperado actualidad: Pinochet nunca ha sido juzgado. Y esa impunidad se subraya desde la sátira. "Llevo años imaginando a Pinochet como un vampiro, como un ser que nunca deja de circular por la historia, tanto en nuestra imaginación como en nuestras pesadillas. Los vampiros no mueren, no desaparecen, tampoco los crímenes y robos de un dictador que nunca respondió ante la justicia", ha explicado Larrain sobre su sátira política. El Conde se conoce cuando el lugar del exdictador en la historia experimenta reacomodamientos. José Rodríguez Elizondo, Premio Nacional de Humanidades 2021 comentó al respecto: "el país está peor que al inicio de la transición, porque se ha mantenido la polarización, con gente que no nació en la época del conflicto".

La burla no está por estos días reñidos de una voluntad de verdad histórica. La serie Los mil días de Allende, basada el libro del mismo nombre de Miguel González y Arturo Fontain, buscará el próximo viernes a través de las pantallas acercarse al trauma de medio siglo. A su vez, el centro de investigación periodística CIPER ha publicado los documentos personales del general Sergio Nuño, quien integró el Comando de Operaciones de las Fuerzas Armadas (COFA) que dirigió el ataque contra el Palacio de la Moneda, el 11 de setiembre de 1973. "El haber participado en el movimiento militar, que siempre he considerado legítimo y necesario, no significa que deba traicionar mi conciencia al silenciar íntimamente mi repudio y rechazo a incalificables atropellos a los derechos humanos, que se produjeron durante el gobierno que presidió el General Pinochet, sin que él haya intervenido oportunamente para frenar tales excesos".

A la vez, los periodistas Juan Cristóbal Peña y Francisca Skoknic han dado a conocer los papeles secretos de Álvaro Puga Cappa, el civil que más cerca estuvo de Pinochet en calidad de escriba de discursos, censor y responsable de operaciones psicológicas. Como si fuera un personaje de la película de Larrain, los investigadores lo encontraron empobrecido y con ganas de hablar a través de sus papeles personales. Se sabe ahora que a Puga le gustaba considerarse el quinto miembro de la Junta de Gobierno que dio el golpe cuya naturaleza es simbolizada en la figura de un vampiro insaciable.