CRÍTICA DE ARTE

¿Qué se hace con una momia?

Un recorrido por dos muestras que lidian con lo sagrado y su iconografía: la instalación de Monia Ben Hamoud en La Casa Encendida de Madrid y la de Gala Porras-Kim en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo

Imagen de la instalación de Monia Ben Hamouda en La Casa Encendida.

Imagen de la instalación de Monia Ben Hamouda en La Casa Encendida. / La Casa Encendida

Ha ocurrido muchas veces: los devotos de un dios destruyen las imágenes de otro. Akenatón ordenó desfigurar las estatuas de Amón, los israelitas (después del escarceo con el becerro de oro) liquidaron los ídolos cananeos y los cristianos despedazaron el panteón pagano en cuanto tuvieron oportunidad. Hace nada, unos amables señores del ISIS volaron las ciudades de Nínive y Palmira.

En el año 630, Mahoma conquistó la ciudad de La Meca y ordenó destruir las imágenes sagradas del santuario de la Kaaba: los que representan personas o animales son idólatras. Desde aquel momento, los artistas musulmanes tuvieron que ingeniárselas para sortear una prohibición tan puñetera para su gremio. Haciendo de la necesidad virtud, retorcieron y estilizaron las grafías del árabe, convirtiendo las líneas del texto en una herramienta para insinuar el mundo.

Con La destrucción de los ídolos de la Kaaba, Monia Ben Hamoud (Milán, 1991) recrea en La Casa Encendida un instante de quietud en medio del fragor iconoclasta. Unas formas caligráficas flotan, entre la luz anaranjada, sobre maderas requemadas; el olor de las especias esparcidas por el suelo densifica el aire. El visitante puede pulular por la extraña escena. Aquí, entre los troncos, sobresale una mano calcinada; allí, sobre una balaustrada descompuesta, parece escaparse un espíritu garabateado. Mediante el manejo de la luz y la penumbra, Ben Hamoud conforma una instalación misteriosa y atractiva, que no se agota en cada visita. Las minuciosas figuras armadas con letras (en las que el espectador puede figurarse una garra, un ala, un rostro) aportan al conjunto una vivacidad que contrasta con los escombros que reposan desperdigados por el suelo. Pillamos, in fraganti, a los espíritus escapándose de los maltrechos objetos.

A rebufo de los últimos estatuicidios, artistas y plumillas han arrojado al respetable propuestas de lo más oportunistas. Toda consigna de moda soporta carros y carretas. Felizmente, la exposición de Ben Hamoud no cae ni en la literalidad ni en el simplismo, sino que nos ofrece una experiencia (lo sé, la palabrita se las trae) cautivadora y hermosa. Toda una sorpresa, conste, tras leer el texto introductorio en el que Neringa Černiauskaitė & Ugnius Gelguda explican Reivindicar la resiliencia, el ciclo de exposiciones de la que esta forma parte. "Desde hace dos décadas está de moda la palabra 'resiliencia'. […] Este programa comisariado de cuatro exposiciones individuales aspira a recuperarla, arrebatándosela a los intereses neoliberales, y profundizar en ella como forma de curación, resistencia y aguante", reza la cartela de la entrada. En fin, ánimo con el empeño: no se intentaba algo tan inútil desde la cruzada de los niños.

Hace apenas unos días, el Museo Nacional de Antropología anunció la retirada de restos humanos de sus vitrinas. La decisión se suma a la tendencia ya iniciada por otras tantas instituciones: el museo Pitt Rivers de Oxford ha devuelto los que pertenecían a su colección y ha destinado los expositores vacíos a explicar las razones de esta decisión. Incluso los malandrines del British (y el conjunto de los museos de la Gran Bretaña) han querido apuntarse al carro llamando "personas momificadas" a las momias de toda la vida. Eso sí, sin devolverlas ni mucho menos privando a sus visitantes de hacerse el selfie con el cadáver empaquetado de algún paisano.

En el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo puede visitarse hasta septiembre Vistas más allá de la muerte, una exposición en la que Gala Porras-Kim (Bogotá, 1984) se pregunta qué hacer con los objetos funerarios y rituales. Vivimos tiempos conservacionistas: todos de acuerdo en que está fatal dinamitar unos budas en Bamiyán. Mucho mejor empotrar la puerta de Ishtar en un tabique de Berlín. Me temo que, aunque en distinto grado, ambos actos son igualmente violentos. Movida por esta preocupación, Porras-Kim ha mantenido correspondencia con algunos directores de museo, manifestándoles la incomodidad que algunos objetos de sus colecciones sufren porque no deberían estar ahí.

"Es posible que algunos se hayan adaptado ya a las formas existentes en las salas y los almacenes de su institución, de manera que, al conservarlos, el museo se ha convertido en su alojamiento actual", escribe al conservador del departamento egipcio y sudanés del Británico. "Puesto que carecemos de certezas sobre la mecánica de la vida en el más allá, podríamos interpretar los planes perpetuos de las personas que están a su cargo como una guía para su cuidado y, por extensión, su exhibición". En otra, cargada de ironía, hace notar al director del Museo Nacional de Brasil –que ardió en 2018, y que custodia los restos de Luzia (la "mujer más antigua de Sudamérica")– que "es más fácil dejar el museo por medio de una cremación que hacerlo como resultado de una política de bajas en la colección". "Cuando el museo libere la forma que, a su juicio, debería tener Luzia como objeto, regresará de nuevo a su vida como cadáver".

Imagen de la exposición de Gala Porras-Kim en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.

Imagen de la exposición de Gala Porras-Kim en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. / Centro Andaluz de Arte Contemporáneo

Además de estas cartas, la exposición (emplazada en las salas "monumentales" de la antigua cartuja) reúne obras que proponen cuidados para estos objetos atribulados. Por ejemplo, una reproducción de un sarcófago de la Quinta Dinastía (conservado, cómo no, en el Británico) con unas líneas de rotación dibujadas a su alrededor que restituirían su orientación original (los egipcios, como tantas culturas, enterraron a sus muertos mirando hacia la salida del sol). La muestra se completa con varios dibujos de grafito en los que se reproducen estelas funerarias o elementos mágicos, frottages, ejercicios memorísticos (en Muscle Memory, 2017, una bailarina trata de reproducir una danza tradicional sin indicaciones ni música), trabajos en torno a lenguajes perdidos o casi olvidados, así como algunos intentos nigrománticos: para saber cómo están los muertos, habrá que preguntarles a ellos.

Al conjunto de estas piezas, por lo general pequeñas y sutiles, se oponen dos obras de gran formato. En la sacristía nos topamos con Forecasting Signal (2021), un dispositivo compuesto por arpillera y grafito que, suspendido, filtra la humedad del aire haciendo gotear un fluido negruzco que va dibujando sobre el suelo. En la nave de la iglesia, un paredón armado con cemento y sal espera a colapsar. Untitled (Efflorescence) (2018), remeda una argucia mejicana: sortear las prohibiciones de demolición de edificios históricos agujereándolos y llenándolos de sal. Así, el salitre descompone el cemento y la casa se viene abajo. No sé si los tiempos de la exposición permitirán el desplome: sería triste que hubiese que echarle fe a la única cosa que se puede ver.

Reconozcámoslo: hay algo hermoso en la destrucción. Ya lo dijo Stockhausen después del 11S: "Lo que ha pasado es la mayor obra de arte de todos los tiempos". Durante la última Semana Santa, varias vírgenes han tenido la gentileza de arder. Tristemente, no había ningún fotógrafo decente cerca y todas las imágenes están desenfocadas y llenas de píxeles gordotes. Aun así, son preciosas. Pocas cosas tan santas como el fuego, oiga.

Todo artefacto, aunque pertenezca a los dioses, lleva dentro el germen de su propia aniquilación.