NUEVA BIOGRAFÍA

Contra el mito de Sylvia Plath como la Marilyn Monroe de la poesía

El libro de Heather Clark 'Cometa Rojo', finalista del Pulitzer, resitúa a la gran autora norteamericana más allá de la figura maldita y desgraciada con que se ha construido su recuerdo

Sylvia Plath.

Sylvia Plath.

Natalia Araguás

Brillante, trágica y bella, Sylvia Plath (Boston, 1932) se ha convertido en la Marilyn Monroe de la literatura, reflexiona Heather Clark en su magna biografía sobre la poeta, Cometa Rojo (Bamba Editorial). Incapaz de superar separada de Ted Hughes el invierno inglés más frío del siglo XX, la Gran Helada de 1963, Plath encerró a sus dos hijos, Nicholas y Frieda, en la habitación con pan, mantequilla y dos biberones de leche, precintó su puerta con cinta adhesiva y acto seguido metió la cabeza en el horno y prendió el gas. Su horrendo suicidio devastó a varias generaciones de los suyos, como un hongo nuclear.

Solo seis años después Assia Wevill, la mujer por la que Ted Hughes la había abandonado, también se gaseó en su domicilio junto a la hija que tuvieron ambos, Shura, de solo de cuatro años. En 2009 Nicholas Hughes, un biólogo marino de 47 años tan apuesto como su padre, apareció ahorcado en su casa de Alaska tras largos episodios de depresión: solo Frieda, pintora y poeta, sin hijos, mantiene en pie la saga. Tanta crónica negra empapó la figura de Sylvia Plath hasta diluirla. “Me gustaría despojar a Plath del bagaje cultural de los últimos cincuenta años y reposicionarla como una de las escritoras estadounidenses más importantes del siglo XX”, se propone Heather Clark en su biografía. Sylvia Plath también vivió, se ha descubierto hace poco, se recuerda en Cometa Rojo, más allá de su suicidio. Y sobre todo escribió, con tanto tesón como talento. 

Una nueva biografía que se pretende canónica, 'Cometa Rojo', reivindica a Sylvia Plath como una de las escritoras norteamericanas más importantes del siglo XX al margen de su leyenda negra

Superdotada y supersensible

La biografía, de más de 1.000 páginas, es Plath para los muy 'plathófilos'. Aporta todo lujo de detalles sobre puntos más conocidos de la vida de la poeta: cómo publicó su primer poema con solo ocho años, los mismos que tenía cuando murió su idolatrado padre, Otto; su feroz ambición literaria, que la llevó a enviar en 1950 más de cincuenta relatos antes de que le aceptasen uno en la revista Seventeen; sus años en la elitista universidad femenina Smith y hasta qué punto la decepcionó su beca en Nueva York tras ganar el concurso de la revista Mademoiselle, una experiencia a la que siguió un primer intento de suicidio en 1953.

En aquel verano, Sylvia Plath, sumida en una depresión, dejó una nota –“He ido a dar un largo paseo. Vuelvo a casa mañana”– y en realidad se encerró en el sótano de la casa familiar para engullir un frasco de somníferos de su madre, Aurelia. Se peinaron los bosques en su búsqueda y llegaron a publicarse la asombrosa cantidad de 253 artículos en periódicos de Los Ángeles, Chicago, Nueva York y Florida sobre la “hermosa chica de Smith desaparecida en Wellesley”.

Sus familiares la encontraron al cabo de tres días inconsciente en el sótano, alertados por el perro: el episodio acabó con la joven Sylvia Plath en tratamiento psiquiátrico con una desastrosa terapia de electroshocks. Fue el germen de un clásico de la literatura norteamericana, La campana de cristal, sobre una chica que ha ganado una beca para trabajar en una revista de moda de la gran ciudad y aparentemente lo tiene todo. Y sin embargo no soporta una sociedad que repudia la ambición femenina y empieza a desmoronarse.

"Cada mujer adora a un fascista"

Cometa Rojo también ofrece nuevas perspectivas sobre las personas que rodearon a Plath como su vilipendiada madre, Aurelia. Frente al cruel retrato de una mujer que proyectó sin fin sus propias ambiciones en su angustiada hija hasta desequilibrarla, alentado por la propia Plath en La campana de cristal, Heather Clark dibuja una trabajadora incansable que, tras enviudar, hizo lo que pudo porque su niña, sobresaliente pero frágil, cumpliera unos sueños que ella comprendía.

La biografía indaga a fondo en la historia familiar, con antecedentes de problemas mentales, como una abuela que acabó sus días institucionalizada de la que Sylvia Plath no tenía constancia. También desmiente que Otto Plath, de origen alemán, fuera el temible teutón que ella retrató en el poema Papi –“Cada mujer adora a un fascista, con la bota en la cara” –, todo un grito de guerra feminista que sin embargo le valió críticas por utilizar imágenes del Holocausto y el nazismo. Respecto al feminismo de Sylvia Plath, la biografía no pasa por alto su crueldad contra las mujeres estériles. Ésta tocó techo cuando, ya despechada, escribió contra la amante de su marido, Assia Wevil, con dificultades para concebir: “Estoy llena de bebés, rebosante de leche/ Tú llevas siete pequeños cadáveres en un bolso”.

'Odiaste España'

También es objeto de análisis la dureza con que Sylvia Plath juzgó a su propia madre, alentada por terapeutas como Ruth Beuscher. La psiquiatría no dejó de culpar a las madres por las enfermedades mentales de sus hijos hasta los setenta, recuerda Cometa Rojo: “La madre no es el enemigo público número uno. Empezad a buscar al enemigo de verdad”, se leía en un panfleto que psicoterapeutas feministas comenzaron a distribuir entre sus colegas de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría por entonces.

Mención aparte merece la relación de Plath con Ted Hughes, a quien conoció en Cambridge tras obtener una beca Fulbright, en una mítica fiesta en la que él acabó con un mordisco en el cuello tras besarla. “Hay una pantera que me acecha: cualquier día me dará muerte”, compuso Sylvia Plath al poco del pasional encuentro, que terminó en una boda en el día de Bloomsday solo cuatro meses después de conocerse. Aunque el matrimonio no tardó en naufragar –“Odiaste España”, resumió él en el poema homónimo sobre su estancia en Benidorm– y muchos culparon a Hughes del fatal desenlace de su esposa, Cometa Rojo destaca que sus años felices fueron de lo más productivos para ambos.

Colaboradores estéticos, Plath hizo de agente literario de Hughes, enviando sus manuscritos e inscribiéndole a concursos. También él estaba convencido del talento de su mujer: “Deberías ver los poemas que está escribiendo ahora. Es como una mujer en llamas. Son extraordinarios”, le comentó a un amigo dos semanas antes de que ella se suicidase. Ariel, otra de sus obras maestras, se publicó póstumamente.

El mito tras el suicidio

En principio, el suicidio de Sylvia Plath el 11 de febrero de 1963 solo mereció un breve en el Saint Pancras Chronicle, en el que se notificaba la defunción de “la autora de treinta años, la señora Sylvia Plath Hughes, esposa de uno de los poetas modernos más conocidos de Gran Bretaña, Ted Hughes”. Sin embargo Al Alvarez, autor y crítico británico con el que Plath tuvo en el último tramo de su vida un breve affaire, se decidió a hacer justicia: publicó al cabo de pocos días en The Observer un sentido texto, El epitafio de una poeta, acompañado de una fotografía de Plath con su hija pequeña en brazos y cuatro de sus poemas asombrosos. Interesada en su tragedia, la gente quiso leerla más y más. Cuando se cumplen sesenta años de su muerte, Cometa Rojo reivindica que ya es hora de despojar de sensacionalismos a un genio literario.