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Juan Mayorga: "El arte debiera ser capaz de asustar a los cobardes"

Nada parece sorprender a este hombre posibilista capaz de acercar las más doctas disciplinas al lenguaje del siglo XXI sin edulcorante ni aditivos. Académico de la Lengua, ha llevado su discurso de ingreso a los escenarios (Silencio), además de otras tres de sus obras por teatros de España. Dramaturgo, doctor en Filosofía y matemático, Premio Nacional de Teatro y de Literatura Dramática, docente y padre, y director del teatro La Abadía, donde nos recibe en camisa a cuadros, joven muy joven a sus 57 años

Juan Mayorga

Juan Mayorga / Alba Vigaray

Elena Pita

-¿Le sorprende que estas generaciones de pantalla por cabeza reclamen más Filosofía?

Me emociona. Sucedió en el Centro Niemeyer de Avilés, un chico contó que había leído mi obra El Golem en la clase de Filosofía, y esto me sirvió para reivindicar una vez más la centralidad de la asignatura: que deje de ser marginal la posibilidad de hacerse preguntas, y la reflexión sobre las palabras y los grandes asuntos que nos convocan desde la infancia.

-¿No le choca que le aclamen a usted que ni siquiera tiene redes sociales? ¿Tampoco verse convertido en el filósofo estrella y el dramaturgo de éxito?

La aclamación no fue a mí sino a la Filosofía, y me hizo pensar cuántas veces caricaturizamos a las siguientes generaciones. Es cierto que muchos viven entregados acríticamente a las nuevas tecnologías y a un hedonismo irreflexivo, pero cada persona es un ser diferente, con diferentes preguntas, y eso lo sé gracias a mi condición de docente. Walter Benjamin decía que la escuela debe ser un lugar de encuentro generacional, y María Zambrano insistía en que el maestro es ante todo una persona ante la que cuestionarse a uno mismo.

-Si el teatro puede hacernos pensar más que la Filosofía, según dice, ¿por qué no meterlo en las aulas?

También lo reivindico, porque el teatro es una escuela de libertad y responsabilidad, un lugar donde expresarte y aprender a escuchar a los otros. La etimología de “compañía” designa la cualidad de compartir el pan. El hecho teatral es una responsabilidad compartida, hace sociedad; y es educativo porque sirve para examinar la vida y ponerse en el lugar del otro, imaginarlo.

-¿Dónde está hoy el valor de la palabra, más allá del insulto y el chiste fácil?

Pocas veces tantos hemos sido tan conscientes de que somos cuerpos ocupados por palabras, la fuerza de la palabra es capaz de desencadenar una guerra y de pararla. Sócrates salía a las calles a preguntar a los vecinos qué significaban palabras como Justicia, Belleza, Bien. El trabajo de la palabra sobre las palabras es muy esclarecedor. Todos debiéramos ser comentaristas de textos.

-En “aquella casa habitada por palabras” que fue su infancia, ¿se escuchaba el silencio?

Mucho silencio, que a veces es fecundo y otras procede de la evitación del dolor. En la obra (Silencio) no hacemos un elogio, sino que ponemos de manifiesto sus contradicciones: hay silencios no elegidos sino impuestos por el tirano, como el de Bernarda Alba.

Hay muchos seres humanos expropiados de la palabra, pero sobre todo hemos de estar atentos a cómo quitamos la palabra a otros"

-Porque, ¿hay mayor violencia verbal que mandar callar? ¡Cállate!

La obra también habla de esa terrible expresión que es “quitar la palabra a alguien”. Hay muchos seres humanos expropiados de la palabra, pero sobre todo hemos de estar atentos a cómo quitamos la palabra a otros, cómo negamos la hospitalidad a la palabra del otro, negándonos a escucharlos.

-Hoy la gente paga por estar en silencio, ¿tan valioso es?

Nos invade el ruido y comprendo que se busque el silencio, sí, pero me resisto al hecho de comprar silencio: cualquiera puede resistirse al ruido y encontrar el lugar para la reflexión.

-Esto no es siempre así, no se engañe.

Cierto que la imposición del ruido es uno de los mejores mecanismos de dominación, pero a la vez el silencio es el último reducto al que debiéramos renunciar: el encuentro con uno mismo.

El dramaturgo Juan Mayorga en el Teatro La Abadía (Madrid).

El dramaturgo Juan Mayorga en el Teatro la Abadía (Madrid). / Alba Vigaray

-Europa, que está en el centro de toda su obra, “camina hacia la barbarie cuando deja de interrogarse”. ¿Nos sentimos demasiado seguros, eso ha pasado?

No soy muy experto en geopolítica pero lo que está sucediendo me recuera las palabras de Stefan Zweig: “el nacionalismo es una gran peste”. Asistimos a una crueldad armada por unas convicciones nacionalistas excluyentes. Si hubiera que señalar una capital en Europa, ésta debiera ser Auschwitz: su memoria nos ayuda a reconocer las formas de persecución del ser humano contra el ser humano, vigentes y recurrentes.

-Supongo que usted no apoya el envío de armas contra la agresión de Putin, pero ¿qué hacer?

Siento defraudarte: tengo cómo no mis dudas, pero hay seres humanos que han manifestado su voluntad de defender un Estado, el suyo, que ha sido negado por otro. No puedo estar de acuerdo con la inacción: si no armamos a Ucrania la entregamos a la derrota.

-“Los derechos humanos han sido sustituidos por los derechos de Estado”, sostiene. ¿Así se explica el horror de la migración hoy?

Los derechos que tenemos reconocidos por el hecho de ser humanos, en la práctica solo se dan asociados a la pertenencia a un Estado, a un pasaporte.

-¿Es también esta doble moral lo que impulsa el totalitarismo?

Me eduqué en Hannah Arendt: el “todo es posible” es el núcleo del totalitarismo. Hay que reivindicar una ética y una política en la que la dignidad de cada ser humano sea el límite de lo posible.

-Nunca el hombre había vivido tan aparentemente libre y realmente tan coaccionado, dirigido, controlado. ¿Cómo soporta el estado policial implantado por la pandemia y el big data?

La tecnología ha posibilitado unos mecanismos de control, represión y archivo nunca antes vistos, sí; pero al mismo tiempo ha creado nuevos espacios de libertad para compartir opinión, reflexión y resistencia. Vivimos en permanente combate.

-Y frente a todo esto, ¿el teatro y la filosofía han de generar aún más conflicto?

Nacen precisamente de lo borroso, lo incierto, pero no para ofrecer certezas sino buenas preguntas que nos dejen suspendidos, sin pisar tierra firme.

-Lejos de ser un bálsamo, el arte, para serlo, “debe crear problemas, ser peligroso y cruel”. ¿Siempre un revulsivo?

El arte debiera ser capaz de asustar a los cobardes, pero no por ser necesariamente triste, terrible, cruel: la belleza, la luz, la felicidad pueden ser peligrosas, pueden contagiarte las ganas de cambiar de vida. Y si eso ocurre, algo ha estallado en ti: ha tenido lugar la catástrofe (que purifica).