HALLAZGOS

El tesoro de medio millón que mató al cachalote

Un cetáceo hallado en una playa canaria albergaba en su interior una piedra de ámbar utilizada para la alta perfumería y cuyo valor estimado supera los 500.000 euros

El cachalote hallado en una playa canaria.

El cachalote hallado en una playa canaria.

Juan Cruz

Juan Cruz

Tiene el aire de ser un objeto amarillo y repugnante, por su origen, pero es un ámbar-gris, gracias al cual los perfumes son imbatibles. Habitan como porquería en los cachalotes, uno de los cuales, cansados de navegar, y en su caso aturdido por la enfermedad que lo llevó a la muerte, fue a morir en La Palma, la isla de los volcanes.

Apareció en el mes de mayo, cuando estaban en marcha los recuentos de las elecciones locales y regionales, tiempo después de que los palmeros vivieran el susto inolvidable del volcán.

Los que hallaron al animal malherido por la enfermedad y en seguida abatido por la muerte buscaron al más ilustre vecino de la isla en cuestiones veterinarias, Antonio Fernández, catedrático de esa especialidad en la Universidad de Las Palmas. Él tiene que ver con la salud de los animales de la tierra y del mar, así que se desplazó a la isla, que es además en la que nació, con un equipo capaz de advertir qué ruindad llevó a la muerte al cachalote, aquel visitante cansado.

Él cuenta con un lenguaje que combina la pasión de Gabriel García Márquez por sus hallazgos en el patio de su casa en Aracataca y la naturalidad con la que acostumbran a expresarse los palmeros, acaso los que mejor castellano usan en las islas. Según este científico, querido en su oficio y admirado sobre todo en Alemania, cree que “el cachalote recaló en la playa porque allí se quería morir”. Treinta y seis horas después de su fallecimiento el doctor Fernández y los suyos empezaron a buscar en el cetáceo batido por la muerte las razones de su agonía.

Aparte de lesiones hemorrágicas que se añadieron a una septicemia, aquel cetáceo llevaba en su cuerpo inmenso cien o doscientos kilos de calamares que no se habían digerido, “e incluso había allí dentro”, dice el doctor, que fue quien lo vio todo, “un anzuelo asesino que también había llegado a herirlo”. A él se le ocurren muchas metáforas sobre el sufrimiento y el destino final del cachalote, hasta que llega a la materia más grave, y más decisiva, de la herencia que dejaba en La Palma este rey entristecido de los mares.

Había, en la zona anal del animal marino, “algo duro e irregular, de unos cincuenta centímetros, que pesaba nueve kilos”. Él lo cogió al peso, lo fotografiaron, se quedaron, él y sus colaboradores, extasiados ante la evidencia de que aquella porquería, devenida en tesoro, fuera la parte más misteriosa, y más útil del cachalote que vino a morir a la playa de Nogalés, en la isla de La Palma.

Piedra de ámbar utilizada encontrada en el interior del cachalote, usado para la alta perfumería y cuyo valor estimado supera los 500.000 euros

Piedra de ámbar utilizada encontrada en el interior del cachalote, usado para la alta perfumería y cuyo valor estimado supera los 500.000 euros /

"Puede ser que le matara"

Lo cuenta Fernández, el doctor palmero, con la pasión con la que un estudiante recibe la última nota de su carrera y ésta es, como las suyas, por otra parte, de matrícula de honor. Cuando él advirtió en la zona anal del enorme mamífero marino aquella protuberancia que, por otra parte, está entre las razones de la muerte del animal, sintió en seguida que esa piedra podría ser el ámbar-gris que sirve, en la industria de los olores, para estabilizar los perfumes. Es decir, del mal olor que se le supone, al olor exquisito que en el mundo se cotiza por miles, quizá millones, de euros. Según el tamaño o la cantidad. Este cachalote lleva una piedra modesta, pero cuya venta puede ser muy atractiva

Ese tesoro que vivió con él, concede Antonio Fernández, “pudo ser el que matara al cachalote”. Y no es raro que viniera a morir a la isla de La Palma, “pues Canarias es el tercer lugar del mundo donde sales al mar y es posible encontrarlos”. “Nos visitan de vez en cuando, especialmente por el sur de Tenerife. ¡Un cachalote es más canario que un canario, porque ya estaba aquí antes que nosotros! Es un animal simbólico porque interactúa constantemente con la actividad humana”.

Antes de encontrarse con el cachalote que expele materia para mejorar el olor de la gente, el doctor Fernández había sido requerido por el Gobierno chileno para averiguar por qué morían tantos lobos marinos en la costa chilena. “Al volver me encontré con la noticia de la aparición de este cachalote”. Éste llegó vivo a la costa, “pero aquí llegó para morirse en la playa”. Murió y ya quedó en manos de la ciencia, que se encargó, en manos del doctor Fernández, de practicar la autopsia.

El cachalote hallado en una playa canaria.

El cachalote hallado en una playa canaria. /

"Una piedra de 50 centímetros de diámetro"

La descomposición del animal se precipitó. “Llegamos al corazón, advertimos que el animal llevaba tiempo sin digerir. Era tan grande que teníamos que servirnos de una escalera para acceder a las distintas partes del cuerpo, y así entramos por el lomo. Hasta que caí sobre algo duro por el lado del colon”. 

“Ahí estaba la piedra, un objeto de cincuenta centímetros de diámetro. ¡Un piedrón! Éste había causado una obstrucción digestiva que podía haber sido el inicio de su mal. Era una piedra que se quedó enganchada en el intestino, de modo que no fue eliminada por las heces, como habría sido lo normal”. 

--¿Y qué tipo de piedra era?

--Era caca, Juan, era caca. Nada más que caca. Formada a partir de picos de calamar que se fueron solidificando, enganchándose a la mucosa y que ahí se quedó y no se eliminó. Es la piedra de ámbar-gris.

Ahora se trata de decidir quién se queda con la piedra. Si depende de él, dice el doctor, “debe quedarse en La Palma, ha de dársele un uso social, instalarla en un museo, pues aunque parece que no vale nada es de ahí, de ese ámbar gris, de donde se desprende la ambarina, muy valorada en el mundo de la perfumería. Es algo que no puede obtenerse artificialmente y sirve para estabilizar los perfumes”.

Puede valer, dicen, medio millón de euros esa piedra que mató al cachalote. “En los últimos veinticinco o treinta años”, dice Antonio Fernández, “hemos hecho autopsias a unos sesenta cachalotes, y sólo en este ha aparecido la piedra. Es, evidentemente, un factor individual y ciertamente insólito”.

Él expresa ahora un deseo que advierte de la codicia que puede seguir al descubrimiento: “¡¡Ojalá ahora no empiecen a pelarse por la piedra!!”.