CRÍTICA

'Baumgartner', de Paul Auster: un esperanzador "continuará"

Esta novela es una declaración de principios, la hermosa manera que ha hallado el autor estadounidense de decirnos que él nunca se rendirá, que nos esperará más allá del espacio en blanco

El escritor estadounidense Paul Auster, autor de 'Baumgartner'

El escritor estadounidense Paul Auster, autor de 'Baumgartner' / Edu Bayer

Sergi Sánchez

Suena raro que Paul Auster (Newark, Nueva Jersey, 1947) esté en peligro de extinción. Pensábamos que sería inmortal, pero Baumgartner es la novela de alguien que sabe que se va a morir, pronto o algún día, y que escribe por si las moscas, para no olvidarse de que fue escritor, y de que creó un mundo, y de que ese mundo aún está vivo.

Entraría, por supuesto, en la categoría de novelas crepusculares o testamentarias, aunque lo más sorprendente es que no termina con un punto final, y tampoco, a pesar de que se regocija en el duelo, es un texto triste o desencantado, por mucho que a ratos sea nostálgico o elegiaco.

Por lo tanto, Auster se extingue pero sigue creyendo en su oficio. Liberado de la obligación de escribir la Gran Novela Americana –que, en su caso, fueron cuatro en una, 4321–, se conforma con proyectarse en su alter ego y traducir sus meditaciones, pero también sus desapariciones en las voces de los demás.

Baumgartner no está enfermo de cáncer, como Auster, pero, a los 70 años, siente que está en el último tramo de su existencia. En las primeras páginas de la novela ocurren dos accidentes domésticos –una quemadura por una cacerola y una caída por una escalera–, y el autor de El palacio de la luna les da tanta importancia en la presentación del personaje que el lector puede pensar que lo que sigue será la biografía de un declive geriátrico.

Por fortuna no lo es: por un lado, esos dos accidentes sirven para que este fenomenólogo en vías de jubilación, con un ensayo sobre Søre Kierkegaard entre manos y un libro titulado Mecánica de la rueda que saldrá publicado cuando acabemos la lectura, ponga a prueba su memoria y recuerde, entre otras cosas, su amor por su esposa Anna, a la que perdió hace una década, su ilusión renovada por Judith, y la historia vital de sus padres.

'Baumgartner' es una novela en busca de esa "verdad emocional" que los artistas exploran en sus últimos días, e ilustra la filosofía de toda la obra de Auster

Así las cosas, Baumgartner es una novela en busca de esa "verdad emocional" que los artistas exploran en sus últimos días, e ilustra, sucintamente, la filosofía de toda la obra de Auster, que no es otra que la del "hombre que no profesa ninguna (religión) y no cree en nada salvo en la obligación de formular preguntas aceptables sobre el significado de estar vivo, aunque sepa que nunca será capaz de encontrar respuesta".

Pistas para el lector

La literatura es un método de investigación existencial, como ya demostró Auster en la Trilogía de Nueva York. No es casualidad, pues, que Baumgartner esté llena de pistas para que el lector se convierta en detective, y reconozca la condición de alter ego del filósofo, un constructo que aglutina, en su concisa experiencia vital, elementos y personajes que proceden de la obra anterior de Auster.

Como en La ciudad de cristal, en Baumgartner la acción se pone en marcha con una llamada telefónica; la esposa del protagonista es Anna Blume, como la heroína de El país de las últimas cosas; la madre de Baumgartner se llama Ruth Auster; el padre, una hermética montaña de contradicciones, resentido por haber renunciado a sus sueños, evoca al propio padre del autor neoyorquino, a quien le dedicó La invención de la soledad. La literatura de Auster tiende a construir un universo interconectado, aunque aquí la función de las citas apunta a la autoficción.

En su aparente sencillez, en su condición de obra premeditadamente menor, Baumgartner está impregnada de la libertad de quien poco tiene que demostrarnos a estas alturas. Si Auster siempre ha sentido querencia por las puestas en abismo, al incluir fragmentos de manuscritos, poemas o artículos que, más que digresiones, abren la posibilidad del relato a otras vidas que discurren simultáneas al presente de quien las evoca, aquí le sirve para construir un hermoso personaje, el de Anna Blume, cuyo fantasma sobrevuela la primera mitad del libro para luego bendecir a su protagonista en una escena que podría ser un sueño o una breve estancia en el limbo de los melancólicos.

Realidad y verdad

Como decía David Foster Wallace, todas las historias de amor son historias de fantasmas, si bien Auster, que siempre se ha debatido entre la empírica transparencia de su prosa y la creencia en el divino y destructor poder del azar, quiere apostar por la vida, aunque recuerde con tanto entusiasmo la ausencia de los muertos.

"¿Tiene un acontecimiento que ser real para que se acepte como verdad, o la creencia en su verdad ya lo hace real aunque no sucediera lo que presuntamente ocurrió?", se pregunta Baumgartner en su visita a la ciudad ucraniana de Ivano-Frankivsk, donde nació su abuelo materno. Aquí Auster se pone en modo Philip Roth, como si quisiera que nos cuestionáramos hasta qué punto este libro es una despedida autobiográfica, hasta qué punto los hechos que cuenta son ciertos o no.

Lo único que importa es la literatura, que nos tiene agarrados por la solapa hasta el final. En las últimas páginas de esta notable novela, vemos a un Baumgartner ilusionado con la próxima llegada a casa de una doctoranda dispuesta a estudiar la obra poética de su esposa, pero incluso en lo que se intuye una conclusión previsible, Auster le da la vuelta al calcetín del azar, y abre el texto a un futuro indefinido, a un esperanzador "continuará" que es toda una declaración de principios, una hermosa manera de decirnos que un escritor como él nunca se rendirá, que nos esperará más allá del espacio en blanco, del fuera de campo, de la posibilidad de la muerte.

'Baumgartner'

Paul Auster

Traducción de Benito Gómez Ibáñez

Seix Barral

261 páginas

20,90 euros