REPORTAJE

Eugenio Trías: el arte de habitar los límites

Se cumplen 10 años de la muerte del filósofo barcelonés, que, con eslabones de Nietzsche y Platón, forjó un sistema abierto, antipositivista y antidogmático

El filósofo Eugenio Trías, fallecido en febrero de 2013

El filósofo Eugenio Trías, fallecido en febrero de 2013 / EFE

Antonio Puente

Antonio Puente

Al principio, la cultura echa a los dioses, pero mucha más cultura los vuelve a entrar. El aserto de Goethe ilustra la elipse que va desde el joven pensador “anarquizante” al maduro constructor de un edificio cuyas plantas no ocultasen sus singularidades ni encubriesen las sombras que entre sí proyectan. Tal fue la titánica empresa, en más de 40 títulos de cuidada coherencia (desde el germen de La filosofía y su sombra (1969), a sus 26 años, hasta el desarrollo de su “filosofía del límite”), que se marcó Eugenio Trías (Barcelona, 1942 – 2013), el único pensador español galardonado con el premio internacional Friedrich Nietzsche, y de cuya muerte se cumple ahora un decenio.

La efeméride ha motivado la edición de Eugenio Trías. Entrevistas (1970 – 2011), un enjundioso y grueso volumen, con sus más elocuentes comparecencias en diversos medios españoles y latinoamericanos, en espléndida edición y selección de Francesc Arroyo, para Galaxia-Gutenberg, el sello editorial que, en los últimos años, ha venido recuperando algunos de sus títulos más emblemáticos.

“Se sentía muy a gusto en las conversaciones cara a cara; mucho más cómodo que desde la tarima de una clase o en una conferencia”, rememora su hijo, el editor David Trías, para observar también que, bajo su aspecto tímido y reservado, había un hombre sumamente empático y cordial, y con “un desternillante sentido del humor. Creo que ese aspecto tan severo que le daban el grueso bigote y las cejas pobladas eran sólo una máscara, con la que compensar, tal vez, cierta fragilidad, pero era mucho más luminoso, cariñoso y cachondo de lo que podía representar”, agrega sobre el autor de Filosofía y Carnaval.

Bien mirado, a tenor de este retrato filial, y teniendo en cuenta su definición del hombre como un ser “centáurico”, necesariamente “fronterizo” ante cualquier dualidad, podría colegirse que, si el mostacho era claramente nietzscheano, las cejas podían estar inspiradas en las de Groucho Marx. “Mi padre tuvo la gran suerte de no distinguir jamás entre trabajo y ocio”, señala. “Era un misterio que pudiese mantener una animada cháchara durante la cena, y luego se encerrara a escribir, con música de fondo, hasta altas horas de la madrugada. No quería vulnerar los tiempos que pudieran ser compartidos”.

En cierto modo, más allá del fácil juego con sus iniciales, Eugenio Trías ha sido el E.T. de la filosofía española. “No ha habido ningún otro pensador en nuestra tradición que haya ensayado la creación de un sistema filosófico como Trías; absolutamente nadie, ni Ortega ni María Zambrano, por citar a los más emblemáticos”, apunta Rafael Argullol, que, además de amigo y colega, compartió con él la escritura de El cansancio de Occidente (Destino, 1992), una conversación sobre el convulso escenario mundial tras la entonces reciente caída del muro de Berlín, que, como observara, por su parte, Manuel Vázquez Montalbán, “cayó hacia los dos lados”. “Trías era un gran escritor, que transmitía con claridad pensamientos complejos, abriéndose, cada vez más, hacia lo espiritual y sagrado”, agrega Argullol.

más allá del fácil juego con sus iniciales, Eugenio Trías ha sido el 'E.T.' de la filosofía española

A diferencia de la criatura de Steven Spielberg, Trías era un extraterrestre muy autónomo y terrenal. Su firmamento, en el suelo firme, se abría al recordatorio de nuestra procedencia religiosa, tan denegada por la razón instrumental, que, criticaba, “lo ha secularizado todo, menos a sí misma”. A tenor del “situacionismo” que profesaba, invitaba a superar cualquier maniqueísmo, y habitar en la frontera entre ámbitos opuestos. De ahí lo interminable de su pensamiento, que se quiere, además, “antipositivista” y “antidogmático”. Pues, para construir a su total albedrío el particular edificio, no sobre plano sino por cribados sedimentos, Trías ensayaba sus propias demarcaciones, más acá de los compartimentos estancos entre corrientes filosóficas y hasta entre las diversas materias.

Pensamiento integral

Perseguía, sobre todo, un pensamiento integral, para el que nada puede ser aceptado ni desechado de una vez por todas. Cuando se declaraba crítico con el marxismo o con el estructuralismo, por ejemplo, denunciaba, no obstante, a quienes practicaban una enmienda a la totalidad, considerándolos periclitados; ese vicio negacionista tan hispano, señalaba, “por carecer de una robusta tradición filosófica”.

En su esquema, no tienen cabida los opuestos al uso, como razón y pasión, cuerpo y espíritu, esencia y existencia, realidad y símbolo, ascetismo y dispersión, nihilismo y vitalismo, paganismo y religión, trascendencia e inmanencia, ética y estética, ser y conocer, etcétera; antónimos que, de buen grado, habría aglutinado en un mismo término. Concebía la filosofía como un hangar de objetos perdidos, que, para él, no eran serios o banales; tan sólo hay “una mirada seria o banal sobre cualquier objeto”.

Concebía la filosofía como un hangar de objetos perdidos, que, para él, no eran serios o banales; tan sólo hay “una mirada seria o banal sobre cualquier objeto"

Reconoce que sus principales ascendentes filosóficos han sido “poetas”, desde el misticismo de Juan Ramón Jiménez al mauditismo de Baudelaire, pasando por T.S. Eliot, Rainer Maria Rilke o, sobre todo, Novalis. que, tras defender la unión entre filosofía y poesía, definió a esta última como el arte de cultivar, justamente, “la flor azul de los contrarios”. Era lógico que quien se marcó la ardua tarea de fundar una “filosofía de la diferencia” para repensar las identidades, tuviese que echar mano de binomios contrapuestos cada vez que le pedían un autorretrato: “Soy un exorcista ilustrado”, o “empirista especulativo”, o “racionalista apasionado”…

Deconstruir conceptos

En clara motivación compartida con su omnipresente Nietzsche, hizo causa de deconstruir los conceptos para devolverles su concepción originaria. Pero ¿cómo salvar de la locura al creador del superhombre? Para paliar su galope de vitalismo desbocado, Trías reparó en la caballeriza idealista de Platón. “No me he movido nunca de ese horizonte”, escribió en sus memorias, El árbol de la vida (2003), en alusión a la metafísica platónica que centró su tesina de licenciatura, y que, acto seguido, le serviría de arnés para abordar al jinete ventrílocuo de Zaratustra. “El único filósofo verdaderamente platónico, en ese gozo por la escritura y el estilo, fue Nietzsche. Yo siempre he propuesto hermanar a Platón con Nietzsche”, declara.

En efecto, es como si, con Platón, hubiese querido salvar a Nietzsche de la locura (tras abrazarse a un caballo, justamente, quién sabe si, para Trías, un descendiente directo del que propició la caída de San Pablo, antes de ser santo). Esa pátina de idealismo le sirvió, en cualquier caso, para blanquear las “nocivas” tergiversaciones de Nietzsche, desde todos los frentes. Así, desde el nazismo, que confunde la voluntad de poder con la voluntad de “dominio”, cuando son términos “contrapuestos” (“a mayor dominación, más débil es el poder”, expresa Trías), hasta el “patético aquelarre” del posmodernismo, de los años 80, “que no asume el nihilismo consumado [de Nietzsche], sino que retrocede hacia una especie de ‘todo vale’ deprimente y depresivo”.

Trías se adelantará a mitigar el antropocentrismo, pues “somos los límites del mundo”, dirá de la condición humana

Con Platón, hace que resplandezca la religiosidad de Nietzsche, cuya noción de “muerte de Dios” ha dado pie, a su juicio, a una de las máximas deformaciones de su legado. “Él resucita la vieja religión dionisíaca”, señala, para defender también el sagrado aura que envuelven al superhombre y a Zaratustra, al tiempo que el eterno retorno es una readaptación de “la idea de eternidad”. El nexo de Nietzsche con Platón le alcanza, además, para mitigar “el exceso de individualismo” de los existencialistas, especialmente con el finiquito de la muerte. “El problema es hallar la forma de reconquistar la comunidad perdida en la tradición occidental entre los vivos y los muertos”, vindica Trías. Claro, que Nietzsche le devuelve la visita a Platón. Se hace huésped a perpetuidad de su Caverna, escrutando las sombras, sus siempre renovadas brumas, y asumiendo “las tinieblas interiores de la exclusión”.

Imperativo pindárico

Era lógico, pues, que Eugenio Trías nos invitara a desconfiar de los tan frecuentes “sincretismos e hibridismos”, por cuanto pulverizan, justamente, los límites, impidiendo su habitabilidad, el único lugar donde pueda darse “un pensamiento creativo”. En Ética y condición humana (2000), explica que la noción de límite le llegó inspirada por el limes romano, esa “franja estrecha de territorio, aunque habitable, donde confluían romanos y bárbaros, o ciudadanos y extranjeros. En las fronteras se producen siempre importantes fenómenos de colisión y mestizaje; todo pierde su identidad pura y dura de carácter originario, agreste o natural”. Tan sólo habitando el límite -para no vivir al límite ni limitado- es factible el caro imperativo pindárico (y por aquí otra conjunción de Nietzsche y Platón) de “llegar a ser lo que eres”.

Trías se adelantará a mitigar el antropocentrismo, pues “somos los límites del mundo”, dirá de la condición humana. E invita a desprenderse de “la fatuidad del yo, mera condensación momentánea de varias máscaras”. Algunos de sus pronósticos parecen escritos hoy mismo: “Hay un exceso de fanatismo. Echo en falta equilibrio y cordura. Veo que mucha gente queda pegada con el margen más superficial de temas que oye por ahí y va reemplazando unos temas con otros con absoluta falta de memoria”. O, también, cuando, a finales del siglo pasado, es preguntado por el entonces incipiente declive de las Humanidades, en general, y la Filosofía, en particular, de los Planes de Estudio, y ataja Eugenio Trías: “Si planteamos la educación de un modo estrictamente pragmático, estamos haciendo monstruos”.