ENTREVISTA

Rafael Argullol: "El verdadero artista está abocado a ser un francotirador"

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El martes pasado llegó a las librerías 'Danza humana', el nuevo volumen, de un millar de páginas, del escritor y catedrático de Estética

El escritor y catedrático de Estética Rafael Argullol, fotografiado en Barcelona

El escritor y catedrático de Estética Rafael Argullol, fotografiado en Barcelona / Manu Mitru

Antonio Puente

Antonio Puente

El martes pasado llegó a las librerías Danza humana (Acantilado), el nuevo volumen, de un millar de páginas, de Rafael Argullol (Barcelona, 1949), que, de un modo “transversal”, combina ensayo, poesía y narración. Luego de una larga treintena de libros ajustados a cada género literario, el escritor y catedrático de Estética de la Pompeu Fabra opta por esta fórmula abierta, con renglones tan volubles como los estados de ánimo. “Es una cuestión de ritmos; algo así como un viaje por sendas desconocidas en un vehículo que exige cambios de marcha”, explica.

“Cuando me escoro hacia el silencio, escribo poesía, y cuando me aproximo a la actualidad, echo mano de la prosa”, dice de este nuevo tomo, compuesto por diez libros interiores, cada uno precedido por una pregunta formulada como un careo consigo mismo o con el lector (“Y tú, ¿has sido libre?, ¿Has sido desprendido?, ¿Te has dicho siempre la verdad?”…), a sabiendas de que lo único importante es “el rigor literario”; pues puede que, como en la célebre metáfora de Lautréamont, tras un texto solo haya un espejo frente a otro espejo, sin nadie que los mire.

Autor de un estudio sobre la obra de Leopardi, coincide con el romántico italiano en que “la moda es la madre de la muerte”, y opina que, como antídoto, lo único importante, en la literatura y en el arte, sigue siendo el afán por “la obra bien hecha”.

P. Cambios de humor y hasta de marcha, poesía y prosa, actualidad y silencio… ¿Vivimos una época de profundas escisiones por reparar?

R. Se suele hablar de la brecha en tal o cual ámbito, cuando lo realmente grave es la bifurcación que nos emiten todas las señales. El nihilismo y el escepticismo se han agravado, a raíz de la pandemia y la propia guerra de Ucrania, dos acontecimientos que nos han pillado por sorpresa. Nuestras convicciones respecto al poder de la razón y de la ciencia se han tambaleado; y frente a la angustia y la incertidumbre, hay cierta banalización defensiva. Por seguir con el símil del vehículo, avanzamos en una huida hacia adelante, como si nos empeñáramos en conducir sin mirar el retrovisor. Y, por paradójico que pueda parecer, esa consciencia generalizada de un extravío me hace confiar en cierta recuperación cultural. Por supuesto que minoritaria, y no de hoy para mañana. Pero, la única forma de escapar a la emboscada es mantener la ambición por la obra bien hecha. Para ello, el verdadero escritor, o creador de cualquier arte, está abocado a refugiarse en las catacumbas, y, desde ahí, convertirse en un francotirador.

P. ¿Sustituir la torre de marfil por la caverna? ¿Retirarse, una vez más? Es curioso: a finales del siglo pasado primaba el alpinismo, émulo del ascenso a la Luna, y hoy gana adeptos la espeleología, que exige un uniforme similar al de los sanitarios durante la pandemia, y portar las propias heces para no dañar la cueva…

R. No es una retirada, sino una activa espera. A menudo olvidamos que la obsolescencia y celeridad que rigen la cultura actual también afecta a su propia banalización. Es cierto que predomina el afán por el éxito inmediato, y que la búsqueda de lo bello y trascendente ha quedado desplazada por lo interesante y bonito.  Pero se percibe también un hartazgo, por eso mismo. Hay un cierto empacho de la sensibilidad frente a la impostura con que, muchas veces, se produce el salto al éxito inmediato o la fama. Lo que se observa es una dinámica del autocolapso, sin capacidad de respuesta ante los grandes asuntos, como el cambio climático, la situación del planeta, etcétera. Esto es verdaderamente novedoso: saber que los principios que dominan el mundo se vuelven insostenibles, si la humanidad quiere sobrevivir, y que la ciencia va a remolque de los avances tecnológicos, sin la capacidad de predicción que tuvo desde Euclides a Julio Verne o Einstein. La percepción de la naturaleza como algo inanimado se está acabando, y todo esto abre nuevas perspectivas de deseo, al tiempo que da temor.

P. ¿O sea, que los famosos “sin precedentes”, que se vienen recitando desde las mascarillas de comienzos de esta década, tienen su razón de ser?

R. Creo que sólo en ese ámbito, que no es poco. Hay una clara pérdida del antropocentrismo, lo cual exige una cura de humildad y una apertura mental. Pero en modo alguno es ahora la primera vez en la historia que dormimos en el bosque o bajamos a las catacumbas, a refugiarnos como anacoretas. Literalmente, lo hicieron muchos paganos justo antes del auge del cristianismo, cuando se padeció un nihilismo feroz. Y si lees a Séneca, verás que sus arengas a los jóvenes de su tiempo son idénticas a las de hoy; les reprocha que se hayan descolgado de la tradición, que hayan bajado el listón intelectual… Y si, además, se coteja con Cicerón, por ejemplo, separados por más de un siglo de distancia, ambos parecen estar describiendo la crítica situación actual.

"El capitalismo ha vencido hasta tal punto que ha logrado camuflar su nombre"

P. Pero los púberes romanos no tenían internet, y sus mayores, además de que muchos iban armados, y sabían manejar el pulgar con los leones, les proporcionaban un útil saber para comerse el mundo… Hoy sus referentes son los influencers de usar y tirar.

R. Internet no significa ni una panacea auroral, como celebran muchos, ni un apocalipsis sin retorno, como teorizan algunos. Funciona como los antiguos telegramas, las palomas mensajeras o el tam-tam, sólo que a más velocidad, y lo idóneo o distorsionado que pueda resultar dependerá de los contenidos. Lo que sigue siendo completamente falso, hoy como ayer, es que una imagen valga más que la palabra. La cultura icónica, en cualquiera de sus manifestaciones, es mucho más endeble que la cultura escrita. Si las imágenes no se filtran y codifican desde la sensibilidad y el entendimiento, son sólo destellos. La gente consume imágenes, pero muchas veces no las mira. En un reciente viaje a Roma, me acerqué a contemplar la Pietà, y me puse a observar la actitud de las hileras de turistas. Vi que casi nadie la miraba, sino que, tras mucha espera, pasaban por delante y se daban la vuelta. Tampoco creo que la inteligencia artificial sea ninguna panacea. Su capacidad de memoria asociativa y de contextualización no se acerca a la de ningún humano, además de que genera una gran orfandad. Mi posición es que, mientras continúe la condición humana, estará viva alguna idea de utopía y de progreso.

P. ¿Qué le anima a pensar que la voluntad de trascendencia y posteridad se pueda seguir organizando como en la cultura analógica y libresca?

R. Mi optimismo, a medio o largo plazo, se basa en que el tiempo termina desmantelando la impostura. No hay ni un solo artista o escritor malo o mediocre que haya pervivido en épocas posteriores a su tiempo. A mis alumnos les digo que sería una interesante tesis doctoral analizar, por ejemplo, las contraportadas de los libros en los últimos cincuenta años; en ellas se lee todo eso de “el mejor libro”, “obra maestra”, “escritor imprescindible”, y, en la mayoría de los casos, se comprueba ya que son libelos y autores completamente prescindibles. Eso no quiere decir que algún gran creador no haya caído en el olvido, y que habrá que reflotar; pero, por fortuna, a la inversa no sucede: que tengamos que aceptar hoy a creadores malos o mediocres del pasado.

P. El diagnóstico es incontestable, pero le preguntaba por el futuro. Da la sensación de que la celeridad y banalización han terminado por diluir cualquier criterio unánime…

R. Quizás deba recalcar que estoy hablando de movimientos subterráneos y catacúmbicos. De escritores y artistas que, eventualmente, se retiran de la escena para aparecer más adelante, y aunque parezcan muy minoritarios, en realidad es que son silenciosos y se ocultan del ruido mediático. Hay muchas más complicidades minúsculas de las que podamos observar tras el altavoz. Tal vez, por temor a desentonar, ya nadie pregona que vaya en busca de la trascendencia. En mi caso, me mentiría a mí mismo si no reconociera esa voluntad, sin la cual ni siquiera escribiría. Bajo la superficie, se dan complicidades en el presente y complicidades con el pasado, pues, sin esa resistencia, no habría futuro.  No creo que pueda darse un auténtico arte sin un cierto sacrificio, una cultura del esfuerzo, en el sentido que le da Steiner, de crear a partir del “vacío de Dios”. Uno de los males más flagrantes que se observan hoy día es el adanismo: pretender ser original. La literatura de borrón y cuenta nueva es una quimera; pues cualquier exploración en la creación artística es necesariamente un redescubrir: no creamos sonidos nuevos, sino que escuchamos viejos sonidos por primera vez. Por eso considero al gran artista como un “maestro del eco”.

P. Sin embargo, hoy prevalecerían los discípulos del ruido, ¿no?

R. Claro. El peligro de nuestro tiempo es esa visión egotista y efímera, que procede de la creencia de estar descolgados de la tradición. Lo que se promueve es el éxito inmediato, fungible, contable; la velocidad del aquí y ahora, frente a la carrera de fondo. Pero, en nuestra tradición, no hay ni un solo escritor o artista dignos de tales nombres, que no hayan creado su obra sin pensar en trascender hacia la posteridad. Sin necesidad de ir muy lejos en el tiempo, reparemos en los casos de Nietzsche o Kafka, que, además, no fueron reconocidos hasta mucho tiempo después...

"Sigue siendo falso, hoy como ayer, que una imagen valga más que la palabra"

P. ¿No hay un problema grueso en la sensación de que ética y estética han tomado rumbos distintos?

R. El capitalismo ha vencido hasta tal punto que hasta ha logrado camuflar su propio nombre, y por supuesto manipula y tergiversa todo lo que no sean sus intereses. Mucha gente cree que realidad y capitalismo es lo mismo, y eso forma parte del hartazgo. Hoy prevalece el miedo a perder lo poco que se tiene, y hasta lo que no se tiene, como consecuencia de un pragmatismo moroso y excluyente, contrario a la belleza, que sólo puede provenir de la expresión de la autenticidad. La estética  sin ética es puro ‘estheticienne’. En cada época hay una dialéctica entre cosmos y cosmética, que tienen la misma raíz etimológica, y cuando prevalece está ultima sobre una idea fuerte de cosmos, mal asunto: la belleza se frivoliza y la cultura se banaliza y debilita. Me ratifico, pues, en lo de la obra bien hecha en cualquier ámbito; sólo entonces confluyen ética y estética.

P. Paul Valéry afirmaba que “todo cambia menos la vanguardia”, pero ahora ésta también ha pasado a la retaguardia…

R. A la retaguardia, no: a las catacumbas, como te señalaba. Cualquier renacimiento artístico y cultural estará protagonizado, como siempre, por las semillas de una inmensa minoría. Pero, a mayor escala, a mí me sigue pareciendo visionaria Blade Runner, la película de Ridley Scott que iluminó el final del siglo pasado; muchos de los acontecimientos actuales estaban allí. Y, pese al horizonte de nihilismo oscuro y apocalíptico que plantea, en el monólogo final se argumenta la necesidad de recuperar los grandes temas, de resguardar ciertas preguntas. Y es que el arte es lo que siempre ha sido, una pregunta sin respuesta, que, para reformularla, es imprescindible mirar hacia atrás. Ya en el Prometeo de Esquilo aparece esa necesidad de mirar por el retrovisor. Seguimos yendo a hombros de gigantes, como siempre, sólo que a nosotros nos ha tocado montar en un gigante cojo, pero su pierna no está amputada sino aletargada…

'Danza humana'

Rafael Argullol

Acantilado

1.040 páginas

38 euros