EL ANAQUEL INESTABLE

Lectura y oxigenación

El universo es un libro

Errar mucho

Prefiero las ferias del libro que transcurren en parques o jardines a las que se realizan en centros de convenciones como la de Fráncfort o la de Buenos Aires

La Feria del Libro de Madrid, en su edición de 2022

La Feria del Libro de Madrid, en su edición de 2022 / David Fernández

Paula Vázquez

La lámpara caliente, las yemas de los dedos partidas por el papel, la espalda doblada de esa forma que solo los huesos flexibles de la infancia permiten. Para quienes desde chicos vamos hacia la lectura como el puñal al corazón, esa escena inicia el asedio: la persecución de padres, tíos, incluso maestros, para empujarnos hacia el aire libre.  

En Una historia de la lectura, Alberto Manguel cuenta que, para alejarlo de los libros, su abuela le gritaba ¡andá y viví un poco! En mis tiempos de escuela, sobre todo en invierno, a veces prefería pasar los recreos leyendo, en el aula, a salir al patio con mis compañeros. Para separarme de mi silenciosa actividad, la voz de asedio bramaba: ¡salí, tomá aire, es un día de sol! Como si lectura y oxigenación fueran constelaciones distantes.

Para no desobedecer a mis maestras, muchas veces terminaba efectivamente afuera, en el patio, de cara al sol o protegiéndome con las manos del viento, achicando los ojos para seguir la historia. Hasta el día de hoy, los espacios que más disfruto para leer son el campo o la playa, con el sol caliente sobre la cabeza, el rumor del agua clara como contrapunto de las palabras que suben desde el papel.  

La vida no está en los libros

Pero, de igual modo, estoy absolutamente de acuerdo con la abuela de Manguel: la vida no está en los libros. A lo sumo, los libros nos ayudan a ensancharla, a entenderla, nos proveen placer, belleza, alguna hebra de sentido, todas cosas que la vida -fuera de los libros- tiene también a granel, si sabemos buscarlas. La insistencia de mis maestras tenía algún sentido, porque para que esas cosas ocurran lo recomendable es salir pues, como dice el lema francés, la belleza está en la calle.

Disfruto en especial las librerías que tienen espacios al aire libre, ya sea en recluidos jardines, con enredaderas que suben hasta perderse o con mesas y sillones desbordándose sobre las aceras. Cuando abrimos Lata Peinada imaginé al instante el festival y las presentaciones y lecturas en nuestro callejón del Raval, la cerveza o el vermú, la charla alegre bajo la ropa tendida en los balcones de nuestros vecinos. Por los mismos motivos prefiero las ferias del libro que transcurren en parques o jardines a las que se realizan en centros de convenciones como la de Fráncfort o la de Buenos Aires.  

Estoy convencida de que hay una relación directa entre el lugar en el que descubrimos un libro y la huella que el libro deja en nosotros

Las ferias al aire libre tienen la ventaja del sol, del aire y sus perfumes, del césped y la sombra que puede arroparnos si tenemos un rato para tirarnos a leer, entre el rumor del movimiento de cajas de reposición de novedades y las largas filas para firmas de ejemplares. Por eso me gusta tanto la Feria del Libro de Madrid.

No se trata sólo de la posibilidad de caminar a la fresca, aunque sea cada vez más un desafío con las temperaturas en aumento de Madrid. Estoy convencida de que hay una relación directa entre el lugar en el que descubrimos un libro y la huella que el libro deja en nosotros. Qué música sonaba cuando vimos la cubierta por primera vez, si estuvimos de pie apenas unos segundos, leyendo apurados una frase de faja o si, por el contrario, pudimos leer tranquilamente la contratapa, hojearlo, sentarnos a leer inmediatamente.

Pienso entonces qué clase de lector es el que transita por la Feria del Libro de Madrid: un lector un poco apabullado por el polen y el calor, pero con la ventaja de ser un caminante con vistas a los abetos recortados de formas extrañas y al gran estanque y a las cervecerías de precios ridículos.

Junto a ello, la experiencia se completa con lo que la Feria tiene fuera de los libros, en el parón del mediodía, donde se reúnen libreros con editores y escritores en restaurantes de las inmediaciones del Parque, en las actividades en librerías de autores que vienen especialmente para la Feria, en los encuentros de las últimas horas del día para comprar alguna cosita y luego elegir dónde cenar.

Si, ahora mismo, me empujaran a salir a la calle, al aire libre, lo haría con un rumbo claro: quedar con alguien en alguna de las entradas del parque del Retiro, recorrer puestos de librerías y editoriales, regalarse libros, comentarlos entre copas después. La lectura y la vida, reunidas en la Feria del Libro de Madrid