EL ANAQUEL INESTABLE

Yonquis de los libros

La relación con el libro como objeto es un vínculo emocional y sensible

Fragmento de 'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez.

Fragmento de 'Cien años de soledad', de Gabriel García Márquez. / Ricardo Maldonado Rozo

Paula Vázquez

Un rito, una manía, un empeño que muerde y no suelta. ¿Por qué leemos? En Trance, ensayo sobre su biografía de lector, Alan Pauls dice que la lectura tal vez sea la única práctica continua que queda, en la que es imposible tomar atajos sin arriesgar la comprensión. Pese a que la tendencia de los textos fragmentarios cuestiona esta idea, el libro es aún el territorio que reclama un nivel de atención que ya no estamos acostumbrados a entregar a nada ni a nadie.

Hay, además, una clase de lector que mantiene una relación particular con el objeto de su deseo. Los bibliófilos, dice el escritor mexicano Jorge Comensal, profesan un amor exagerado por el libro y sus circunstancias: el año de edición, la tapa de la primera tirada, la presencia o no de una solapa. El amor exagerado, resalta Comensal, pero ¿exagerado en relación a qué? ¿Hay una medida correcta, sana? ¿Cuál es la frecuencia que nos deja en la tranquilizadora acera de los normales?

La bibliofilia no se encuentra entre mis obsesiones. Más que el amor por los libros, lo que nos impulsó a abrir Lata Peinada fue el amor por la literatura, eso que se derrama desde y a partir de los libros, de un modo que siempre es colectivo. En esa multiplicación de encuentros que sucede en torno a una librería conocí a Germán, un bibliófilo con todos los síntomas a flor de piel.

Se me había ocurrido que Lata Peinada debía tener un sector destinado a primeras ediciones, descatalogados, evidencia de que la relación que tenemos con el libro como objeto es emocional y sensible -el recuerdo de las cubiertas de la infancia, la textura de cierto papel- y, sobre todas las cosas, indestructible. A ese anaquel lo llamamos Joyitas.

Germán lleva una pequeña librería de usados, unipersonal, online e intermitente: a veces está en Instagram y a veces no, dependiendo del tiempo y las ganas que tenga de vender los ejemplares que, según pude constatar con el tiempo, ocupan diversos sectores de la casa que comparte con su mujer y dos hijas, su oficina, la casa del padre, bauleras repartidas por la ciudad y su consultorio de obstetra, su profesión de día.

En puntual cumplimiento de la ley del doble, cuando abrimos nuestra sucursal en Madrid apareció el otro: Juanjo, un ferviente coleccionista de primeras ediciones de literatura latinoamericana. Así nació la historia de nuestra primera edición de Cien años de soledad

ESTREMECIMIENTO

Germán me lo anunció sin poder contener el estremecimiento: caminaba por los senderos de una feria de usados en una plaza de Buenos Aires cuando, en un puesto cualquiera, entre best seller y manuales escolares, lo vio, la tapa característica con el navío, como dibujado con boli, tres flores amarillas en la parte inferior. El vendedor no sabía que tenía un tesoro. Entonces, Germán sí supo disimular la emoción. 

Además del escalofrío por el golpe de suerte, me llamó la atención el ofrecimiento, se trata de esos libros que suele quedarse para su biblioteca personal. Le pregunté los motivos, pero contestó con evasivas. Más tarde, con el ejemplar varias veces envuelto dentro de mi cartera, completé los espacios en blanco: era un pecado que un bibliófilo dedicado a las primeras ediciones de latinoamericanos no tuviera un ejemplar de la primera edición de Cien años de soledad. Aun sin conocer a Juanjo, Germán quería que ese ejemplar llegara a sus manos. 

A veces imagino un encuentro entre ellos. Intuyo que me perdería en los datos, nombres de editores, ilustradores, traductores, que buscaría alguna excusa para deslizarme hacia afuera, para acomodar libros en anaqueles o mirar en el teléfono alguna cosa. Quizás nunca ocurra, aunque también pienso que, de algún modo, la conversación que les interesa la alimentan hace años, entre encargos imposibles, búsquedas a medida, las Joyitas cruzando el océano, en un barco de mundos nuevos y huellas y sombras llamado libros.