EL ANAQUEL INESTABLE
El universo es un libro
No puedo más que llenarme de ilusión y ser feliz ante cada Sant Jordi
Paula Vázquez
Imposible no salir de un buen Sant Jordi con los sentidos intoxicados, la mirada afectada por ponzoñosos efluvios borgeanos que te liquidan todo resto de posición crítica. Es cierto que soy de romance fácil, sufro de un optimismo conjetural como medida previa de todas las cosas. Será que para ser librera se requiere esta naturaleza de espíritu.
Por eso, a pesar de que conozco las cifras de crisis del sector, el aumento del precio del papel, la hechura de los libros que más venden, la concentración que sufre el sector a nivel mundial y un largo etcétera de odiosas realidades, no puedo más que llenarme de ilusión y ser feliz, estando cerca o lejos, ante cada víspera de Sant Jordi.
Pero, ¿qué tiene este día que no tengan otros?
Condiciones venturosas
Este último, en particular, fue el primero que nos tocó en condiciones más o menos venturosas desde 2019. Luego vino la pandemia, luego el azote del granizo y vientos huracanados sobre nuestras escasas protecciones contra la lluvia.
Gracias al indudable rosario de rezos y promesas y versos -los rezos laicos- que todos los libreros elevamos al cielo durante meses, el último domingo vivimos un Sant Jordi con más de tres kilómetros de puestos en las calles y, según dicen, un sensible aumento de las ventas respecto del último año bueno.
Sin embargo, lo que me interesa del día después no son los detalles parroquiales de síntesis que hacen los gremios y los periódicos, tan afectos a las listas de los más, más y más. Lo que me interesa es precisamente ese ambiente de éxtasis, la fiesta, esa resaca emocional, el resto espumoso que nos queda sobre el pecho después de un día entero en que una marea de libros inunda las calles.
Entonces: ¿qué tiene este día que no tengan otros?
Actividad colectiva
La literatura es una actividad colectiva. El vínculo con el libro es emocional, la conversación que se da en torno a los libros crea lazos entre la gente. Por eso es que las librerías son lugares mágicos. Esto se verifica cada día, en lecturas, presentaciones de libros o sencillamente en una recomendación que hace un librero, pero es más evidente en los festivales y en las ferias, en los encuentros y celebraciones, en lo que dejan. Sant Jordi es, sin par, el día en que todos esos postulados encuentran síntesis y verificación.
Entre libreros y clientes, editores, agentes comerciales, escritores, trabajadores de prensa, se construye un hilado especial que va mucho más allá de lo que en otros oficios se conoce como colegas
Quizás como consecuencia de la naturaleza de ese objeto perfecto sobre el que tejemos hilos y estrategias, amores y desencuentros, en nuestro rubro las redes son potentes, y entre libreros y clientes, editores, agentes comerciales, escritores y escritoras, trabajadores de prensa y otros etcéteras, se construye un hilado especial que va mucho más allá de lo que en otros oficios se conoce como colegas.
Iniciativa
El proyecto Editores por un libro, de la editorial sevillana Barrett, es una iniciativa que pone en acto estos fundamentos. Este año, nuestro Sant Jordi fue muy especial porque nos tocó pasar de libreros a editores por un libro: Araneae, de la escritora mexicana Nayeli García Sánchez.
Descubrir el manuscrito, haber podido trabajar con la autora y verlo, ahora, publicado, es la continuación de nuestra tarea de libreros por otros medios. Es, sobre todo, otro modo de celebración del hilado colectivo que es la vida entre libros.
“El universo es un inmenso libro”, escribió el místico sufí Ibn-Arabī. Somos los versículos de un único libro mágico y, como escribió mi compatriota el gran Georgie -que, como todo genio, decía copiando a otros que dijeron antes- ese libro incesante es la única cosa que hay en el mundo. Es, mejor dicho, el mundo, desmesura de Sant Jordi mediante, la maravilla: una ciudad tomada por las librerías y las editoriales y los escritores y escritoras.
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