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Los disfraces del erotómano

"La poesía es un vómito de piedras preciosas", definió Carlos Edmundo de Ory, que este abril habría cumplido 100 años

El poeta Carlos Edmundo de Ory

El poeta Carlos Edmundo de Ory / Laura Guerrero

"Cuando era niño, me metieron en una familia»", dijo de sí mismo Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923-Thézy-Glimont, Francia, 2010), ilustrando así su antigregarismo radical. Y en sus poemas, precisó: "Soy un errantómano en permanente orgiasmo", para llamarse también "vocero del silencio". El carnavaleo de su origen gaditano, hace 100 abriles, le alcanzó para atesorar un ajuar tan variopinto como "lobo", "payaso", "apátrida", "trotamundos"... hasta "monje nihilista", "arlequín errante", "náufrago del éxodo", "viudo mágico" y "pordiosero erótico".

Autor de una poesía de difícil clasificación, siempre en proceso y atenta a la conjura de los dualismos más dispares, con abruptos cortes cíclicos, jugaba al despiste de definirla como un "criadero de cánones y fugas", y agregar que en su poesía "no hay sitios; solo hay fulgor". 

Órfico y fundacional -afín, en ese sentido a otros coetáneos incunables, como Juan Cirlot, Joan Brossa y Francisco Pino-, una cierta aura de poeta maudit, junto a una tardía difusión de sus versos torrenciales, a partir de los ismos más dispares, eclipsaron el lugar central que merecía. Libérrimo irredento, o bien no enmendaba nada, proclamándose "delincuente puro" y "huraño criminal de la infancia", y asumiendo su obra como el "itinerario del solista proscrito", o bien hacía esta enmienda a la totalidad: "El mundo de los necios abandono transformado/ porque se ha desgarrado para mí el velo del engaño", y es que "me duele el corazón de ser un genio".

"Funámbulo y asceta", como lo definió Pere Gimferrer, el Ory más genuino es el que practica el maridaje irreductible entre religiosidad y carnalidad, con reconocer que "los dos poderes más grandes son/ la excitación religiosa y el anhelo sensual". "El erotismo -explicó en sus Diarios- es inseparable de la muerte, y la cantidad de lirismo proviene del aniquilamiento, de la perdición". Tras esa correspondencia entre erotismo y destrucción, su rasgo estriba, muchas veces, en dar cuenta de la elegía desamorosa en el momento presente del fervor carnal, y, sobre todo, en equiparar este último al acto poético: "Todo poema vive en los labios donde fue/ vivida la dulzura de muchacha besada".

Feminidad

La esencia de la poesía y del amor se expresan a través de la feminidad; "las palabras son mujeres", asevera, para apreciar, en su reverso destructivo, que la reciente mujer amante, ahora "Te mira ojo a ojo Te/ pide no se qué Te mata", y concluir, en otra parte, con estas inquietantes tablas: "Hablar a una mujer que nos ama/ de otra mujer que amamos/ no se puede hacer en este mundo/ ¿Pero quién tiene la culpa?/ Yo me callo - nieve helada".

A través de la carnalidad del verbo ("Amo a una mujer de larga cabellera"), una constante en el autor de Metanoia (1978) y Aerolitos completos (2022) es que la poesía verse siempre, además, sobre el misterio de su propia naturaleza. De ahí que su poesía "no sale por la puerta, sino por las rendijas", y se le sienta la respiración en "libros que son bronquios". Mientras se tiñe, advierte, con "el pelo verde de Baudelaire", De Ory inocula el vanguardismo en las estructuras clásicas, hasta obtener un único fluido; y hace dialogar a Novalis y a Friedrich Nietzsche con Miguel de Unamuno y Antonio Buero Vallejo (sobre todo, Vallejo, como se titula un soberbio poema suyo de homenaje al autor de Trilce, un libro cuyo ludismo trágico es determinante entre sus ascendentes).

Sin concesiones a la galería, y "con voluptuosidad de góndola vacía", se conminaba a "escribir a mandíbula batiente", para escrutar "lo callado a manos llenas"; "poner arriba el abajo" y "llamar a las cosas por sus cumbres". Metapoético de carne y hueso, señaló: "La poesía es un vómito de piedras preciosas". Y, más sugerente aún, se trata de "poner un huevo negro en el nido del no-decir".