DEBATE

¿Existe una literatura LGTBIQ+?

Escritores, editores y otros actores del mundo literario reflexionan sobre si gays, lesbianas, transexuales y personas de género fluido tienen una una forma diferencial de escribir

El escritor André Aciman, autor de 'Llámame por tu nombre'

El escritor André Aciman, autor de 'Llámame por tu nombre' / DANNY CAMINAL

Eduardo Bravo

«Has abierto un debate en la oficina, porque es un tema que no nos habíamos planteado. Las agencias literarias trabajamos con cada autor de manera individual. Ni siquiera nos planteamos la publicación de nuestros autores dentro de una colección determinada. Por eso, aunque no creemos que exista una literatura LGTBIQ+, sí que existe la etiqueta LGTBIQ+». comenta Amaiur Fernández, de International Editors’ Co.

«Personalmente, a mí lo LGTBIQ+ me parece una fórmula matemática. Es una expresión que viene del mundo queer de las universidades yanquis que casi nadie de los que están dentro entiende, así que los de fuera ni te cuento…», responde Luis Antonio Villena. «En todo caso -continúa-, no creo que haya una literatura gay o lésbica, igual que nadie habla de una literatura heterosexual. Hay literatura. Luego, dentro de ella, hay literatura de temática gay y literatura de temática lésbica».

Como ya adelantaba Amaiur Fernández, el tema es complejo y lleno de matices. Tanto que, [atención, spoiler], es muy probable que, al finalizar este reportaje, el lector no obtenga una respuesta concluyente. No obstante, como le sugería Sócrates a Aristodemo al inicio de El Banquete: «juntos los dos, marchando por el camino, deliberaremos lo que vamos a decir» pues, más allá de dilucidar si existe una literatura LGTBIQ+, lo interesante será conocer los diferentes puntos de vista de los invitados a este particular banquete.

A diferencia de Fernández y De Villena, Mili Hernández, propietaria de la librería Berkana y de la editorial Egales, no solo defiende la existencia de una literatura LGTBIQ+ con una voz narrativa diferenciada, sino que que afirma convencida que dicha literatura, cuyos orígenes estarían en las revueltas de Stonewall de los años setenta, «ha llegado a salvar vidas. En una época en la que no había redes sociales y el cine apenas tenía personajes gays, la gente buscaba respuesta a sus dudas en los libros».

Literatura activista

Ese concepto de literatura LGTBIQ+ que defiende Mili se acerca mucho al que manejan Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo, responsables de la editorial Dos Bigotes, para quienes «este tipo de escritura lleva implícito un cierto activismo, obvio o no, que contribuye a visibilizar realidades diversas y generar referentes, que no tienen por qué ser perfectos ni modelos a seguir, pero que tampoco son objeto de mofa por su orientación o identidad».

No obstante, cuando parece que se avanza en el pantanoso terreno de las definiciones, un nuevo punto de vista obliga a desensillar y repensar el camino. «Se ha dado una exagerada importancia a la elaboración de caracteres LGTB en las ficciones y su influencia en la vida la gente», explica el escritor Rodrigo García Marina. «Quizá haya que plantearse que no somos exactamente lo que hemos leído porque, en ese caso, hace tiempo que deberíamos habernos convertido en asesinos en serie, héroes o periodistas del New York Times. En mi opinión, lo que hace la ficción es ayudarnos a comprender los engranajes de la realidad de un modo más sutil. Por ejemplo, a mí Dumbo siempre me pareció muy marica. Mucho más que Mauri en Aquí no hay quien viva, o la poesía de Rimbaud. De hecho, estoy convencido que soy el marica que soy gracias a él».

Independientemente de que exista una literatura LGTBIQ+ o que se reduzca todo a libros de temática gay o lésbica, lo que parece indiscutible es que ese tipo de libros abordan experiencias vitales que no acostumbran a aparecer reflejadas en la literatura de autores con sexualidades normativas.

Realidades estancas

«A nosotros nos suceden cosas adscritas a nuestra cultura, a nuestra forma particular de estar en el mundo o a las estructuras de opresión que impone la economía de la heterosexualidad obligatoria. Todos estos son temas que pueden aparecer en las ficciones», explica Rodrigo García Marina, que pone el ejemplo de la Trilogía sucia de La Habana. «En ella, Pedro Juan Gutiérrez introduce a una gran cantidad de personajes con estos problemas, pero no es ninguna clase de activista, ni siquiera es homosexual. Lezama Lima, que sí lo era, no hace una literatura donde se vea con claridad estas cuestiones, aunque sí queden implícitas. Entonces, ¿cuál de los dos se dirige a un público LGTB? ¿Qué es lo que se supone que debemos leer los maricones?».

Los ejemplos mencionados por García Marina resultan especialmente llamativos cuando se aplican al escenario de la literatura española contemporánea donde, mientras que los autores heterosexuales no tienen ningún prurito en escribir sobre perros parlanchines, viajes espaciales o batallas en el cabo de Trafalgar, sin ser canes, astronautas, ni marineros de la corte de Carlos IV, sin embargo no son capaces de incluir en sus obras escenas o personajes LGTBIQ+.

«Javier Marías escribió un cuento gay y me lo dedicó. Porque era amigo y porque era gay, supongo», recuerda Luis Antonio de Villena. «A pesar de ese ejemplo, es muy raro que los autores heterosexuales escriban algo gay. Piensan que no tienen nada que decir sobre ese tema, olvidándose de que se lo podrían inventar, igual que yo me inventé la vida de una mujer en Pensamientos mortales de una dama».

Prejuicios

Ese prejuicio, desconocimiento y desinterés por la realidad LGTBIQ+ que demuestran los escritores españoles es, en muchas ocasiones, compartido por los lectores heterosexuales, que dicen no sentirse llamados por esos contenidos. Un razonamiento con el que, desde Dos Bigotes, no están de acuerdo: «Del mismo modo que es importante ofrecer referentes e historias en las que el colectivo LGTBI+ se sienta identificado y representado, también lo es que cualquier lector acceda a estos libros porque la literatura puede ayudarnos, si no a cambiar las cosas, a entenderlas mejor». Por eso, en opinión de Alberto Rodríguez y Gonzalo Izquierdo, cualquier persona es lector potencial de literatura LGTBIQ+, «al igual que las personas LGTBIQ+ consumen literatura protagonizada por personajes heterosexuales que es, además, la mayor parte de lo que se publica».

No obstante, incluso esa literatura considerada heteronormativa, podría ser subvertida y cuestionada, llevando así la situación al absurdo y poniendo a ese lector heterosexual convencido en un incómodo brete. «A mí Jane Eyre me parece una novela bastante queer en un sentido laxo porque, obviamente, el concepto de lo queer es histórico y posterior al siglo XIX», comenta Rodrigo García Marina. «El trato que se da alrededor del deseo en Jane Eyre no es para nada convencional. ¿Convierte esto a Charlotte Brontë o a sus lectoras en lesbianas? Por el contrario, Sartoris, de Faulkner, no versa sobre estos temas. ¿Podemos los lectores LGTB leer esa novelas? ¿Faulkner está para nosotrxs? ¿Vamos a ser capaces de entenderle?».

Libros que buscan el negocio editorial

«Que un libro esté disponible o no en una librería depende de que una editorial decida publicarlo», explican desde Dos Bigotes. «Otro tema será si detrás de esa decisión existe un verdadero compromiso con el colectivo. Por ejemplo, que lo que se decide publicar contribuye a la difundir la diversidad, si en ella está representada la totalidad del colectivo, si es coherente con el resto de títulos o si es un interés puramente mercantilista o comercial».

«A finales de los años 90, cuando mucha gente salió del armario, las grandes editoriales creyeron, tal vez ingenuamente, que iba a haber muchísimos lectores gays y todas querían un libro gay -recuerda Luis Antonio de Villena-. Cuando pasó el tiempo y vieron que esos nuevos lectores no existían, se echaron para atrás. Por eso hoy, un chico que tenga una novela gay tendrá que editarla en editoriales pequeñas; en las grandes te aseguro que no».

Sin cuestionar el testimonio del autor de La nave de los muchachos griegos, Amaiur Fernández defiende que «cada vez se publican más libros protagonizados por gays o lesbianas en editoriales generalistas. Por ejemplo, Llámame por tu nombre de André Aciman (Alfaguara), Luz de Elisabet Riera (Sexto Piso/L’Altra editorial) o Cinzia de Leo Ortollani (Nuevo Nueve) en novela gráfica». Un fenómeno en el que desempeñan un importante papel las nuevas librerías especializadas en tema LGTBIQ+, como El Noa Noa, Acció Perifèrica o Mary Read, que se suman a otras más veteranas, como Antinous, Cómplices y Berkana.

«Hay más librerías que nunca y la clave está en la gente joven», explica Mili Hernández. «A mi librería vienen chicos y chicas gays, lesbianas y trans, que me cuentan cosas de su vida, como que sus padres les aceptan como son, que viven su sexualidad libremente y sin miedo. Jóvenes que buscan el libro de Heartstopper o títulos LGTBIQ+ para público juvenil que se están publicando en Penguin Random House o Planeta. Cuando los veo, pienso «lo hemos conseguido», porque son estos grupos de jóvenes los que, a través de la cultura, mucho más que a través de la militancia que está un poco desactivada, pararán el discurso de odio de partidos como Vox».

Junto con las editoriales y las librerías, la tercera pata del negocio editorial son los medios de comunicación que, como sostiene Rodrigo García Marina, «suelen utilizar a los autores LGTB para cumplir sus cuotas y producir lo que en estrategia de marketing se llama 'público objetivo'. Se asume una falsa correspondencia de compra-venta entre los autores LGTB, los temas LGTB y su target. El problema es que yo no escribo para gente LGTB, escribo para todas las personas que desean leerme. En este caso, el periodismo cultural juega un papel de capitalización y fetichización de identidades subalternas, eminentemente políticas. Nuestras historias ya están reproducidas en la historia de la literatura, mucho antes de que tuvieran entidad o los nombres por los que nos reconocemos actualmente. Por eso, no necesitamos una página en un medio, necesitamos vidas vivibles. Esto, lamentablemente, no nos lo proporciona una novela sobre el acoso escolar sistemático que sufrimos en la escuela».