ENFERMEDADES

Día Mundial de la Diabetes: cien años de la insulina salvando vidas

La diabetes tipo 2 afecta cada vez a más personas por la disposición genética y una mala dieta, pero ya no es una sentencia de muerte

Un hombre se inyecta insulina

Un hombre se inyecta insulina

Pablo Ramón Ochoa

A principios de este año, la comunidad de personas con diabetes quedó en shock por la muerte de un niño de tres años en Alicante. Al pequeño se lo llevó, en cuestión de semanas, una diabetes no detectada a tiempo. "Tener un caso tan cercano que se podría haber evitado teniendo esa información en un centro de salud o en la escuela nos afectó", explica la responsable de actividades de la Asociación Valenciana de Diabetes, María Deltoro, cuenta a Levante-EMV, medio que pertenece al mismo grupo que este diario.

Hace cien años, que son tan solo un chasquido para la historia de la humanidad, ese desenlace era lo común. Diabetes y muerte iban ligadas de la mano. La propia Deltoro lo sabe porque es persona con diabetes tipo 1 desde la adolescencia. El descubrimiento de la insulina en 1921 le cambió la vida a ella y a millones de personas.

Este domingo se conmemora un Día Mundial de la Diabetes que, si cabe, es más especial que los demás para los que lo celebran. Hace justo un siglo desde que los canadienses Frederick Banting y Charles Best cambiaron el rumbo de la historia. "El descubrimiento de la insulina en la Universidad de Toronto constituye uno de los más grandes avances de la medicina de todos los tiempos", afirma el catedrático emérito de Medicina de la Universitat de Valencia Rafael Carmena. Este reputado endocrino valenciano, premio Rei Jaume I, llegó a coincidir con Best en congresos médicos en los años 70 en Estados Unidos. Y es que Best era un chaval cuando hizo el descubrimiento en los años 20: estudiaba segundo de medicina.

"Se dice que él y otro compañero lanzaron una moneda al aire para ver quién sería el ayudante de Banting ese verano, ya que los dos querían la plaza", cuenta Carmena. Aunque ya había habido avances, sobre todo del médico rumano Nicolae Paulescu, no se había conseguido aislar y purificar la sustancia que más tarde se denominó insulina. "La genialidad de Banting y Best consistió en que consiguieron ligar el conducto del páncreas exocrino, atrofiándolo", explica Carmena, quien cree que los investigadores norteamericanos llegaron a una idea "que a nadie se le había ocurrido probar antes".

Lo que se logró al cerrar ese conducto es que no pasasen unas enzimas que destruían la ansiada insulina, que precedía de las secreciones del páncreas endocrino. Algo similar a lo que supone para el agua del mar que se detenga un vertido de petróleo. Al tiempo, el agua se purifica. La insulina también.

Un descubrimiento para el Nobel

El momento del eureka llegó cuando le extirparon el páncreas a una perrita llamada Marjorie y, con la recién creada insulina procedente de otro animal, la mantuvieron viva y controlando su diabetes durante varios meses. "Los pacientes humanos, hasta ese momento, se morían. Era una sentencia de muerte", recalca Carmena.

Decenas de miles de niños en el mundo entero eran víctimas de la temida diabetes. Otros tantos padres de Estados Unidos y Canadá se lanzaron lo más rápido posible en tren hacia Toronto, donde estaba la inesperada cura para sus hijos. Orinar frecuentemente y adelgazar muchísimo a pesar de comer bien eran los indicadores de que un niño tenía diabetes. Las duras fotografías de aquella época, que Carmena enseña a sus alumnos, muestran cómo pequeños aparentemente desnutridos pasaban en poco tiempo, con la insulina, a recuperar su estado saludable. No era milagro, era ciencia.

El descubrimiento de Banting y Best se hizo en el Laboratorio de Fisiología del profesor John Macleod. Es por eso que su nombre apareció en la publicación del descubrimiento en 1922. La academia sueca vio Macleod y Banting y a ellos los nombró ganadores del Premio Nobel de Medicina en 1923.

"Los del Nobel, que hacen cosas muy extrañas a veces, le dieron el premio el año siguiente, cuando lo normal es que pase por lo menos una década. Nuestro Severo Ochoa, por ejemplo, estuvo diez años esperando hasta que se lo dieron. Esta fue la única vez que lo concedieron tan pronto", subraya. La trascendencia de la insulina queda patente solo sabiendo ese dato. Lo que no es tan conocido es lo que sucedió detrás de los focos de Estocolmo. "Banting protestó enérgicamente la concesión a Macleod, dijo que mientras él y Best, que no fue nombrado en el premio, descubrían la insulina, Macleod estaba pescando en Escocia. Jamás volvieron a cruzar palabra, fue una tremenda lucha de egos y Banting al final repartió su parte del premio con Best", repasa el endocrino.

"La vida en un vial"

Lo básico para entender la diabetes tipo 1, la suya, es que el cuerpo no produce insulina. La consecuencia directa es que el nivel de azúcar en sangre del paciente se va por los aires porque la insulina es justamente la hormona que ayuda a la glucosa a entrar a las células para darles energía. En vez de eso, permanecen en la sangre.

Monzó se pincha insulina cuatro veces al día desde niño, una tras cada comida. Tiene el cuerpo lleno de moratones y cuando cuenta como se pincha, el fastidio es notorio. "Pero es mi salvación de vida", reconoce. De pequeño, cuenta, la insulina que compraba era porcina. Ahora es sintética y la lleva como si fuera un boli en el bolsillo de la chaqueta. "Pero este boli no es para escribir, es para pincharme", bromea. "Lo peor que hay con el azúcar son los altibajos", afirma. Hace poco, el azúcar se le bajó tanto mientras conducía que perdió el conocimiento y volcó con el coche en una cuneta. Salió ileso, pero es el día a día al que se enfrentan. Por lo menos, ya habla de su enfermedad: "de joven me sentía defectuoso", recuerda.

La epidemia silenciosa

Si un paciente es obeso, al mínimo antecedente genético que tenga en la familia se convierte en diabético",