LOS ESCENARIOS DEL 11-M 20 AÑOS DESPUÉS (I)

Mina Conchita, de donde salieron los explosivos del 11-M, se cegó y el silencio inundó el valle del Narcea

La galería de la que se sustrajo la dinamita de las bombas que causaron 192 muertos lleva años tapiada con piedras y hormigón y es incómodo para los vecinos recordar aquel episodio

Uno de los mineros condenado en primera instancia y luego absuelto trabaja en una ganadería en Tineo: "No os hablará de aquello"

La entrada a Mina Conchita, en Asturias, de donde salieron los explosivos, fue cegada con piedras y bloques de hormigón.

La entrada a Mina Conchita, en Asturias, de donde salieron los explosivos, fue cegada con piedras y bloques de hormigón. / Alba Vigaray

Roberto Bécares

Roberto Bécares

Para llegar a Mina Conchita, en Belmonte de Miranda, en los límites de Tineo, de donde se sustrajo la dinamita que causó el mayor atentado terrorista en la historia reciente de Europa, hay que bajar una pequeña cuesta que sale de la AS-15 a la altura del kilómetro 22 y cruzar el puente que usan a diario los trabajadores del embalse de Soto de la Barca, en el paraje de Calabazos. Carteles advierten del peligro de adentrarse en la instalación hidráulica, mientras se escucha el bramido del río Narcea, ahí abajo, muy abajo, serpenteando este valle de abruptas montañas pobladas de castaños y eucaliptos.

La carretera sigue tras el puente hacia la presa, pero para ir a la mina de caolín hay que adentrarse al otro lado, por un camino embarrado, en el que aparecen de repente tirados en el suelo guantes, bidones y cascos de minero. Material de trabajo habitual en el valle del Narcea. “Toda esta zona ha vivido toda la vida de la minería; está lleno de minas por todos los sitios”, contará luego un paisano en Tuña, un municipio cercano.

Alguien ha andurreado por el camino a Mina Conchita recientemente, ya que hay varios aperos -entre ellos un pico y un mazo- encima de una roca manipulada. Hay que seguir andando otros 200 metros, sorteando maleza y zarzas, para llegar a la entrada de Mina Conchita, al lado de un arroyuelo que descarga en el Narcea.

Picos y un mazo, entre otros aperos, abandonados en el camino que va hacia Mina Conchita.

Picos y un mazo, entre otros aperos, abandonados en el camino que va hacia Mina Conchita. / ALBA VIGARAY

Enormes piedras apiladas ciegan la cueva, de la que sólo se intuye la entrada en forma de pico si a uno no le importa ponerse de barro hasta las orejas y se adentra mucho en la frondosa vegetación que ha crecido en estos años, que hace muy difícil encontrarla. Por las inmediaciones, sigue habiendo cables de detonación de colores de la que fuera mina de la empresa Caolines de Merillés, S.A.

Hasta allí, a finales de febrero de 2004, se desplazó en un Toyota Corolla el ex minero Emilio Suárez Trashorras, que se conocía bien el camino -había trabajado allí-, con el menor Gabriel Montoya. Tras hablar con dos personas “que vestían mono azul”, según recoge la sentencia de la Audiencia Nacional del 11-M, Trashorras volvió al coche y dijo: “Esto está hecho. Esto está bien”.

El 28 de febrero, en tres ocasiones más, Trashorras volvería a la mina con el terrorista Jamal Ahmidan, alias el Chino o Mowgly, cerebro de los atentados, y otros yihadistas, a cargar los explosivos Goma 2 Eco que habían sido sustraídos de la mina y que fueron usados para fabricar las bombas que días después, el fatídico 11 de marzo, segaron la vida de 192 personas y causaron más de 2.000 heridos.

En una de las visitas a la mina, para la que le prestó unas botas al ‘Chino’, le comentó a éste “que se acordara de coger las puntas y tornillos que estaban unos 15 metros más adelante”. Trashorras fue condenado a 34.175 años de cárcel como colaborador necesario en los atentados [recientemente ha pedido la eutanasia ante su delicado estado de salud mental y la larga condena que le queda todavía: otros 20 años más].

Vista del puente que cruza el Narcea, en Asturias, y lleva hasta Mina Conchita, de donde se sustrajo la dinamita usada el 11-M

Vista del puente que cruza el Narcea, en Asturias, y lleva hasta Mina Conchita, de donde se sustrajo la dinamita usada el 11-M / ALBA VIGARAY

“Había mucho descuido entonces con la dinamita, mucha gente trabajaba en las minas; han sido muy importantes para este concejo”, explica Antonio, en otra de las pedanías del valle, mientras poda los arbustos de su jardín. Cuando se le pregunta por aquello, encoge los hombros: “Hace tanto tiempo ya...”. Al igual que la mina se cerró a cal y canto, el silencio inundó el valle tras los atentados, igual que el embalse de Soto de la Barca anegó el viejo pueblo de Bebares, cuyas viejas casas de piedra arrumbadas son visibles estos días por el bajo nivel del agua.

La gente del valle no quiere recordar el 11-M. “De aquellas se habló mucho, pero aquello tampoco fue para tanto”, responde otro vecino de la zona que parece esforzarse para hacer memoria por acordarse de ello. “Fue una tragedia total. Para la zona fue un trauma, aunque la gente que trabajaba ahí eran más de Tineo, de Cangas...”, replica Juan, que acude a tomar café al bar de Tuña, uno de los pueblos que mantienen un poco de vida en el valle, que ahora vive el drama del desempleo que ha provocado el cierre de la central térmica del Narcea, que sigue en proceso de desmantelamiento.

La maleza se ha apoderado del camino que lleva a Mina Conchita.

La maleza se ha apoderado del camino que lleva a Mina Conchita. / ALBA VIGARAY

“Recuerdos hay, pero la gente ya no quiere hablar de aquello, yo conozco a gente que trabajaba allí, algunos se fueron a otras minas”, dice otro paisano que prefiere “no dar” su nombre, pero sí que cuenta que el responsable del control de Mina Conchita, Emilio Llano, de Grado, que pasó dos años en prisión preventiva, pero fue luego exonerado, “quedó muy tocado de aquello”.  Falleció en 2010 de un cáncer. Tenía 49 años. "Dicen que de todo aquello pilló la enfermedad".

Junto a Cangas del Narcea, Tineo, cuya capital del mismo nombre se alza con sus casas de colores en lo alto de una ladera, como si fuera una muralla, es uno de los municipios más grande de la zona. “En Mina Conchita eran pocos trabajadores”, cuenta José, ex minero jubilado que toma una cerveza en un bar del centro del pueblo, donde explica que el trasiego con la dinamita era habitual en las minas. “Es que donde no se podía dar con el martillo se usaba, para hacer los coladeros y los pozos”. Él se dedicaba al cuarzo, pero apunta que Raúl, que ahora vive en el pueblo, sí trabajaba en Mina Conchita.

Paraje donde se encuentra Mina Conchita, en el valle del Narcea.

Paraje donde se encuentra Mina Conchita, en el valle del Narcea. / ALBA VIGARAY

“Vive en San Roque, sí”, confirma un policía municipal, que recuerda que estuvo en la cárcel por los atentados. Era, es, Raúl González Peláez, 'el Rulo', minero artillero, quien habría facilitado explosivos a cambio de cocaína a su ex compañero Trashorras, sin conocer para qué serían destinados. Él mismo reconoció en el juicio el descontrol que había con los explosivos en Mina Conchita y que la llave de los minipolvorines se dejaba encima de una piedra o un árbol. La Audiencia le condenó a cinco años como autor de un delito de suministro de explosivos, pero el Tribunal Supremo le liberó meses después ante la “debilidad” de la prueba de cargo contra él.

Mina Conchita, en una imagen tomada en 2010, antes de que se cegara.

Mina Conchita, en una imagen tomada en 2010, antes de que se cegara. / Luisma Murias

Ahora trabaja en la vaquería de sus suegros en lo alto del pueblo. Nadie parece saber a ciencia cierta si tuvo que ver o no con las explosiones de los trenes de Madrid. “Mira que vi en el periódico mucho hablar de él. Hablose mucho entonces, pero ya no; a él ya no se le ve casi, ni habla con nadie. Antes era mucho de ir a bares, pero ya casi no se le ve”, comenta un paisano por la zona de San Roque, junto al polideportivo.

Un vecino de Tineo pasea con un carrito de bebé por la localidad.

Un vecino de Tineo pasea con un carrito de bebé por la localidad. / ALBA VIGARAY

Es la hora de comer y en la vaquería no hay nadie ya. Varias vacas pastan tranquilas en el prado. Alguien nos indica la casa donde podríamos encontrarle. Es una casa baja con finca custodiada por un pastor alemán. Sale una señora mayor a recibirnos.

- Buenos días, perdone, venimos buscando a Raúl, somos periodistas, que hemos venido a hacer un tema del 11-M

- No está aquí ahora, pero tampoco hablaría de aquello.

Otro de los silencios más que inunda el valle del Narcea.