Opinión | OBITUARIO

Jerónimo Saavedra: el hombre de todas las estaciones

Fue de los políticos más cultos que tuvo este país e hizo que la música clásica fuera como un himno insular presente e inolvidable. Nos hizo más cultos a los canarios

Jerónimo Saavedra, fallecido este martes.

Jerónimo Saavedra, fallecido este martes.

Era tan versátil, tenía tanto humor, era tan serio en los asuntos que trataba, tan fiable, que podría decirse que era más que un solo hombre, era una orquesta. Hizo que la Universidad de La Laguna, a la que perteneció, fuera mejor, más llena, más divertida, y que el Colegio Mayor San Fernando, que estaba al lado, fuera un centro de discusión incluso cuando discutir formaba parte de los libros perseguidos por el régimen. En esa sede, y en sus clases, era más que un profesor: era también un estudiante, interesado en lo que pasaba en las aulas, en las casas y en la vida cotidiana de la política, que era todavía ausente, un enigma del que se hablaba en cuchicheos.

Ahí lo conocí, en la universidad, y después lo traté como amigo de los socialistas canarios, y finalmente como socialista. Al contrario que los políticos que hacían de la militancia una presunción, por el secretismo, o porque despertaban la sensación de que sabían más que nadie sobre el desarrollo futuro del país, o de las islas, él se abría a contar sobre sus encuentros, en Madrid o en las islas, así que no ocultaba visitas para disfrutarlas solo, o con unos cuantos.

Nos presentó a Felipe González, cuando éste se llamaba Isidoro, y nos contaba, entonces, y cuando ya era normal imaginarlo con los que decidían en la política, de qué iba aquella Transición en la que él luego (siempre en las islas y en la Península) era un peón moderno, alguien que sabía más que lo que contaba.

Cuando la vida política ya dejó de ser la universidad o la intriga política y debió tomar partido por su ejercicio, resultó indispensable en la puesta en marcha de una novedad mayor de la historia isleña, que se juntaran todas las islas en una sola administración política. Fue generoso en su asociación con otros, un hombre de pactos, es decir, una persona bien educada a quien la militancia no le quitó las ganas de quedar para acordar. En esos episodios en que alternó las clases con la lucha por el porvenir político, de España, del Archipiélago, no dejó atrás ninguna de sus pasiones, ni la de la amistad, ni la de la música ni la de... la política, pues esta era siguió siendo siempre más que un entretenimiento civil, un compromiso. Como ministro fue un eje entre su tierra y la Península, estuvo en la tradición de los que, al tener poder, supo usarlo para todos y nadie olvida que la educación estuvo en buenas manos con él, igual que cumplió con diligencia su pasión por el territorio que debió administrar.

En el mundo de las medias palabras, era de las palabras enteras. Debía venir del oído absoluto que manejó para que le brillara la música, pero ese sentido común con el que combatió hasta los destrozos que sufrió cuando fue despojado del poder que ejerció como presidente de Canarias le sirvió para que no se rompiera esa asignatura moral, la elegancia, que enseñaba cada vez que abría la boca.

Fue fiel a su partido, y aunque su ironía, que lo convirtió en un conversador fuera de serie, le ayudaba a decir lo que fuera sin tapujos, jamás hizo de su propia opinión una sátira que dejara a los suyos con el vientre al aire. Ese modo de ser, que resulta insólito, formaba parte de su naturaleza, y era un ejemplo que a muchos de los que tenía cerca los llevó a ser, como Ángel Víctor Torres, que fue uno presidente canario y que ahora es ministro, dignos sucesores de un modo fiel de servir a la política.

Es inolvidable en el Archipiélago por muchas cosas. Por ejemplo, puso en marcha el equipo que redactó el primer Estatuto Regional de Canarias, fue diputado cuando empezaba España a ser un país democrático, fue alcalde de Las Palmas, fue ministro de dos carteras, fue de los políticos más cultos que tuvo este país e hizo que la música clásica fuera como un himno insular presente e inolvidable. Nos hizo más cultos a los canarios.

Había nacido el 3 de julio de 1936 y eso le llevaba a decir que daba gracias de haber vivido, al menos, dos semanas en la paz precaria que gozó la segunda República… Hizo de La Palma, de donde provenía su familia, un lugar de reclamo para amigos y autoridades, en la música o en la política, y trabajó con ahínco (aunque no se quejara) para que se supiera de él, de su ser isleño, cada vez que pasaba algo en el archipiélago que necesitara su solidaridad o su consejo.

Imaginar las islas ahora sin ese modo de ser y de componer la complicada música política del presente es una tarea que lleva a la melancolía. Pues Jerónimo Saavedra fue, además de un político, de un profesor, un ciudadano que llevaba consigo la alegría de ayudar a pensar y a resolver hasta los más difíciles intríngulis de este país tantas veces desaliñado.

Frente al desaliño, él oponía la elegancia. Así fue siempre, como se fue, la elegancia hecha verbo político. Hizo del sentido común una asignatura.