Opinión | LITERATURA

Superficie y abismo

Las cosas las percibimos como un todo indisociable, a pesar de que a veces decidamos violentar la verdad en nombre de la pedagogía y expliquemos dichas cosas por piezas

Una manzana verde

Una manzana verde / Alex Fiodorov

Los poetas, sin necesidad de ponerse demasiado estupendos -como acostumbran algunos filósofos- nos enseñaron hace ya mucho que lo más profundo que existe es la piel. En la superficie se encuentran los abismos humanos, mientras que en los supuestos abismos no suele encontrarse más que superficialidad pomposa. La grandilocuencia suele estar vacía, porque quien tiene algo que decir nos lo dice al oído, con palabras laborables, en lugar de gritarlo en medio de la plaza.

Aunque la diferencia entre la forma y el fondo resulta útil en determinadas situaciones, sabemos que son una y la misma cosa: la forma es el fondo y el fondo es la forma. Las cosas las percibimos como un todo indisociable, a pesar de que a veces decidamos violentar la verdad en nombre de la pedagogía y expliquemos dichas cosas por piezas. Un reloj es una máquina que se nos aparece en su unidad, y sólo como unidad funciona, aunque, si lo destripamos, observemos los muelles, las ruedecillas, los engranajes.

La literatura creo que es un arte de superficies, una disciplina que nos invita, en la mayor parte de los casos, a confiar en lo real, a detenernos en lo manifiesto, a comprender las honduras de lo evidente. Partimos desde la corteza del mundo, para adentrarnos, si queremos, hasta el hueso de la existencia, aunque, a decir verdad, con la corteza hay más que suficiente. Podríamos pasarnos todos los años de nuestra vida hablando del agua clara, del cielo azul, de la brisa del mar, del pan recién hecho, qué sé yo, de la incontable realidad a primera vista, que constituye una forma definitiva de entablar conversación con la realidad.

Rilke reclamaba a los escritores que se atreviesen a decir qué es una manzana. Si uno acierta a explicarlo -ese milagro encerado de la fruta-, me figuro que puede explicar lo que se proponga. Toda la obra de un pintor, de un poeta, podría dedicarse a explicar qué es una manzana. No es un tema baladí al que consagrarse. Como esos artistas que repiten una y cien veces en sus lienzos el vaso de cristal, o los huesos desnudos de una calavera, o los bodegones con un mendrugo, una rodaja de melón y una perdiz recién cazada.

La diferencia que algunos quieren ver entre don Quijote y Sancho es sólo aparente. No se trata de que don Quijote viva entre lo imaginario, y Sancho entre lo real: ambos son súbditos de la superficie. Don Quijote se encuentra con simples molinos, con rebaños de ovejas, con una porqueriza de aspecto vulgar, aunque decida percibirlos como Dulcinea, ejércitos de malvados y gigantes coléricos.

Don Quijote toma en sus manos la manzana, para decir después, pongamos por caso, que es una joya. Sancho la toma y le da un mordisco.

Todos somos criaturas condenadas a los abismos de la superficie.