Opinión | ANÁLISIS

El rearme europeo y sus contraindicaciones

Bien está que Putin vea que no estamos inermes ni consentiremos lo intolerable, pero nadie debería pensar que la solución al conflicto de Ucrania pasa por elevar el nivel de la confrontación

El presidente de Rusia, Vladímir Putin.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin. / EFE/SERGEI ILNITSKY

Las dos guerras mundiales del siglo pasado y la desmilitarización obligada de Alemania tras la derrota del eje y la victoria aliada en la segunda de ellas generaron en el viejo continente una oleada de benéfico pacifismo que permitió a los teóricos de la unidad continental poner en marcha un proceso de integración política, económica y social que alejarse definitivamente los riesgos de una nueva confrontación, la tercera, que ya representaría seguramente un gran suicidio colectivo. Mientras duró la Guerra Fría, la bipolaridad mantuvo estabilizada la confrontación este-oeste Y Europa vivió tranquilamente bajo el paraguas de una OTAN que no ocultaba la hegemonía norteamericana. Pero el modelo bipolar no desembocó en el mundo feliz y democrático que había pensado en Fukuyama sino en una multipolaridad muy conflictiva, en la que los grandes países del sur procuran su desarrollo a cualquier precio y Rusia, de nuevo convertida en gigantesca dictadura, trata de recuperar al menos una parte del territorio perdido.

En setiembre de 2014 —en marzo de ese año Putin había oficializado la ocupación de Crimea—, en la cumbre de la OTAN en Newport, recomendó a los miembros de la Alianza que aumentaran su presupuesto militar hasta alcanzar el 2% del PIB en un plazo máximo de diez años. En aquella ocasión, el presidente Rajoy afirmó que España —que aplicaba el 0,9% del PIB— intentaría alcanzarlo "a media que se vaya produciendo la recuperación económica" y "en el horizonte tentativo de una década".

En 2016, en la última cumbre de la OTAN a la que asistió el presidente Barack Obama, en Varsovia, el presidente demócrata declaró: "Es preocupante el bajo nivel del gasto en defensa en algunos países de la OTAN; la crisis ucrania nos recuerda que la libertad tiene un precio. Tenemos que estar dispuestos a pagar por las fuerzas y el entrenamiento necesarios para tener una OTAN creíble. Eso no puede ser solamente un ejercicio del Reino Unido y de Estados Unidos".

Trump, mucho menos diplomático que su predecesor, reiteró aquella advertencia en términos mucho más bruscos y destemplados, y ahora, en el fragor de la campaña electoral norteamericana, ha vuelto a insistir en la exigencia de que l seguridad occidental sea una tarea cofinanciada y compartida. Y por si cupieran dudas, el actual regateo del Congreso norteamericano, sometido también a las tensiones preelectorales, está dejando sin recursos militares a Ucrania, con lo que la guerra en Europa ha alcanzado un inquietante estancamiento, lo que ha empezado a poner nerviosos a los líderes occidentales.

El presidente francés, Macron, más exaltado que el resto de sus colegas, declaraba el 26 de febrero que "no hay que excluir" el envío de tropas occidentales a Ucrania para apoyar a este país en su guerra contra Rusia. Aunque poco después matizó sus palabras, diciendo que los efectivos serian solo para adiestrar a los militares ucranianos, tanto Rusia como la mayoría de los países europeos reaccionaron a la ocurrencia. Algunos comentaristas atribuyeron aquella frase al deseo de Macron de contener el avance del Ressemblement National (antiguo Front National) de Le Pen, que simpatiza históricamente con Moscú.

España no ha alcanzado ese 2% en presupuesto militar (está previsto llegar a él en 2029) pero si otros países europeos. Polonia, por ejemplo, consciente de su posición estratégica y el riesgo que correría si llegar a producirse una confrontación directa entre el este y el oeste, ha declarado su voluntad de disponer del "ejército de tierra más poderoso de Europa" y ya aplica este año un 3% del PIB a tal menester. Una encuesta solvente del pasado año aseguraba que el 76,7% de los polacos apoya esta posición, que probablemente el nuevo gobierno polaco de Donald Tusk no revisará sensiblemente.

Alemania también piensa acatar este límite inferior del 2% y gastará este año 72.000 millones como mínimo; de toda esta inversión, unos 52.000 millones de euros procederán del presupuesto ordinario y 19.800 millones de euros del fondo de inversión especial para defensa de 100.000 millones de euros que Scholz anuncio tres días después de la invasión de Ucrania por Moscú. El anuncio se produjo en el ya famoso discurso ante el Bundestag en el que el canciller socialdemócrata describió el contexto actual como un Zeitenwende (punto de inflexión decisivo) en la historia moderna de Alemania. El mundo ha cambiado mucho pero para los europeos con una mínima memoria histórica no resulta tranquilizador constatar que Alemania vuelve a ser una colosal potencia militar. Aunque de momento no disponga de armamento atómico.

Es difícil oponerse a una potente reacción defensiva frente al expansionismo ruso, que ha provocado una anacrónica guerra en el corazón de Europa que nos amenaza a todos. Sin embargo, tenemos que medir escrupulosamente las contraindicaciones: el riesgo de militarizar la diplomacia y de ceder a intereses económicos no siempre claros que buscan obtener beneficios de este rearme. Las guerras regionales en un mundo dotado de armas nucleares no deben dirimirse en el campo de batalla sino en la mesa de negociaciones, que deberá buscar un equilibrio inteligente para que no haya vencedores ni vencidos a largo plazo. Bien está, en fin, que Putin vea que no estamos inermes ni consentiremos lo intolerable pero nadie debería pensar que la solución al conflicto de Ucrania pasa por elevar el nivel de la confrontación.