Opinión | ANÁLISIS

La plaga de la polarización

El liderazgo político debe mejorarse, moderarse pedagógicamente y basarse en la inteligencia, el respeto y el juego limpio

Donald Trump, expresidente de Estados Unidos

Donald Trump, expresidente de Estados Unidos / Europa Press/Contacto/Laura Brett

A estas alturas del milenio, en un año en que van a las urnas varias de las mayores democracias del planeta y casi la mitad de la población del globo, estamos siendo víctimas de una maligna plaga de polarización que todo lo contamina. El último Barómetro de Confianza Edelman (2023 Edelman Trust Barometer) recalca que la polarización ha alcanzado grados extremos en los Estados Unidos, así como en Argentina, Colombia, Sudáfrica, España y Suecia, principales afectados.

La polarización a la que se hace referencia no se limita al acaloramiento político en las instituciones sino al estado anímico de la propia sociedad, donde la gente tiende cada vez más a agruparse por afinidades, a negar la transversalidad y la diversidad, a rechazar al opinante que piensa distinto porque considera que su mera existencia es una amenaza contra su integridad y sus intereses. Un dato muy revelador que proporciona el citado Barómetro es este: solo el 20% de los 32.000 encuestados en 28 países dijeron que estarían dispuestos a trabajar o vivir en el mismo vecindario que una persona que no está de acuerdo con ellos o con su punto de vista político, mientras que solo el 30% afirmaron que ayudarían a una persona de estas características si lo necesitase. Con relación a nuestro país, los resultados del Edelman Trust Barometer Spain 2023 son “un fiel reflejo de la realidad geopolítica, económica y social que estamos viviendo” […] “La ansiedad y el pesimismo económicos, las cuñas enquistadas entre las instituciones, el debilitamiento del tejido social que acaba provocando elevados niveles de desconfianza en todas las clases sociales así como la recurrente desinformación están alentando una polarización profunda en España”.

Esta situación es llamativamente constatable, y, como ha escrito en un artículo reciente Ngaire Woods, de la Universidad de Oxford, “el sectarismo político desenfrenado, centrado en demonizar a los seguidores de partidos opuestos, es incompatible con la democracia, que requiere un mínimo de identidad compartida, interés en la colaboración y contacto persona a persona. De lo contrario, la gente no podrá encontrar puntos en común con quienes votan de manera diferente”.

Y ¿qué puede hacerse para combatir esta situación? La solución es sin duda compleja pero Woods aporta tres ideas inteligentes: una primera, reformar el sistema de votación para que esta sea más significativa, pasando por ejemplo del sistema de primarias a un sistema de voto múltiple por orden de preferencia. En España, se podrían por ejemplo abrir y desbloquear las listas electorales para que cupiera respaldar candidaturas mixtas.

Una segunda medida sería incrementar las oportunidades económicas para quienes están retrocediendo en la escala social, por ejemplo a través de políticas de seguridad social, fiscales y de salud. En España, la confianza de los ciudadanos en que su familia estará mejor en cinco años ha experimentado una caída de 10 puntos en un año, situándose en un 26%. La media global también cae 10 puntos hasta el 40%. Y una economía en declive aumenta la crispación porque las personas se vuelven más reacias al riesgo, más deseosas de permanecer “dentro del grupo” y menos dispuestas a trabajar con “exogrupos”.

Finalmente, el liderazgo político debe mejorarse, moderarse pedagógicamente y basarse en la inteligencia, el respeto y el juego limpio. Los políticos que insultan a sus adversarios alimentan la polarización y erosionan la base de la legitimidad democrática. En definitiva, los líderes deberían emular la famosa declaración atribuida a Voltaire: detesto cuanto usted dice pero daría mi vida para que pudiera seguir diciéndolo.