Opinión | ANÁLISIS

Putin juega con el arma nuclear

Si bien es sensato no sembrar más alarma que la necesaria, tampoco podemos desconocer que estas guerras en principio limitadas podrían desbocarse y tener consecuencias sobrecogedoras

Vladimir Putin, presidente de Rusia.

Vladimir Putin, presidente de Rusia. / Kremlin Pool / DPA

La situación preelectoral de los Estados Unidos está dificultando su contribución militar a Ucrania en la guerra desencadenada por Rusia, dispuesta a recuperar a toda costa unos territorios que considera propios. La paralización de grandes partidas destinadas a armamento y munición del ejército ucraniano muestra una vez más la debilidad de la OTAN si su principal socio no se sitúa claramente a la cabeza de las iniciativas. Y el nerviosismo derivado de esta situación ha suscitado diversas declaraciones, como las del presidente francés Macron, que podrían interpretarse como una propuesta de que los ejércitos de Europa occidental acudieran a Ucrania a afirmar su defensa frente al expansionismo ruso. Inmediatamente, Macron aclaró que esas tropas no serían beligerantes sino que apenas servirían para adiestrar al ejército ucraniano pero Putin se ha apresurado a responder a la amenaza con la evocación de su poderío nuclear: "Las fuerzas nucleares estratégicas [rusas] están en estado de disponibilidad total para su uso garantizado (...) Deben entender [los occidentales] que también nosotros tenemos armas que pueden golpear objetivos en sus territorios. Todo esto amenaza con un conflicto nuclear y la destrucción de la civilización. ¿Es que no lo entienden?", ha manifestado.

De momento, no hay mucho que temer dada la situación estratégica equilibrada actual, que frena cualquier iniciativa en este sentido: apretar el botón nuclear contra el enemigo supondría la propia destrucción inexorable y automática. El matemático estadounidense de origen húngaro John von Neumann formuló la teoría de la destrucción mutua aseguradaMutual Assured Destruction, MAD— al inicio de la Guerra Fría, que era la base de la Teoría de la Disuasión todavía vigente que entró en el ámbito estratégico estadounidense tras la crisis de los misiles de Cuba en 1962 a través del secretario de Defensa, Robert McNamara. La idea se asentó con el desarrollo de los submarinos nucleares, que, junto a los bombarderos estratégicos y los misiles de tierra, otorgaban la capacidad de responder tras detectar el lanzamiento de un ataque nuclear. Además, en esa nueva carrera armamentística, el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968, suscrito por la gran mayoría de países del mundo, permitió poseer armas nucleares solo a Estados Unidos, la URSS, el Reino Unido, Francia y China.

Así las cosas, la preservación de la paz internacional pasa por el mantenimiento de este equilibrio estratégico, que se basa en la idea de que ninguna de las partes sería capaz de impedir un ataque nuclear del contrario, ni por tanto de sobrevivir al conflicto. Este equilibrio se ha visto relativamente comprometido por los avances de las tecnologías antimisil en los años ochenta: la llamada Iniciativa de Defensa Estratégica estadounidense pretendía construir armas capaces de interceptar un ataque nuclear por medio de misiles balísticos intercontinentales o lanzados desde submarinos. Aunque no llegó a desarrollarse, la posterior militarización del espacio y el desarrollo de escudos antimisiles y de armas hipersónicas han puesto en duda la imposibilidad de resistir a un ataque nuclear. Y abonan por tanto la locura de que algún mandatario megalómano piense que está en condiciones de dominar el mundo.

Ahora Putin enarbola una nueva amenaza: según la agencia Reuters, Rusia estaría a punto de desplegar una nueva arma nuclear en órbita. El portavoz de Seguridad Nacional USA, John Kirby, manifestó oficialmente a mediados de febrero que Rusia está desarrollando una nueva arma espacial, si bien no pudo confirmar que sea nuclear ni tampoco dar detalles del informe de las agencias de inteligencia norteamericanas, pero sí confirmó que es orbital y que violaría el Tratado del Espacio Exterior de 1967, que prohíbe el despliegue en el espacio de armas nucleares u otras armas de destrucción masiva.

La noticia ha tenido largo recorrido en los medios y el New York Times ha asegurado que el lanzamiento de este amenazante sistema podría producirse este mismo año. El Wall Street Journal, por su parte, ha dado a conocer que Washington habría advertido seriamente a Moscú de que su nueva arma “pondría en peligro los intereses de seguridad nacional de los Estados Unidos”. Una amenaza velada que desde luego guarda proporción con la magnitud del supuesto proyecto ruso.

Kirby, en la referida comparecencia, quiso tranquilizar al público y aclaró que "no estamos hablando de un arma que se pueda usar para atacar a los seres humanos o causar destrucción física, aquí en la Tierra", sino apenas para derribar satélites. Pero inmediatamente fuentes tecnológicas y militares han explicado la gravedad de la amenaza: el pulso electromagnético de una detonación nuclear en órbita dejaría fuera de uso miles de satélites vitales para la sociedad civil —desde la logística a la meteorología pasando por las telecomunicaciones— e inutilizaría los sistemas de alerta de defensa estratégica de los EEUU. Sin sistemas de alerta temprana, EEUU estaría ciego ante un ataque nuclear con misiles balísticos intercontinentales. El MAD habría dejado de funcionar y quien cometiera tal desmán habría adquirido una indiscutible hegemonía y podría imponer su imperio sobre el planeta.

Estamos en tiempos convulsos, con dos guerras de en pleno desarrollo, y estas amenazas cruzadas forman parte del paisaje. Esta nueva carrera armamentística, que tampoco deja indiferente a China, es parte del paisaje. Pero si bien es sensato no sembrar más alarma que la necesaria, tampoco podemos desconocer que estas guerras en principio limitadas podrían desbocarse y tener consecuencias sobrecogedoras.