Opinión | LEER, PENSAR, CHARLAR

Barcelona (y la vida) sin móvil

Los ingleses, cuyo excusado es casi como un castillo medieval, tienen ahí hasta estanterías con ese subgénero editorial magnífico: 'toilet books'. Libros de lectura fragmentada, con curiosidades y dibujines. Pensados para amenizar la operación que tu organismo te ha encargado

Mobile World Congress (MWC) 2024 de Barcelona.

Mobile World Congress (MWC) 2024 de Barcelona. / EFE

Son días para reflexionar sobre esa afortunada frase de Gonzalo Suárez: “Echo de menos los tiempos en que solo los asesinos tenían un móvil”.

Pienso en la ocurrencia del escritor y cineasta mientras paseo por la Barcelona del Mobile World Congress. Si la feria trae el futuro (y dicen que eso es lo que hace: pantallas de ordenador transparentes, anillos que controlan tu salud, coches voladores), cabría deducir que el futuro que nos espera es lo que vivimos estos días en la ciudad. Esto es, más posibilidades de avistar un Ovni con luces arcoíris que un taxi en verde, colas de espera en las terrazas similares a las de la sanidad pública, reuniones de adultos con traje y mochila escolar hablando un inglés de futbolista en zona mixta y un aire como de aldea global: dado que todos llevan colgada la acreditación con su nombre, uno podría ir saludando a la gente por la calle. “Hey, Donald”, “Hola, Quiang”, “Hans, querido, tal dia farà un any”.

Paseaba estos días por Barcelona y tramaba un plan. Hacerles creer, en una especie de operación Goodbye Lennin, que en esta ciudad no se usa teléfono móvil.

Habría que contar todos esos lugares y momentos en los que hacíamos otras cosas. La espera al cambio de rojo a verde en el semáforo, esos 60 segundos que ahora sirven para refrescar X dos veces o para ver unos ocho vídeos de TikTok, por ejemplo, y que antes se solían emplear para mirar al cielo a ver qué tal día hacía o incluso para pensar en qué hacer de cena o en qué hacer, en general, con tu vida. Esas salas de espera, de la del dentista a la del Inem, donde había hasta revistas de papel y donde ahora se aprovecha para ver un capítulo de una serie. Los trayectos en metro y bus, que si bien sabemos que se acortan si uno lee una novela chula, ahora se eternizan espiando Stories de Instagram. De hecho, la última vez que vi a alguien con una novela en el banco de un parque casi llamo a la policía. “¡Qué tramas, pervertido!”, musité.

Y, por supuesto, donde más echo en falta ver a gente leyendo es precisamente en el lugar donde parecería paradójico hacerlo (los establecimientos son deprimentes y las esperas, larguísimas): en tiendas de telefonía móvil, especialmente si son de Apple.

En todos estos sitios podríamos fingir que volvemos a pensar o a leer o a charlar. Pero voy más allá: animaría a hacerlo también en sitios privados, como actores del método, para no salirnos del personaje. La prueba de fuego es que intentéis entrar sin móvil en vuestro cuarto de baño. Los ingleses, cuyo excusado es casi como un castillo medieval, tienen ahí hasta estanterías con ese subgénero editorial magnífico: 'toilet books'. Libros de lectura fragmentada, con curiosidades y dibujines. Pensados para amenizar la operación que tu organismo te ha encargado. Todo eso arruinado por el hecho de que ahora se entra para chequear el 'mail' y dar cuatro 'likes' aleatorios a vídeos tan graciosos que podrían hacerte llorar y romperte.