Opinión | EL REVÉS Y EL DERECHO

El estado del malestar

Ahora España vive esa experiencia de desaliño que muestran los errores veniales, o grandes, o las erratas

José Luis Ábalos, antes de su comparecencia en el Congreso para anunciar su paso al Grupo Mixto.

José Luis Ábalos, antes de su comparecencia en el Congreso para anunciar su paso al Grupo Mixto. / JOSÉ LUIS ROCA

Un locutor de la BBC de Londres, versión televisiva, contó una vez qué pasaba cuando se iban desvarando las grabaciones como si fueran escalones rotos, hasta que al final todo resultaba tan incomprensible como las ruindades de los niños que aun no saben hablar.

Aquel periodista había puesto en marcha una aparición propia que de pronto pareció un galimatías, y de ese modo explicó, entre coñas y veras, la situación de su malestar: como un horrísono galimatías. Cuando terminó el programa él dijo que quería que se lo tragara la tierra, y yo sentí piedad por él, hasta que, en un trabajo posterior yo hube de sentir piedad de mi mismo, porque en este oficio si no te equivocas te equivocan.

Ahora España vive esa experiencia de desaliño que muestran los errores veniales, o grandes, o las erratas. Una vez que yo mismo me culpé de haber deslizado una errata en las palabras pulimentadas de uno de sus artículos tan bien hechos, tan tremendos a veces, Antonio Gala me miró fijamente, acariciando su enésimo bastón, y me dijo sin ápice de bondad: “Todo tú eres una errata”. Guardo como un tesoro ese exabrupto porque, en efecto, uno siempre está cerca de ser una errata. En el periodismo, en la vida, compañero, todo tú eres una errata.

Este país, que es como una persona, o como millones de personas, de acuerdo con las estadísticas, como decía Dámaso Alonso, es propenso a los errores y a las erratas. Y a que éstas, errores o erratas, duren lo que un suspiro. Quien no lleve consigo el peso de una errata que tire la primera piedra en cuyo interior, seguramente, también habitará un error. O una errata.

De hecho, en este país de tan negro anecdotario al que ahora se suma el caso Ábalos, antes caso Koldo, parece un suspiro lo que pasó en los dos lados de la cámara política con el reciente asunto de la amnistía. Este episodio, gravísimo o no tan grave, exagerado u olvidado, según quien lo mire, es ahora un colchón el que duermen las exageraciones, porque otro asunto, referido al partido que manda, ha puesto manga por hombro la presente (¿o antigua?) discusión nacional.

Quien ha sido condenado antes de tiempo (eso dice él, eso parece según todas las informaciones que no son la suya pero que son las de su partido) es urgido por sus adversarios de anteayer (¡qué digo anteayer, de toda la vida!) para que denuncie todo lo que tenga que denunciar y así darle por donde sea a su partido, del que ya no es. Se podía decir de esta última propuesta (que desembuche Ábalos) que ese que le proponen al infrascrito es un ejercicio de auxilio a la limpieza. Pero por esa vara no parece que se muevan quienes de tal modo se manifiestan para que el otro diga lo que se supone que es todo lo sabe.

El malestar español. El cántaro está a punto de hacerse añicos, no sólo porque unos ahora se pierdan en el vericueto de sus errores, sino porque los otros, los que buscan también tapar sus yerros, están alzando la voz para ensordecer a los culpados. No hay en la sociedad española en este momento, y esto no es estadística sino lágrima sobre la realidad, ningún árbol que pueda soportar el derrumbe. Ninguna institución, desde la Iglesia abajo, está a salvo del desastre verbal con el que nos desayunamos, o con el que ayunamos.

Casi todo está contaminado por el verbo oscuro del odio, de unos contra otros, de todos contra todos, y entre todos estamos, por cierto, los periodistas, que a veces precipitamos nuestra inquina antes de saber, a ciencia cierta, pues también hay ciencia incierta, qué pasó, qué está pasando o qué pasaría, como se suele decir en las redacciones, “si no lo damos hasta saberlo del todo”.

Este no es tiempo de esperar, es época de acelerar, cuanto más mejor, sobre todo si lo que ocurre, o lo que parece que ocurre, tapona al adversario hasta mancharlo. Es, en serio, un tiempo horrible, cuyos protagonistas, los que dejan con la boca abierta a su partido, los que terminan pareciéndose a aquellos a los que han criticado, están subidos a la cresta de una ola oscura.

No hay institución que se salve, no hay tertulia que no se abarrote del rumor que escuchó en la otra, y mientras tanto este país que tanto sufrió malestares en el pasado se hunde sin remedio en un fango de palabras descuidadas. Soportarlo es de héroes, y esta queda aquí como una exageración cualquiera, de las que ahora se compran en los baratillos.