Opinión | ANÁLISIS

Políticas climáticas de progreso

La esperada paz perpetua es en realidad una secuencia de graves conflictos regionales y que muchos valores que parecieron asentados son puestos en cuestión

Imagen de archivo de los preparativos en un colegio electoral

Imagen de archivo de los preparativos en un colegio electoral / EFE/Juan Carlos Hidalgo

Antara Haldar, profesora asociada en Cambridge y visitante en Harvard, investigadora principal del Consejo Europeo de Investigación sobre Derecho y Cognición, ha calificado 2024 como “el año más importante de la historia” porque “decenas de países, que representan la mitad de la población mundial, acudirán a las urnas. La lista incluye las dos democracias más grandes del mundo (India y Estados Unidos) y tres de sus países más poblados (Indonesia, Pakistán y Bangladesh). Y la Unión Europea, compuesta por casi 500 millones de personas de 27 países, celebrará elecciones parlamentarias”. Newtral ha ajustado aún más estos datos, utilizando cifras del Banco Mundial: en 2024, habrá elecciones en 74 países, los 27 de la Unión Europea y otros 47 de todo el mundo, con una población estimada de 3.994 millones de habitantes, que suponen el 50,2 % de la población mundial.

Los presagios no son buenos porque el mundo ha pasado de la euforia a la depresión. Si al final de la Guerra Fría Francis Fukuyama proclamaba "el fin de la historia" para significar que la democracia parlamentaria había ganado la partida, actualmente hemos comprobado que la globalización se fractura, que occidente experimenta la lacra inesperada del populismo reaccionario, que la esperada paz perpetua es en realidad una secuencia de graves conflictos regionales y que muchos valores que parecieron asentados son puestos en cuestión.

Uno de los elementos inquietantes del próximo futuro es el auge del populismo que podría hacerse dramáticamente protagonista en las elecciones europeas de julio y en las norteamericanas de noviembre. Con la particularidad de que el negacionismo reaccionario que no reconoce el cambio climático y que se opone al internacionalismo solidario de la Agenda 2030 está encontrando una audiencia inesperada en un mundo en que la democracia no consigue remontar el vuelo —la crisis de 2008 fue letal— y el autoritarismo lanza sus redes siniestras para capturar a los desencantados.

Ante esta coyuntura, Pilita Clark, analista del Financial Times, acaba de publicar un artículo titulado »Cómo hacer política climática en la era de la reacción verde”, en el que pone al Partido Socialista español como ejemplo frente a los partidos democráticos que renuncian al relato medioambiental y ceden al discurso acomodaticio de la derecha y de la extrema derecha, que regala los oídos de la gente negando la evidencia: quien no vea el cambio climático y los riesgos que acarrea es que está ciego. Y efectivamente, mientras el Ejecutivo de izquierdas español no ha abdicado de sus políticas medioambientales, la propia Unión Europea se resigna a postergarlas. Frente a unos agricultores que protestan legítimamente porque el sistema proteccionista agrario europeo no les permite subsistir en las actuales condiciones, Bruselas ha aplazado sine die la limitación de los productos fitosanitarios perjudiciales, las medidas para incrementar mediante el barbecho la biodiversidad, etc.

Diríase que los políticos de la globalización que ocupan posiciones centrales, moderadas, han renunciado cobardemente a defender unos ideales que no son caprichosos ni voluntaristas sino que responden a la verdad científica y a la racionalidad más evidente y descarnada.

España ha demostrado, en fin —subraya la articulista—, que la agenda verde gana elecciones. El secreto ha estribado en la negociación entre todas las partes implicadas. La negociación con el sector del carbón antes del cierre de minas ha hecho posible quela implantación del PSOE haya crecido en estas zonas. Ahora puede suceder algo parecido con la agricultura. A medio plazo, la gente opta por la política realista y no por la demagogia barata y la hipocresía de andar por casa.