Opinión | ANÁLISIS

La basura nos desborda

El gran problema de qué hacer con los desperdicios del consumismo

Un bacteria come plástico y luego lo convierte en seda para ropa y medicinas

Un bacteria come plástico y luego lo convierte en seda para ropa y medicinas / Bigstockphoto

Debemos de ser ya muy pocos los supervivientes que crecimos en un mundo anterior al consumismo. En El Entrego, en los años sesenta, apenas había consumismo, más que nada porque no había gran cosa que consumir. Vivíamos en un mundo que ahora pomposamente llamaríamos sostenible. La ropa se heredaba, entre hermanos, de padres a hijos y hasta de abuelos a nietos. Los supermercados aún no habían llegado a la Asturias interior y se compraba en el economato, a los vendedores a domicilio –el panadero. el pescadero– o en casa Genta las necesidades de última hora. En ningún caso, había donde elegir, había lo que había, las marcas no importaban.

Debo reconocer que algunos síntomas ya presagiaban un futuro consumista. Por ejemplo, en la tienda de electrodomésticos del Cruce de la carretera general, empezaban a exhibirse televisores, incluso en color. En su escaparate, vimos el Mundial de México del 70. Siempre había también algún vecino en vanguardia y pionero en el consumismo, como Manolo el de Camila. Él tuvo televisor antes que nadie y nos invitaba a acontecimientos puntuales: los discursos de Paco o el Festival de Eurovisión. O como Chus Pedro, compañero de pupitre, que paseó su moderna B-H plegable por toda la cuenca cuando los demás montábamos bicis de posguerra.

Viene esto a cuenta de un artículo de Francisco García en este periódico en el que cuenta el gigantesco problema de las basuras en Asturias y que no sabemos qué hacer con las 150.000 toneladas anuales que acumulamos. Quiso la casualidad que coincidiera con las quejas de varios escritores por la proliferación de basura –no sólo física– que acompaña al consumismo. José Ángel González Sainz, que rescata veinte años después su novela capital "Volver al mundo", decía a Manuel Llorente que "triunfa la basura, el tirar a la basura, triunfa la fabricación de desechos, la fabricación de envoltorios y envases vistosos y engatusadores con los que poner enseguida perdido todo, ciudades y campos y cunetas de carreteras y ríos y mares, y también mentes, imaginarios, todo".

No se quedaba ahí el escritor soriano, sino que explicaba cómo "para el solo momento de un trago o un tentempié, se fabrican montones de basura, de celofanes, plásticos, latas y bolsas y pajitas que tirar enseguida". Y ponía el dedo en la llaga: "Consumir es directamente tirar, desechar, desechar de entrada también antes de pensar y ver… También triunfa el ruido. Ningún ámbito es inmune a esa tendencia de nuestra época, tampoco las letras".

Escribía Juan Cruz, a propósito de la nueva novela de Eduardo Mendoza, que el humor también es una forma de "burlarse de lo suntuoso que también es de hojalata". En una entrevista en "El Periódico de España", el periodista preguntaba al autor de "Tres enigmas para la Organización" si "se están rompiendo pasados de oro y ahora todo tiende a ser de hojalata". A lo que Mendoza respondía que, efectivamente, "la hojalata está muy presente, y es tan fácil consumir comida-basura que hay que hacer un gran esfuerzo para desenterrar un oro que nadie valora".

Uno sale a pasear por Madrid al atardecer, a la hora de sacar la basura, y se queda atónito. En la puerta de cada edificio hay al menos tres cubos de diferentes colores rebosantes de bolsas. En los contenedores de cada esquina se acumulan cajas y cajas de Amazon imposibles de incrustar en las ranuras de los depósitos de cartón. Hasta las papeleras vomitan basura al no dar abasto con tanto desperdicio. La basura es la huella del consumo. Viendo la basura se diría que tiramos más de lo que consumimos.

Eso me lleva a pensar de nuevo a aquellos años sesenta de la infancia. No recuerdo que hubiera camiones de la basura que quitaran la porquería de nuestra vista. ¿Qué hacíamos con la basura? Estábamos un poco asilvestrados y tal vez la arrojábamos a la escombrera más próxima. O al río. Aunque, pensándolo bien, debía de ser muy poca la basura, ya que todo se reciclaba. Los escasos restos de comida, para las gallinas. La ropa, para el siguiente en la línea sucesoria. Los cascos de vidrio, para cambiar por botellas nuevas en el bar de Lola. Plástico no había, porque para la compra se utilizaban sacas de tela. Y cartón, tampoco, porque aún no se había inventado Amazon. Sólo papel, papel de periódico, que se reciclaba en múltiples usos que no voy a detallar. No lo sabíamos pero ya practicábamos la economía circular.

La pregunta hoy no debería ser tanto qué hacer con la basura como de qué manera reducir la basura. Y sólo hay una: consumiendo menos. Salvo que queramos vivir entre desperdicios.