Opinión | A VUELAPLUMA

Un país en insoportable espera

Lo interesante es que la izquierda valenciana ha vuelto a una tibieza demasiado frecuente en estas situaciones

El president de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, en Fitur 2024.

El president de la Generalitat valenciana, Carlos Mazón, en Fitur 2024. / EFE/Ana Escobar

Obras y dinero son cemento de las identidades modernas, reivindicaciones en las que falcar pilares sobre los que se construyen sentimientos colectivos. En las últimas semanas se ha hablado tanto de derecho civil como escasa era la fe en la materia, un ancla de difícil enganche porque cuesta verle el sentido práctico. Esa misma comunidad con poca fe en sí misma ha quedado más desnuda cuando el dinero y las obras han subido al escenario.

La secuencia es elocuente. El president valenciano, Carlos Mazón, y tres homólogos de territorios maltratados por el sistema de financiación se montan en Fitur un escaparate triunfal para reclamar al Gobierno un fondo de nivelación de 3.000 millones. Ese fondo aparece en los acuerdos de Gobierno del PSOE con Sumar con una cita expresa a la Comunitat Valenciana que entonces se vendió por Compromís como lo más de lo más que alguna vez han tenido los valencianos en un pacto de investidura.

Unos meses después, la vicepresidenta y ministra de Hacienda (y número dos del PSOE), María Jesús Montero, responde a la demanda de las comunidades que no, que esa pestaña del acuerdo de Sumar no está entre los planes actuales del Ejecutivo. Luego ha habido matizaciones (que si la culpa es de las comunidades del PP y que la ministra miente: encuentre usted la bolita escurridiza de la verdad), pero la esencia poco cambia.

Lo interesante es que la izquierda valenciana ha vuelto a una tibieza demasiado frecuente en estas situaciones. El PSPV no ha salido con un nombre, un rostro y un entrecomillado a decir algo a la ministra, sino que ha contestado (cuando se le ha preguntado) que no se mueve y respalda el fondo de compensación igual que siempre. Compromís, por su parte, ha preferido mirar hacia adelante y esperar que el agravio se subsane con un aumento de las inversiones o con un incremento de la quita de deuda. Al final, la especialidad es la de siempre: esperar. Esperar a que a la siguiente el trato sea mejor. Esperar antes que articular con el contrario político un frente común, el valenciano, ese que se diluye cuando se acerca a las moquetas de Madrid. Así estamos.

Puede que en el Gobierno central interpreten su posición como un apretón económico a Mazón y a su alianza con Vox, pero el regalo de argumentos políticos que le hace también tiene un coste que la ministra Diana Morant debería recordar a los que anudan estrategias en la Moncloa ahora que aspira a ser la líder del PSPV.

Y después del dinero, el ladrillo. Hace años que el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas alerta de la sobredimensión de inversiones estratégicas en Madrid, pero el Gobierno, como si oyera la lluvia caer, confirmó el viernes por boca de Pedro Sánchez la ampliación del aeropuerto de Barajas con 2.400 millones. La decisión opaca, al coincidir en tiempo y espacio (Fitur), la puesta en circulación de la reivindicación valenciana de ampliar el de Manises, sobre la que el Gobierno dice que prepara "un plan".

Lo llamativo, en todo caso, es que los dos grandes partidos valencianos (y el Consell de PP y Vox) han asumido sin protestas el nuevo saco de millones para hacer más grande y próspera Madrid. Lo que beneficia a Madrid beneficia a la C. Valenciana y a España, es el discurso subliminal que guardan los silencios. Algo caerá. Algo esperaremos que nos caiga. Hay territorios que esperan siempre algo. Así estamos. En espera.