Opinión | ANÁLISIS

Cuando matar sale gratis

Mientras todos los códigos morales del mundo condenan matar al prójimo, muchos Estados acaban impunemente con terroristas o con simples opositores políticos en el extranjero, como si allí importara menos

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu / Europa Press/Contacto/JINI - Archivo

Safo decía que si la muerte fuera buena los dioses no serían inmortales. Tenía razón, vivimos en una sociedad que oculta sus muertos y nos quiere a todos jóvenes, atléticos, sanos y guapos. Y queremos creerlo. A mí tampoco me gusta la idea de morir y he decidido que será lo último que haga. Lo que sucede es que mientras que todos los códigos morales del mundo condenan matar al prójimo, muchos Estados acaban impunemente con terroristas o con simples opositores políticos en el extranjero, como si allí importara menos. Que lo hagan no quiere decir que esté bien.

La KGB envió a Ramon Mercader a México en 1940 para matar a León Trotsky a golpes de piolet y también acabó con el nazi ucraniano Stepan Bandera en Berlín en 1959. Una costumbre que Putin ha mantenido envenenando a Alexander Litvinenko con un isótopo radiactivo al alcance de muy pocos para dejar un rastro que metiera miedo a otros disidentes. También lo intentó con Sergei Skripal y su hija, que se libraron de milagro. Otros se precipitan desde rascacielos. La lista sería larga.

Pero no tan larga como la de Israel, que ha hecho política habitual del asesinato de jerifaltes nazis, de líderes palestinos como el jeque Yassin en 2004, de los implicados en la masacre de atletas israelíes en las Olimpíadas de Múnich en 1972, de varios científicos nucleares iraníes y, ahora, de líderes de Hizbollah y de Hamas como Al Aruri, recientemente asesinado en Beirut. Estos mismos días ha matado a seis oficiales iraníes en Damasco. Ronen Bergman, autor de Rise and Kill First: The Secret History of Israel’s Targeted Assassinations, eleva a varios centenares las víctimas de Israel.

También Estados Unidos tiene una larga historia: hizo creer que los comunistas asesinaban en Chile cuando lo hacía la CÍA para favorecer el golpe de Pinochet, asesoró a militares de las dictaduras argentina y uruguaya, y fracasó espectacularmente hasta ocho veces en su intento de asesinar a Fidel Castro. El presidente Ford prohibió los asesinatos en el extranjero pero a raíz del 11 de Septiembre de 2001 volvieron a autorizarse como muestran los casos de Osama bin Laden, del general iraní Soleimani y de una serie de miembros del Estado Islámico, incluyendo al Califa Al Bagdadi. También son solo unos pocos ejemplos.

Corea del Norte asesinó en el aeropuerto de Kuala Lumpur al hermano juerguista de Kim Jong-un; la CIA afirma que el príncipe Mohamed bin Salman ordenó el descuartizamiento de Jamal Khashoggi en Estambul; Irán asesinó al ex PM Bakhtiar en Francia, y ahora se acusa a India de la muerte en Canadá de un opositor que pretendía hacer en Punjab un Estado Sikh independiente. Sin olvidar que los belgas mataron al PM congoleño Patrice Lumumba e hicieron desaparecer su cuerpo en ácido. Uno de los asesinos, que debía ser alguien todavía más raro que la media, se llevó un diente como recuerdo que ahora ha sido devuelto a Kinshasha para ser enterrado con todos los honores.

Se dice que Francia ha inspirado una veintena de asesinatos de presidentes africanos, una lista que comenzó en 1963 con Sylvanus Olimpio de Togo y llega hasta Gadafi en 2011, esta vez en colaboración con Londres. También se recuerda su chapuza de semi-hundir en Nueva Zelanda el barco Rainbow Warrior de Greenpeace que protestaba por las pruebas nucleares en el Pacífico. A España se le acusa del intento de acabar en Argel con Antonio Cubillo, líder del MPAIAC canario, que quedó malherido, y de los asesinatos de GAL en Francia…

Naturalmente, todos los países niegan la mayor y no reconocen los hechos. Todos menos Margaret Thatcher, que cuando el MI6 asesinó a tiros en Gibraltar en 1988 a tres miembros del IRA desarmados cerró el escándalo afirmando en el Parlamento: "Yo les maté". Con un par, que se dice. Y allí paz y después gloria.

Como ven, muchos Estados matan fuera de sus fronteras y no pasa nada. Al final resulta que, como afirmaba Sartre, lo más aburrido del mal es que uno se acostumbra y así hemos llegado a considerarlo banal, que diría Hannah Arendt. En cambio Pedro Sánchez, original, ha vuelto a cambiar de opinión y ha decidido amnistiar a algunos presuntos terroristas escogidos. Hay que reconocer que es mejor amnistiar que matar, pero le quiero imaginar preocupado porque se está quedando sin líneas rojas que cruzar.