Opinión | EL OBSERVATORIO

Me acuerdo

Bolígrafos

Bolígrafos

El lunes de la pasada semana en el Ateneo de Madrid nos reunimos veinte personas para recitar sobre el escenario doce recuerdos por barba, 240 recuerdos en total (algunos no pudimos contenernos y colamos de rondón alguno más). La iniciativa partió del actor Ginés García Millán y del escritor Miguel Munárriz, y fue acogida con entusiasmo por Miguel Rellán, también actor, que está llenando el Ateneo de eventos teatrales gratis et amore. Como yo estaba en el escenario y no en la platea, no puedo describir en primera persona cómo salió, pero el público atestaba la sala, aplaudieron a rabiar y afirmaban haber reído y llorado con tanto recuerdo ajeno que al final era también suyo. 

El primero que pergeñó esto del «me acuerdo» fue un poeta americano, Joe Brainard (editorial Sexto Piso). De él tomó la idea Georges Perec, que durante varios años, mientras trabajaba de bibliotecario, fue pacientemente anotando pequeños recuerdos de esos en apariencia irrelevantes, pero que se fijan en la memoria y nos asaltan sin avisar. El fruto es un retrato no solo de una persona o de lo caprichoso del recuerdo, sino de una época. El famoso libro de Perec se publicó en 1978. En castellano está publicado por Impedimenta.

La regla es la siguiente: «Encontrar un recuerdo casi olvidado, intrascendente, banal, común, si no a todos, al menos a unos cuantos». No se trata de contar «me acuerdo del día que me casé», porque eso es evidente, sino referir algo mucho más preciso y conciso rescatado del maremágnum de lo cotidiano, tipo: «Me acuerdo del teléfono góndola rojo de mi abuela». El ejercicio es sumamente gustoso (y más si es compartido), y bien podría servir de juego en la próxima reunión familiar o de amigos. Ahí van los míos como muestra para quien se anime a seguir con su propia lista de me acuerdos. Es algo en lo que la inteligencia artificial, de momento, no nos puede reemplazar.

Me acuerdo del equipo de música Phillips compacto con plato, pletina para casetes, radio con dial iluminado y de la caja de cartón en la que venía. Me acuerdo de la maquinita que llevaban los cobradores del autobús, del sonidito de carraca cuando le daban a la manivela para imprimir el billete en un papel finísimo con tinta azul casi violeta. Me acuerdo de encajarme el cuello jersey en la cabeza a modo de diadema para que las mangas cayesen sobre los hombros como una melena. Me acuerdo de un coche que se llamaba Gordini y que me parecía feísimo. Me acuerdo de la caja de metal donde el practicante guardaba las agujas y la jeringa. Me acuerdo de «el que sabe, Saba» y de «mantas Mora, son de abrigo». Me acuerdo de las manillas doradas de las ventanas de casa de mi abuela Dora. Nunca he vuelto a ver tiradores tan resplandecientes...

...Me acuerdo del suelo de chapa de los autobuses y del cable del que había que tirar para avisar al conductor de que te querías bajar. Me acuerdo del junco verde con el que ataban los churros. Me acuerdo de las monedas que tenían un agujerito en el centro, pero no las de 25 pesetas, sino de las de 50 céntimos. Y de otras de diez céntimos incomprensibles que no pesaban nada, ni se podía comprar nada con ellas y se llamaban «perras gordas». Me acuerdo de un niño de mi colegio que murió de leucemia y de su madre. Me acuerdo del armario metálico del fondo de la terraza de mis abuelos que nunca se abría, custodiando los juguetes de mi tía que yo deseaba, y en particular su muñeca Dulcita. Me acuerdo de unos bocadillos vegetarianos de pan integral que vendían en la fiesta del PCE. Me acuerdo de las ventanillas del dos caballos de mi madre, de estar muy atenta a que no se cerraran y me pillaran los dedos...

...Me acuerdo de sendas baterías de cocina blancas con flores azules y rosas que les regalaron a las abuelas mis padres unas Navidades. Me acuerdo de que ninguna de las dos usó esas cacerolas nunca. Me acuerdo de los guantes en dos tonos de azul que mi madre compró en Almacenes Arias o quizá en las oportunidades de Galerías Preciados para que los llevásemos en la nieve, pero no eran impermeables, las manos se empapaban y le cogí manía al esquí. Me acuerdo de que oí decir que el vecino de mi abuela que nos ponía las inyecciones era muy buena persona, pero bebía, y de que cogí miedo a que me pinchara. Me acuerdo de sus gafas y de su bigotito y de su mirada tímida, quizá cobarde. Me acuerdo del vestido de novia de Carolina de Mónaco cuando se casó con Philippe Junot y de cómo iba peinada. Me acuerdo de Mary Santpere y de Laly Soldevilla. Me acuerdo de que Bic naranja escribe fino y Bic cristal escribe normal. Me acuerdo de hacer cosas que no servían para nada solo por el placer de hacerlas con otros.