Opinión | INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Suspirar y mirar al horizonte

Fui a Granada para aprender sobre inteligencia artificial y volví practicando una técnica primitiva, antigua y baratísima. Dormí como los angelitos

Relax total

Relax total

Dicen que por la noche cuando nos desvelamos es porque esa persona que somos nosotros y a la que durante el día no prestamos tanta atención como creemos, reclama su tiempo. Lo que quedó pendiente, lo que tememos, lo que nos hirió, lo que nos avergüenza, aflora y quiere ser resuelto. La carga de nuestro espíritu, nuestra alma o nuestra mente, según prefiera cada cual, se funde con la oscuridad del dormitorio. Las preocupaciones se empastan con la almohada en un magma que nos acogota porque no acertamos a descifrar su mensaje. Intentamos suprimir la inquietud, pero la noche opera con sus reglas y nos impide razonar como a la luz del día. Damos vueltas sin saber cómo ni por qué no podemos simplemente dormir. La cascada de pensamientos indeseados reclama el espacio que no le concedimos durante el día. Atareados con nuestros afanes, distraídos por nuestros móviles y pantallas que no dan tregua, encerramos a nuestros fantasmas en un cajón rechazando caminar con ellos cuando el insomnio como mejor se combate es durante el día: a la luz es cuando deberíamos parar y atender a nuestra vida emocional hasta dejarla, como a un niño chico, cuidada y tranquila. Pero ¿cómo se hace eso en este mundo trepidante lleno de estímulos, de oportunidades que se escapan y de amenazas reales o imaginadas?

El jueves participé en un evento sobre inteligencia artificial llamado #TAIGranada. Tras las intervenciones de los expertos en gestión del agua, en diagnóstico médico y otros campos de aplicación de la IA, intervino Lina Cómbita, psicóloga, que dirige Neuromindset, una plataforma para entrenar las funciones ejecutivas y el desarrollo cognitivo, emocional y social de los niños. Nos explicaba cómo funciona y madura el cerebro y en esto hizo una recomendación inesperada: conviene suspirar más. Y no solo suspirar, sino suspirar bien hondo y perder la mirada en el horizonte. Sí, como las damas románticas de antaño.

¿Por qué? Porque el estrés se genera y se regula mediante dos mecanismos combinados: la respiración y la visión. ¿La visión? ¿En serio? Pues sí. No basta con respirar. Por mucho que respiremos hondo, si los ojos están pegados a la pantalla del móvil o el ordenador, nuestro campo visual se estrecha, solo vemos con nitidez una cosa y lo demás está borroso. Hemos desactivado la visión panorámica para activar la visión focal que a su vez activa el sistema nervioso y respiramos menos, lo cual nos altera. Resultado: falta de atención, menos concentración y más dispersión, saltamos de una cosa a otra sin quedarnos más de cinco minutos en nada. Y es que resulta que los ojos en realidad son parte del cerebro. Sí, señores, no es que estén conectados, son el cerebro, y como tales registran eventos y modulan nuestro estado de alerta. 

Si en cambio dejamos de mirar un momento la pantalla del móvil y miramos el horizonte (o el fondo del vagón del metro o a la ventana del salón, lo que toque), la mirada se dilata porque puede ver más y nuestra tensión inconscientemente afloja. Ese es el secreto de que nos guste mirar el mar o un valle desde un cerro: dejamos de liberar sustancias químicas que nos excitan y nos aplacamos.

Lina Cómbita citaba las investigaciones de Andrew Huberman, neurobiólogo de Stanford. Huberman añade al impacto de la visión, el impacto de la respiración. No solo hay que levantar los ojos de la pantalla y recuperar la mirada amplia de vez en cuando, sino suspirar, que no es otra cosa que cambiar el nivel de descarga de dióxido de carbono de nuestros pulmones y el oxígeno que llega al cerebro.

Esto explica muchas cosas, por ejemplo, mi problema con los cristales tintados de los coches que impiden ver lo de fuera. Me provocan una depresión terrorífica e inmediata. Aunque estemos a bajo cero o diluvie, en los taxis con cristales oscuros tengo que bajar la ventanilla, o, para cuando llego al destino, soy un despojo. Ahora sé que es mi visión y mi percepción de la luz disponible lo que altera mi química cerebral. También sé que ver imágenes en movimiento nos atrae porque es una predisposición evolutiva de nuestra especie para detectar agresiones de otros depredadores. Por eso nos engancha ver la tele o pasar 'stories' sin fin en Instagram o Tiktoksean buenas o bodrios, se mueven. Y por eso ver cine en salas es tan placentero: nuestra visión es más amplia.

Conclusión, que fui a Granada para aprender sobre inteligencia artificial y volví practicando una técnica primitiva, antigua y baratísima: suspirar y mirar al infinito. Dormí como los angelitos.