Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Destape

Estoy convencida de que si le preguntásemos a un niño de 8 años cuál fue la principal arma con la que luchamos contra el ‘bicho’, durante la pandemia de coronavirus, seguramente su respuesta sería: el tapabocas

Dos religiosas salen la semana pasada del centro de vacunación del Hospital Virgen de la Montaña.

Dos religiosas salen la semana pasada del centro de vacunación del Hospital Virgen de la Montaña.

Recuerdan ustedes ‘Tapas’?, la magnífica película de Juan Cruz y José Corbacho, cuyo título llamaba a engaño, porque no hablaba de esas sabrosas porciones de comida que se sirven en los bares en nuestro país con la cerveza, sino de lo que la gente esconde bajo las apariencias. A mí se me vino el otro día a la cabeza, cuando pensé que en la sociedad actual se está dando el fenómeno al revés, que la gente ya no se tapa, precisamente para ‘destaparse’. 

Les pongo un ejemplo para que me entiendan: en Madrid, la gente a la que le ‘gusta la fruta’ se resiste como un gato panza arriba a llevar mascarillas en los centros sanitarios. Quitándosela ‘reivindican’ sus colores y su desacuerdo frente a las recomendaciones del Gobierno central. 

Se diferencian claramente de los ‘negacionistas’, porque su ‘desmarque’ no tiene que ver con la opinión de que el tapabocas no sirve para nada más que para ser borregos. Los ‘destapados’, sin embargo, se niegan, a modo de declaración de pertenencia a un grupo a seguir la imposición del ministerio de Sanidad, de usarlo obligatoriamente en los centros sanitarios de todo el país, desde el pasado miércoles. 

Lo hacen por ‘insurrección’ ideológica, capitaneados por los líderes y los voceros de sus partidos, para materializar su rechazo indiscriminado a cualquier iniciativa que venga del gobierno de Pedro Sánchez. De ahí que la reunión celebrada dos días antes a través del Consejo Interterritorial del Sistema Nacional de Salud para «unificar criterios» al respecto, terminara con sólo seis comunidades autónomas asumiendo la medida. 

Los demás no creen que sea necesario. No consideran que el aumento de casos de gripes varias y Covid-19, que ha llegado a colapsar los servicios de Atención Primaria en muchos lugares, sea causa suficiente, porque argumentan que no en todas partes la incidencia es tan alta. Imagino que quieren esperar a que lo sea, y ya entonces se lo pensarán, o negarán la mayor.

Sinceramente no sé qué es más triste, si la falta de previsión y de responsabilidad, o la certeza de que el uso y los beneficios de la mascarilla todavía son una asignatura pendiente para unos pocos, pese que durante meses fue nuestra segunda piel.

Y es para hacérselo mirar, porque estoy convencida de que si le preguntásemos a un niño de 8 años cuál fue la principal arma con la que luchamos contra el ‘bicho’, durante la pandemia de coronavirus, seguramente su respuesta sería: el tapabocas. 

Pero al parecer, la memoria es tramposa y, a toro pasado, hay mucho valiente que ya se ha olvidado de un plumazo del episodio más oscuro de la historia sanitaria más actual, que sólo en España se ha llevado por delante a más de 120.000 personas (aproximadamente toda la población de la ciudad de León, Algeciras o Alcobendas, para que se hagan una idea). 

Y sí, la situación es distinta ahora porque muere menos gente, pero la mayoría hemos visto enfermar a alguien de la familia, un amigo o un conocido al abrigo de las reuniones festivas. Y los que trabajan en algún centro sanitarios denuncian desbordados saturación y sus consecuencias.

Usar la mascarilla supone una diferencia en la incidencia. Utilizarla no conlleva un gran esfuerzo, porque estamos acostumbrados, porque hay abastecimiento y porque hay o debería haber consciencia colectiva sobre su importancia.

Que deba o no ser obligatorio es otra cuestión. A todos nos gustaría pensar que somos lo suficientes responsables como para decidir llevarla por motu proprio. No sólo para protegernos nosotros, sino también a los más vulnerables porque tienen enfermedades de base, o a nuestros mayores.

Pero siempre hay a quien le gusta rebelarse, especialmente si las normas y quienes las dictan, no comulgan con ellos, ni les han votado para que rijan sus destinos. Y no estaría de más recordarles a ellos y a sus cabecillas que hay cuestiones de fuerza mayor, como la salud pública, que deberían estar al margen de trifulcas y pulsos de poder. 

Aunque sólo sea para no tropezar otra vez en la misma piedra y repetir errores del pasado, por los que pagamos un precio muy alto. Algunos, mucho más que otros, como la Comunidad de Madrid, dónde la covid, y la mala gestión les costó la vida a 7.291 acianos, durante los meses más duros de la pandemia.

Con la salud no se juega, ni debería servir para sacar rédito electoral ni acaparar minutos en los medios. Así que tápense, o como decía aquella famosa campaña publicitaria, póntela y pónsela.