Opinión | POLÍTICA

La responsabilidad de Pedro Sánchez

Un chantaje de ida y vuelta entre el Gobierno y Junts que mantiene en vilo a la política española

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en la presentación del acuerdo de coalición.

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en la presentación del acuerdo de coalición. / José Luis Roca

El pasado miércoles no se celebró en el edificio del Senado un pleno más del Congreso. Fue una de esas sesiones parlamentarias que pasan a los anales y se recuerdan durante mucho tiempo por su extravagancia, incluido el estrambote final de la votación. Cuentan las crónicas que la portavoz de Junts adelantó el voto negativo de su grupo a los decretos mientras en realidad estaba aún negociando con el gobierno y que los diputados socialistas recibieron la noticia del cambalache después de haber votado.

Todo sucedió al límite del tiempo y a punto de terminar en un desastre, tras varias jornadas de peticiones, concesiones y una tensa espera. Informado del recuento de los votos, con la suerte ya echada, apareció en el hemiciclo Pedro Sánchez, que quiso quitar importancia a lo ocurrido y pasar página cuanto antes, declarando con indisimulada satisfacción que "bien está lo que bien acaba". Pero no, ni lo uno ni lo otro. La democracia española es como las demás, pero no podemos presumir de su buen funcionamiento.

La sesión se levantó con una mezcla de sensaciones, de alivio y de temor, particularmente intensas entre los diputados socialistas. El Gobierno superó unas votaciones con holgada mayoría, otras por la mínima, gracias al apoyo de la única diputada de Coalición Canaria, y cosechó su primera derrota. En las votaciones de mayor trascendencia política, Junts no respaldó al Gobierno.

Con su ausencia o su abstención, facilitó la convalidación de dos decretos, pero no evitó el rechazo del defendido por Yolanda Díaz. En resumen, el pleno concluyó con una de cal y otra de arena para el Gobierno. Logró sacar adelante dos iniciativas con grandes apuros y, solo dos meses después de la investidura, sufrió el desmarque de dos grupos que la votaron, Junts y Podemos, lo que supone una advertencia de que la estabilidad de la mayoría parlamentaria que lo sostiene está bajo amenaza.

Por tanto, el pleno acabó mal para el Gobierno. Y el resultado tampoco es bueno. Deja un panorama político nada halagüeño. La coalición progresista, más allá del PSOE, Sumar, y si acaso ERC y Bildu, es una ficción. Junts niega su pertenencia al supuesto bloque y Podemos ha roto su compromiso y está dispuesto a endurecer las relaciones con el Ejecutivo.

Por lo demás, los términos precisos del acuerdo al que han llegado el Gobierno y Junts no son conocidos, pero la posibilidad de poner la gestión de un asunto tan sensible y polémico como la inmigración en manos de una comunidad autónoma, sea cual sea el alcance de la delegación, ha suscitado una lógica inquietud y distintas reacciones adversas.

La aplicación del acuerdo queda ahora a expensas de una negociación posterior, que será larga y complicada, y es probable que sea finalmente entorpecida por recursos al Constitucional o ante los tribunales de justicia, que es la vía cada vez más frecuentada por los partidos para dirimir sus diferencias, todo un síntoma de la deriva de nuestra vida política.

Es un hecho que detrás del Gobierno no hay una mayoría parlamentaria compacta que dé solidez a sus políticas y asegure su permanencia. Dejando a un lado los de UCD, este es el Gobierno más vulnerable e imprevisible de nuestra democracia. Por el contrario, los partidos nacionalistas, declarándose separatistas, nunca han gozado de tanta influencia en la política española, teniendo el gobierno del país a su merced.

Su objetivo es evidente: consiste en reducir la presencia del Estado en Cataluña y País Vasco, hasta hacerlo desaparecer si ello fuera posible, y hasta ese momento consolidar una asimetría entre sus comunidades autónomas y el resto. Junts, consciente de las apetencias de Pedro Sánchez, sostendrá al Gobierno, pendiente de un hilo, al menos hasta que se confirme la amnistía y sepa qué posición ocupa en el tablero catalán tras las próximas elecciones autonómicas.

Hasta entonces, a Junts no le interesa que caiga y, si logra el gobierno de la Generalitat, es posible que se vuelva algo más conciliador. Por lo visto el miércoles, el chantaje mutuo, de ida y vuelta, al que nos están sometiendo el Gobierno y Junts, será la tónica de la política española en esta legislatura, convertida en un campo de minas.

La coalición progresista, más allá del PSOE, Sumar, y si acaso ERC y Bildu, es una ficción

Pedro Sánchez da por bueno el tropezón con Junts, cuando en circunstancias normales lo que procedería es presentar una cuestión de confianza, que obligara a los grupos a definir con meridiana claridad su apoyo u oposición al Gobierno. Una mayoría de españoles emite señales de su disconformidad con la dinámica política en que nos han introducido el Gobierno y Junts.

El Gobierno está asumiendo una enorme responsabilidad histórica, pero la mayor parte le corresponde a Pedro Sánchez, que lo ha nombrado y lo dirige, y que ha embarcado al país en una exploración improvisada, sin trayecto ni destino fijos, en la que empezamos a percibir el peligro.