Opinión | BARRACA Y TANGANA
Por lo que sea
No lo cuento para que alguien me dé la razón. No la necesito porque ya la tengo
De vez en cuando me invitan a sitios. En Bilbao, una noche, estuve horas contando la misma historia a todo aquel que se acercara a mi vera. Meses antes, había visto jugar a un chico del Villarreal 'C' que me pareció buenísimo. Era zurdito, se le caía la clase al perfilarse, conducía la pelota pegada al pie, elegía siempre el pase correcto y sabía jugar por fuera y por dentro. Era sin duda un futbolista 'muy mío'. Me había gustado tanto que siempre que podía preguntaba por él en el club amarillo: resulta que había crecido en la provincia de Murcia, pero nacido en Bilbao porque su padre era guardia civil o algo de eso. Así, aquella noche bilbaína, dada la conocida política de fichajes del Athletic, expandí la valiosa información sin pedir nada a cambio, ni una compensación de ojeador ni una palmadita en la espalda ni un porcentaje de un futuro traspaso. Sin embargo, y visto lo visto, nadie me hizo caso.
Aquel futbolista era Iván Martín, al que después apadriné y seguí a mi manera: lo sacaba en cualquier conversación de sobremesa, lo seguía a distancia en sus distintas cesiones y lo fichaba siempre en los equipos de Biwenger, ya fuera en Segunda o en Primera. Ahora tiene 24 años y lo borda en el Girona: que sepa el muchacho que su evolución está siendo para mí muy satisfactoria. En esta casa estamos muy contentos con sus notas. Le animamos a que siga esforzándose con esmero y no baje la guardia.
El otro día, de hecho, decidió el partidazo entre el Girona y el Atlético de Madrid en el último minuto, con un golazo de bandera. No lo cuento para que alguien me dé la razón. No la necesito porque ya la tengo. Tampoco lo cuento para que me vuelvan a invitar a Bilbao. Solo quiero apuntar que yo podría haber cambiado la historia del fútbol. Porque si alguna de aquellas personas que aguantó mi atinada (aunque pesada) visión sobre el talento adolescente de Iván Martín me hubiera hecho caso, y el Athletic de Bilbao lo hubiera fichado hace tiempo, quizá ahora se estarían tambaleando los cimientos del City Football Group, del Girona y de todo el fútbol europeo.
Pero no me suelen hacer caso, y menos por las noches. Por lo que sea.
La gran historia
Todo esto, además, me hace pensar en dos temas. Uno: cuánta sabiduría he perdido por esquivar por norma a los borrachos que se me acercan. Y dos: cuántas pequeñas historias algo casuales determinan después la gran historia. La historia oficialmente verdadera. De lo que sea.
Para que la gente me haga caso tengo que aprender a hablar con las gafas en la mano. Aunque, en realidad, que no me hicieran caso un puñado de semidesconocidos en una noche cualquiera en una ciudad ajena tiene bastante lógica, si se piensa. El problema es que mi falta de credibilidad alcanza otras esferas. Del trabajo ni hablamos. Respecto a mis hijos, al menos, manejo un consuelo.
Escuché al presidente del Castellón y apostador profesional, Haralabos Voulgaris, contar en un podcast lo que aprendió viendo apostar a su padre. Básicamente, aprendió lo que no tenía que hacer. Vi la luz: justo esa puede ser mi manera. Justo así (ni siquiera los llevamos a nacer a Bilbao) puedo ser de utilidad para mi descendencia. Ser el ejemplo de lo que no hay que hacer. Quizá funcione, por lo que sea.
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