Opinión | ANÁLISIS

Al concejal de turno

No estaría mal que los concejales o los alcaldes, ahora que está tan de moda eso de codearse con el pueblo para sacarlo luego en redes sociales, se acercaran a los más pequeños y les preguntasen cómo les gustaría que les anunciaran que el señor del Polo Norte o los señores de Oriente van a pasar por su calle.

Cabalgata de Reyes de Madrid

Cabalgata de Reyes de Madrid

Cuando era pequeña, y de eso hace ya rato, odiaba el momento en que pasaban por el pueblo, a media mañana, los Reyes Magos o Papá Noel montados en un coche. ¿Por qué? Porque lo que anunciaba la llegada del señor de Laponia o de sus majestades eran las sirenas de la policía. Todos hemos asociado por condicionamiento clásico, como si fuéramos el perro de Pavlov, que el sonido de la policía trae consigo peligro.

Cuando vamos por la calle y escuchamos las sirenas es raro que no nos paremos a mirar a todos lados para detectar la amenaza y ponernos a salvo. Por tanto, si escuchamos el sonido de la policía estaremos hipervigilantes, preparados para huir. Alguien, algún concejal de turno, tuvo en su día la brillante idea de mezclar un estímulo negativo: las sirenas de la policía; con un estímulo positivo: la presencia de Papá Noel o de los Reyes Magos. ¿Con qué fin?, me pregunto. ¿Es necesario desestabilizar a los niños de esa forma? ¿Se precisa activarles el sistema nervioso a modo peligro para luego darles una recompensa positiva? ¿Cómo recalcula el cuerpo el chute de cortisol y de adrenalina?

Me ha pasado que en alguna ocasión he visto a niños –con los que empatizo muchísimo– taparse los oídos al escuchar las sirenas y luego ver pasar en el coche a Papá Noel o a Melchor y colegas a moco tendido, y ya les digo que no es de la emoción sino porque su sistema nervioso simpático se ha activado y no es tan fácil volver al sistema nervioso parasimpático. Les explico, grosso modo: el sistema nervioso simpático (que es de todo menos eso) se encarga de la acción y del movimiento, es el que predomina durante el día. Cuando se activa por una sensación de peligro se acelera el corazón, aumenta la presión arterial, la sudoración y se dilatan las pupilas. Mientras que el sistema nervioso parasimpático es el de la regulación y de la calma. Desacelera el corazón, aumenta los jugos gástricos y relaja los músculos. Pero cuando el sistema nervioso se activa en exceso y empieza a disparar adrenalina (estrés) también altera el otro polo, en este caso, el sistema nervioso parasimpático, lo que afecta al reposo y a la digestión. Sí, todo eso pasa en el cuerpito de los niños mientras les avisan de que viene, detrás del susto, la magia.

Una vez le pregunté a un concejal del Ayuntamiento de Telde por qué anunciaba la llegada de algo bonito de una forma tan fea. Su respuesta me dejó helada: «Porque la gente se asoma a la ventana si cree que está pasando algo malo, y para que les dé tiempo de verlos pasar usamos las sirenas de la policía». Hay que joderse. Pensé en los niños con TEA (trastorno del espectro autista) o en los niños hipersensibles o en aquellos a los que les asusta ese tipo de sonidos y me entristecí. Quizá es hora de reeducarnos, ¿no? De aprender que en fechas como el veinticuatro de diciembre o el cinco de enero no necesitamos a la policía para asomarnos a la ventana. Que si pasa un coche con villancicos y un altavoz que nos avisa de que Papá Noel o los Reyes Magos están llegando es suficiente para asomar el hocico con una sonrisa en la cara y no llorando. Quizá es hora de respetar nuestro sistema nervioso, de ponernos a salvo. De dejar de vivir en la hiperactivación como si eso fuera lo normal. No sé, pero convendría darle una vuelta a este asunto.

No estaría mal que los concejales o los alcaldes, ahora que está tan de moda eso de codearse con el pueblo para sacarlo luego en redes sociales, se acercaran a los más pequeños y les preguntasen cómo les gustaría que les anunciaran que el señor del Polo Norte o los señores de Oriente van a pasar por su calle. Nadie mejor que ellos para decirles lo que necesitan para ser felices. Atentamente, una adulta a la que tampoco le gusta cómo se siguen haciendo las cosas. Gracias.