Opinión | DÉCIMA AVENIDA
Harto del 'Tranquilo, que no hace nada'
No tengo perro. No formo parte, por tanto, del amplio grupo de barceloneses que están enfadados por la normativa que prohíbe y multa llevar los perros sueltos sin correa y establece zonas francas con horarios regulados para los canes sin ataduras. En las conversaciones en parques, las burbujas de las redes sociales y los espacios de opinión de los diarios abundan los lamentos de los propietarios de perros por lo que consideran una tortura hacia sus mascotas, una criminalización (sic) de los animales. Se habla de opresión y represión de los no animalistas y de incomprensión, animadversión y hasta odio contra los perros.
Gemma Martínez, directora adjunta de EL PERIÓDICO y propietaria de Pipo (“un chucho callejero, con una oreja subida y otra siempre bajada, pero con unos ojos gigantes y ultraexpresivos”), aplaudía en este diario la medida e identificaba el problema: no son los perros, sino según qué propietarios, esos que forman parte del Club del «Tranquilo, que no hace nada», en precisas palabras de Martínez.
Yo me sitúo siempre en la acera opuesta de este club. Cuando corro o paseo por la playa, y perros sin atar se abalanzan sobre mí, rompiendo mi ritmo y asustándome, doy por hecho que el animal no me hará nada, faltaría más, pero no por ello es aceptable. No me gusta que un perro salte hacia mí, que se enrede entre mis piernas, que olisquee mis tobillos en el metro ni que me ladre y me muestre sus fauces a poca distancia. Me disgusta y me incomoda, por mucho que entiendo que si lo conoces es adorable, que le encanta que le rasquen la barriga, que hace mucha compañía, que es más leal que muchos humanos y que te mira con más comprensión que la mayoría de las personas. Yo no voy asustando ni gritando a los demás por el paseo marítimo, no entiendo por qué debo aceptar que me ladren y me asusten a mí, y que encima me digan: «Tranquilo, que no hace nada». Histérico, exagerado, anti-perros, les falta añadir.
El espacio público es un bien escaso y preciado. Por tanto, debe regularse. Es un clásico, que el problema no son los perros sino los dueños. Por este motivo, las multas por malas conductas recaen en los dueños. Tranquilo, que si cumples las normas de convivencia, no pasa nada.
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