Opinión | LA RÚBRICA

'Filalogía'

Los que hacen fila y los que están en la cola se parecen, pero se comportan de diferente manera

Largas colas a las puertas de la administración de lotería "Doña Manolita" en la Calle del Carmen en Madrid.

Largas colas a las puertas de la administración de lotería "Doña Manolita" en la Calle del Carmen en Madrid. / EFE/ Aitor Martín

Las esperas inciertas son las más largas. Aunque si son breves, utilizamos el chicle de la ansiedad para estirarlas. La esperanza permite una espera optimista. Pero la tardanza convierte la dilación en angustia de mal agüero. En la sociedad de la inmediatez no hay tiempo para que llegue nuestro turno, por lo que siempre llegamos tarde. Un niño deja de serlo cuando está domado para la espera. De adultos, no soportamos la paciencia y envejecemos cruzando semáforos con la prisa de un bebé en busca del pecho materno. La duda de Hamlet no es tanto una cuestión de ser o no ser, sino de aguardar o desesperar.

La espera cotiza en la bolsa de la serenidad. Nos piden momentos, pero queremos instantes. Devaluamos el tiempo a nuestro interés en un plazo variable con esquivez. Y ante la tardanza, somos constantes y sonantes con altivez. Llegamos antes de hora y nos despedimos demasiado pronto. Añoramos la perpetua juventud, pero nos aterra la eterna finitud. Es lógico. Si no esperábamos nacer ¿cómo vamos a esperar morir?

La melancolía más profunda pertenece a quienes esperan tan solos que ni siquiera les acompaña la soledad. No me digan que no me está quedando navideño el artículo. A lo que iba, las personas necesitamos compartir la espera y nos solidarizamos en grupos de autoayuda ordenada. Las aglomeraciones nos engullen de forma pasiva, pero nos cuesta evitar la atracción de sumarnos a una hilera de personas.

La filalogía clasifica a los humanos en dos especies: los que hacen fila y los que están en la cola. Técnicamente hablamos de filoformes y coloformes. Se parecen, sin ser iguales, pero se comportan de diferente manera. La fila se hace, pero en la cola se pace. El avance más o menos lento de la primera, contrasta con la sensación de retroceso en la segunda. Si estamos enfadados mandamos a los demás a la cola. Pero enfilamos a quienes nos sacan de quicio.

Toda organización tiene sus reglas, pero detestamos aguardar. Decía Calderón de la Barca que «afortunado es el hombre que tiene tiempo de esperar». Si se quejaba en el siglo XVII de que la vida era un frenesí, no sé qué opinaría del ritmo actual. Hoy muchas personas sufren de macrofobia. No hablo de la repulsa que algunos franceses tienen a su presidente. Me refiero a la aversión patológica a las esperas que padecen ciertos individuos. Otros prefieren negociar su turno. Filas y colas tienen su propia moneda de cambio: la vez. Fue la primera divisa virtual, respetada sin que estampara la dura cara de ningún emérito.

La reventa mercantiliza la vez con la inflación del precio de espera. Ahora sustituyen un compromiso de honor verbal por un turno tecnocrático que escupe una máquina. La vez dada nunca se quitaba. Aunque en el mercado siempre tengo la tentación de hacer el chiste si alguien pregunta ¿quién es el último? Usted, que acaba de llegar. Evidente.

Una cola se convierte en fila cuando tenemos más gente esperando por detrás que la que nos antecede hasta el objetivo. Es una ley infalible que decide si abandonamos o no la línea de espera. Hay bandoleros que asaltan filas y no guardan cola. Nos sabe mal, pero lo toleramos bien. Experimentos realizados con «colones» demuestran que nos resignamos si una persona pisotea con descaro nuestra plaza en la fila. Pero si los abusones son dos o más, nos rebelamos ante la injusticia.

Estos días de ansiedad festiva nos llevan de calle, vivos y coleando. Fila que vemos, cola que hacemos. Ya sean los décimos de doña Manolita, las lucifiérnagas que iluminan con adornos satánicos el solsticio de invierno o las compras compulsivas de deseos que no necesitamos, el caso es que todo nos fuerza a seguir la corriente, aunque no tengamos voltaje en las baterías de espera.

En política es habitual que quienes comparten el camino hacia la misma ventanilla del poder, se guarden el sitio de espera. La ultraderecha hace fila para colgar de los pies a Pedro Sánchez y Feijóo respalda la censura de su socio para eliminar el festival Periferias en Huesca. En realidad su enemigo no es la ideología progresista sino la cultura. El PP y Vox se dan la vez, tan a la vez, que compran lo mismo. Cada día es más difícil saber si los populares son la marca blanca de sus fundadores o blanquean a los fascistas en los gobiernos que comparten con derecho a cocina para sus ultra procesados.

Espero la llegada de las campanadas y les doy la vez para volver a leernos en enero. Ahora que terminamos la fila del anuario, nos damos cuenta de que son los años los que traen cola.