Opinión | LA RÚBRICA

‘Colín Tellado’

Somos prisioneros de una partitura que emana de nuestro interior y que nos arrastra por el exterior

Música en Vena transforma las UVIS pediátricas en un mundo de fantasía

Música en Vena transforma las UVIS pediátricas en un mundo de fantasía

La música es el único arte que los humanos utilizamos para torturar a nuestros semejantes. Desquiciamos a los decibelios, elevando su volumen, para alterar el sueño, el descanso o la capacidad de concentración. Hablamos de la crueldad que supone transformar una melodía en un suplicio con acordes. Esta perversión de la riqueza sonora contrapone la maldad irracional a la belleza artística. Conocemos la brutalidad acústica, tanto en su forma como en contenido, con la que se atormenta y veja a detenidos para socavar su resistencia. Hace años se difundió el repertorio con el que la CIA mortificaba a los prisioneros en Guantánamo. Christina Aguilera, Metállica y la banda sonora de Barrio Sésamo protagonizaron la forzada escucha de estas canciones de destrucción masiva cerebral.

En la vida diaria sufrimos pequeñas pero reiteradas obsesiones con los soniquetes que nos asaltan de forma repetitiva. Tarareamos estribillos invasivos adheridos a nuestra cabeza. Cantamos sin mover los labios y nos contoneamos como bailarines livianos. El ritmo de la música se erige en nuestro director de orquesta conductual. No hay salida ni escape. Somos prisioneros de una partitura que emana de nuestro interior y que nos arrastra por el exterior. Es una experiencia habitual que aparece sin sentido y nos abandona sin despedirse. En psicología denominamos imágenes musicales involuntarias (IMIN), a dichos sonsonetes pegadizos. En términos patológicos podríamos hablar de un síndrome de canción atascada o, de forma más burda, de gusanos auditivos.

No debemos confundir estos abordajes sonoros, con la misofonía. Este problema, que afecta a una de cada cinco personas, hace que quienes lo padecen no soporten «ruiditos» de quienes les rodean. El tamborileo de los dedos sobre una mesa, comer pipas, masticar, sorber o poner y quitar repetidamente la tapa de un boli, generan una ansiedad terrible a los que sufren esta hipersensibilidad. Su causa no es el volumen, apenas perceptible, sino el trastorno neuropsicofisiológico que provoca una alteración anormal frente a gestos y sonidos muy concretos. Así que no se sienta culpable si desea asesinar a sus vecinos de butaca en el cine, que crujen palomitas, mientras intenta disfrutar de la película de Ingmar Bergman Fresas salvajes (1957). No es por dar ideas, pero sería un eximente que cualquier juez cinéfilo comprendería.

La repetición de sonidos tiene efectos hipnóticos. Las religiones usan rezos y plegarias para provocar aparentes estados de trance. Aprovechan la modificación del nivel de consciencia para justificar una supuesta conexión espiritual. El rosario católico, el misbaha musulmán o los mantras budistas, comparten el mismo objetivo de sedación que las nanas para adormecer bebés. El amuermamiento inducido, o el ensimismamiento abducido, nos transforma en seres poseídos. La analítica cerebral de los místicos es similar a la de cualquier humano tras ingerir drogas, sufrir una prolongada carencia de sueño que provoca alucinaciones o padecer un trastorno mental con neurotransmisores desajustados.

Ahora que nos asaltan, altavoz en oído, con villancicos en bucle al entrar en cada comercio, se debe valorar el riesgo que entraña la obligada escucha de estas coplas. Los más afectados son quienes trabajan, horas y horas, bajo la machacona gota malaya sónica de estos rituales de amodorramiento. La prevención de riesgos laborales de las empresas debería velar por la integridad psicológica de los empleados que sufren el bombardeo de estas canciones navideñas. Los clientes sucumben atolondrados a las compras compulsivas, previa anestesia musical. Pero los currantes, al llegar a casa, no pueden huir del virus inoculado que ha tomado como rehén a su razonamiento, impidiendo salir de su cabeza al tonillo de estas fechas.

Y cuando te rindes a esa metralla auditiva, llegan los asilvestrados niños de San Ildefonso para rematarnos guturalmente.

Se inaugura la legislatura, rey mediante, pero las derechas sólo escuchan los acúfenos internos que niegan la legitimidad del gobierno. El nuevo portavoz parlamentario del PP será Tellado. De talante agresivo e intolerante, sigue el diapasón del tono ultraconservador. Su carrera política ha sido una novela romántica con sus picos entrelazados a Feijóo. Por eso sus compañeros le llaman Colín Tellado. Socorro (Corín) escribía de amor y al socorrido Miguel le va más la sadoposición. Por cierto, Ayuso ya sabe cómo termina el cuento: colorín, colorado, este gallego está acabado.