Opinión | LA RÚBRICA

‘Fachadelirium Tremens’

Recordar las juergas, olvidando sus consecuencias, es el anhelo de los irresponsables

Los reyes Felipe y Letizia junto a la princesa de Asturias Leonor, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta del Congreso, Francina Armengol.

Los reyes Felipe y Letizia junto a la princesa de Asturias Leonor, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta del Congreso, Francina Armengol. / EFE/Mariscal

La maldad y la locura son los dos insultos preferidos para atacar a los demás. Describimos a las personas como malévolas porque comprendemos que lo sean. En cambio, atribuimos carencia de cordura a quienes nos resultan malignos, aunque no sepamos explicar por qué lo son. Una vez escupidos los improperios que supuestamente alivian la tensión interior, viene el bajonazo que alimenta la frustración.

Hablamos de resaca para justificar la piltrafa personal resultante del excesivo consumo de alcohol. Hay una delgada línea que separa a una persona resacosa de un sujeto resascoso. El destrozo cerebral de una borrachera no está vinculado a las neuronas que mueren tras cada copa, sino a las conexiones destruidas entre dichas células tras el consumo etílico. La buena conservación de los cadáveres de beodos crónicos nos ha permitido comprobar que la demencia y pérdida de memoria de los ebrios irredentos se deben a la ruptura de relaciones entre los axones y dendritas en las conexiones nerviosas, y no tanto al ahogamiento neuronal en líquidos espirituosos de garrafón.

Recordar las juergas, olvidando sus consecuencias, es el anhelo de los irresponsables. Aunque al final nos avergonzamos de las jaranas porque los rescoldos son imborrables. Las resacas están repletas de fiascos de todo tipo. No digamos las que se avecinan en próximas fechas. Hay una tribu de individuos que llevan esperando desde el año pasado para su gran noche. Son una especie temible y temida por sus compañeros de trabajo. El cóctel de falsas expectativas es un arma de frustración masiva. De hecho, la peor mezcla no es un consumo variado de diversos tipos de alpiste. El cubata de hangxiety, un combinado que une resaca (hangover) y ansiedad (anxiety), suele ser un desayuno indigesto tras una mala farra.

La humanidad suspira por encontrar los tres grandes griales de la vida: la eterna juventud, el elixir de la irrefrenable atracción sexual y el antídoto para la resaca. La ciencia ha avanzado menos que nuestras ensoñaciones. Lo que no ha impedido el éxito de potingues repletos de supercherías en el mercado de las creencias.

En mi profesión hablamos de resaca emocional para describir el estado de agotamiento psicológico que surge tras un acontecimiento en el que nos hemos implicado en exceso psicológicamente. Puede ser un episodio muy reconfortante o extremadamente desagradable. El desencadenante del descontrol no es el consumo de etanol en una celebración dipsomaníaca, sino que está en nuestro interior.

Los neurotransmisores cerebrales y las hormonas son los causantes del hundimiento. No es un trastorno patológico en sí mismo, aunque la psicoterapia puede llegar a ser necesaria. Saber ganar y perder es importante. Pero una personalidad fuerte debe ser capaz de controlar el camino del ascenso y dirigir la senda de bajada. Sólo así nos evitaremos un «resacón» en las venas.

Tras la formación del nuevo gobierno las derechas despiertan en la realidad de su minoría tras la pesadilla de su victoria. Querían levantarse de golpe. Pero sólo les han seguido los que reivindican la dictadura fascista y un grupo de militares jubilados de una democracia a la que nunca cotizaron.

La resaca emocional provoca los primeros síntomas de «fachadelirium tremens». La abstinencia de poder provoca temblores políticos, pérdida de memoria democrática y delirios de grandeza electoral. Feijóo es un cómico del quiero y no puedo, aunque no entiende las carcajadas que provoca. Intentó un alunizaje contra el escaparate de La Moncloa, pero le ha salido un «alucinaje» diagnóstico al presidente del gobierno. A su equipo de análisis psicológico se suma el magistrado Ruiz de Lara que define a Pedro Sánchez como «psicópata sin límites éticos». Este juez tan mercantil, con delirio de Torquemada popular, ha conseguido diferenciar los buenos psicópatas, que se limitan a cometer delitos de todo tipo sin que les remuerda la conciencia, de los peligrosos de verdad que debemos ser los progresistas. La salud mental es algo muy serio como para que forme parte de la artillería del insulto político. Puede que el líder del PP, con estos dislates tan medidos, busque sintonizar con los nuevos telepredicadores de la autoayuda mental que proliferan en las redes sociales.

Si los que protagonizan El resplandor (Kubrick,1980) político más terrorífico utilizan la psicopatía como insulto, es lógico que se manifiesten fantasmagóricamente, juntos en Ferraz, Feijóo y Abascal de la mano ataviados como las gemelas Grady.