Opinión | OPINIÓN
Feliz 'Navidansiedad'
Entre gestión y gestión, iremos superando etapas de esta yincana. No vivimos tantos años y me niego, a pesar de todo, a no celebrarlos, aunque crea que quizás podríamos bajar el ritmo
Me gustaría empezar esta columna con una confesión dura, de esas que cuesta poner bajo el foco público: anoche olvidé ponerle mandarinas al Tió. Lo siento, tronco. En mi descargo, la manualidad para el 'amic invisible' del hijo mayor fue completada con éxito, los WhatsApp para Papa Noel enviados, las cartas postales (son más tradicionales) para los Reyes selladas con lacre, el chocolate del calendario de adviento sustraído y las luces del árbol fueron convenientemente encendidas.
No en vano se habla de 'navidansiedad'. Cuando todo esto acabe, el día 6 tras la apertura de regalos, el comedor parecerá un vertedero de Sâo Paulo y a todos nosotros nos invadirá una versión metafórica de eso que Kingsley Amis llamaba resaca física (en nuestro caso, por la ingesta masiva de comida y bebibles) pero también metafísica (por la cantidad de residuos que habremos generado en este mes de delirio). El sincretismo en estas fechas, el ir añadiendo todas las tradiciones posibles (en el colegio hay incluso niños de familia italiana que empiezan antes, con Santa Lucía), han, por así decirlo, alimentado la gran bola consumista de nieve.
Escribo esto con el primer paso dado: una cabeza de dragón verde fabricada con huevera pintada de témpera verde y lengua brillante de goma EVA con purpurina roja, además de un collar casero y un dibujo de dinosaurio. El 'amic invisible' navideño e infantil es probablemente la única tradición sostenible, porque se plantea que tiene que ser un regalo 'Do It Yourself', artesano, hecho en casa. La siguiente, sin embargo, se ha convertido en una especie de tradición de regalo 'pongo': ¿qué cagaba el Tió antes de la proliferación de los bazares chinos? Papá Noel, que en mi infancia aún era tímido, ahora entrega regalos que quieren competir con los monarcas mágicos, que siguen en el trono.
Para que todo esto funcione, se encienden las luces antes: porque del mismo modo que las gallinas ponen con luz, nosotros también compramos más. Durante este mes, las luces navideñas se encienden durante 200 horas y una ciudad como Vigo invierte 2,7 millones de euros. Duplicamos la compra de comida y, de toda ella, desperdiciamos un tercio. Las toneladas de CO2 que regalamos a los cielos y ofrendamos al Altísimo se han disparado: es tiempo de visitas a los familiares en coche privado, pero, aún más, las empresas de paquetería urgente requieren todavía más gasto energético.
No les habla un 'Grinch' navideño, sino más bien alguien que se suma con brío idiota y entusiasta (aunque autoconsciente) a la inercia de estas fechas. Pero las cifras son una bestialidad y uno se pregunta si tendría que reprender a los renos mágicos de Papá Noel como los neofascistas lo hacen con el Falcon del presidente. Los hijos de personas que nacieron en otro lugar amontonaremos tradiciones y lo celebraremos todo: tió, nochebuena, Navidad, Sant Esteve, Nochevieja, Reyes y eso sin contar extras de cenas de empresa o de lotería (no he jugado, pero eso da igual).
Entre gestión y gestión, con una leve ansiedad que es familiar pero también, sin ponerme estupendo, ecológica, iremos superando etapas de esta yincana. No vivimos tantos años y me niego, a pesar de todo, a no celebrarlos, aunque crea que quizás podríamos bajar el ritmo. “Tú tranquilo, vivirás al menos 500 años antes de que tu plástico se degrade”, le digo al Árbol de Navidad de mi comedor, que brilla ajeno a mis dudas.
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