Opinión | LA ESPIRAL DE LA LIBRETA

La sequía y la sed insaciable de las tecnológicas

La batalla por dominar la inteligencia artificial dispara el consumo de agua

El chatbot con inteligencia artificial de OpenAI, ChatGPT, ahora puede "ver, oír y hablar"

El chatbot con inteligencia artificial de OpenAI, ChatGPT, ahora puede "ver, oír y hablar"

No llueve. No llueve. No llueve. No hay forma de que llueva ni aun invocando a la Moreneta. En Barcelona, cada vez que amaga la tormenta, las nubes acaban soltando un sirimiri desganado, apenas cuatro gotas que embarran el coche y arruinan la colada. Pis de gato. Hasta los plátanos, tan característicos de la ciudad, llevan meses desnudos, pelados cual mondadientes, desprovistos de su uniforme con manchas de camuflaje por culpa de la persistente sequía. La situación abruma. Tanto que se están haciendo obras de acondicionamiento en el puerto para que puedan atracar dos barcos cisterna al día, en el caso de que persista la exigüidad de precipitaciones de aquí a la próxima primavera. A la urbanita bucólica que llevo dentro le angustia la visión de la tierra agostada, de los lechos cuarteados de los ríos.

Avanza la sequía en los campos y en las cabezas, escasas de ideas y cada vez más dependientes de internet. No deja de ser un sarcasmo que llamemos «nube» —o sea, una masa de vapor de agua suspendida en la atmósfera— a ese almacén imaginario de datos con que funciona la red de redes, pues las grandes tecnológicas (Google, Amazon, Apple, Meta, Microsoft) chupan agua a raudales (alrededor del 2% del consumo mundial). La nube cibernética no es un ente etéreo, sino un eufemismo para designar a los millones de potentes ordenadores que trabajan día y noche en centros de datos cuyo funcionamiento necesita refrigeración continua para evitar el sobrecalentamiento. Buena parte del agua empleada en refrescar las máquinas se evapora.

El entreno del algoritmo

Encima, el desarrollo de los modelos de inteligencia artificial (IA) y la lucha a muerte por afianzarse en el mercado han disparado la huella hídrica. Los ordenadores echan humo haciendo cálculos cada vez más complejos; hay que mostrarle al algoritmo millones de ejemplos para que aprenda a construir patrones. Dicen que el Chat GPT se pule un botellín de medio litro en una charla tonta. El ‘monstruo’ bebe cada vez que consultamos en el móvil cómo llegar de equis a zeta. En 2022, solo Google aumentó el 20% el consumo de agua, para enfriar sus servidores, respecto del año anterior. Los ecologistas están que trinan con la construcción de un centro de datos de Meta en Talavera de la Reina, en la plenitud seca de La Mancha (600 millones de litros de agua potable al año).

No se trata de anatemizar a las ‘Big Tech’. Es probable que la IA ayude en un futuro próximo a encontrar vetas de agua subterráneas, a regular el riego, a mejorar la producción agrícola y detectar plagas, pero para cuando eso llegue tal vez no quede aquí ni el gato; el del pis. Resulta dificilísimo navegar el mar del siglo y sus contradicciones, como el hecho de que la cumbre del clima se celebre en Dubái, la capital del petróleo.