Opinión | VENGA, CIRCULE

Desde el río

Ya no sé mucho, quizá no sepa nada. Ojalá no supiera nada

Desde el río

Desde el río

Si hoy podemos percibir a través de nuestros sentidos la magia de una carcajada sin preocupaciones que vibra en el pecho de quien la emite y el temblor suave del cuerpo que se contrae de puro regocijo, qué afortunados somos. Si el aire huele a café por las mañanas, si untamos mantequilla o mermelada o cualquier algo de nuestra elección en el pan que comemos sin prestar atención al mecánico proceso, si nos metemos un bollo en la boca a toda prisa al salir de casa, si damos un trago a un zumo de naranja o de melocotón o de pera y piña y dejamos en el fregadero nuestro vaso antes de cerrar la puerta tras nosotros, ¿acaso no tuvimos suerte en la vida? Si aún prende la luz cuando pulsamos el interruptor y corre el agua cuando giramos el grifo

Si todavía recordamos el desgarro en nuestro pecho de un amor que no llegó a nada y aun así nos atrevemos a querer de nuevo y sentimos la garganta cerrada y unas lágrimas en nuestro rostro al presenciar una injusticia… no somos conscientes de la suerte que tenemos. Queda en nosotros una humanidad imbatible en un mundo decidido a considerar la empatía y la ternura debilidades en vez de fortalezas.

Si la brisa del mar nos levanta el pelo y todavía oímos a los niños jugar en el patio cuando pasamos al lado de un colegio, si podemos escoger con qué llenamos nuestra cesta del supermercado y observamos con el ceño fruncido una pila de libros pendientes que no para de agrandarse en nuestra mesilla de noche, ah, qué suerte. Si no tememos la verdad, si nuestras facturas no se pagan con la opresión del prójimo, si nuestros trabajos no consisten en llenar de ponzoña los corazones de quienes nos escuchan, si llegamos a preguntarnos a nosotros mismos si estamos locos por no comprender ni simpatizar con la barbarie… En fin, ya saben. Es maravillosa, nuestra fortuna.

Somos afortunados si jamás nos tocó correr a lo largo de una calle presas de una desesperación loca y animal al ver nuestras casas derrumbarse, muy, muy afortunados si nunca nos ha tocado rebuscar entre los escombros de nuestro edificio los cuerpos sin vida de nuestros familiares. Si nunca temimos a nuestros vecinos, si nuestros seres queridos están sanos y salvos a una llamada o un mensaje de distancia, no somos conscientes, no tenemos ni idea de nuestra buena estrella. Si el techo sobre nuestras cabezas jamás tembló y no sabemos cómo suena un bombardeo, si no tuvimos que demostrar nuestra humanidad ante un mundo impasible documentando nuestras pérdidas con los móviles alzados en medio del duelo, un duelo que no comienza, un duelo que no cesa, ¿no somos afortunados? Extiendo los dedos de las manos y cuento mis bendiciones. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis.

Si en los supermercados sigue habiendo comida, si no tememos la llegada de la lluvia ni del invierno, si no hemos tenido que dejar atrás nuestras vidas, nuestros trabajos y nuestros barrios con lo puesto para huir en la noche, lo digo con el corazón apretujado: somos afortunados. Si no nos desaparecieron a nuestros hermanos o nuestros sobrinos por el crimen de tirar una piedra contra un tanque o darle like a un post en Instagram, si no se nos pasa por la cabeza que podamos recibir una llamada de teléfono en la que se nos avise de que en los próximos cinco minutos el lugar en el que nacimos y crecimos va a volar por los aires ante la indiferencia de miles de millones de personas… qué suerte hemos tenido.

No cierro las manos, sigo contando: siete, ocho, nueve, diez. Si podemos decidir no saber más de este sufrimiento, apartar el móvil y no encender la televisión, si no nos cuesta nada mantenernos al margen, callarnos la boca, bajar la cabeza, encogernos de hombros, decir: ah, no sé, es un tema complicado, me falta información, no puedo opinar… Desde luego, qué afortunados somos. Podría escribir sobre cualquier cosa en vez de esto, una película, un libro, el Black Friday, un ratón que vi cruzar a la carrera una acera cerca del museo del Prado, la luz suave del otoño a mi espalda, la caída en bolsa de Starbucks y McDonald´s, esa es mi suerte. Qué sé yo, ya no sé mucho, quizá no sepa nada. Ojalá no supiera nada.

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