Opinión | VENGA, CIRCULE

Cuestión de fe

Todavía hay por allí individuos que repiten sin cesar que el trabajo duro dignifica y que los mercados se regulan solos

Cuestión de fe

Cuestión de fe

Qué oscuro es el mundo decimos y acto seguido nos vamos matando poco a poco para subir de dos en dos los peldaños de una escalera a saber dónde nos lleva, a toda prisa y sin pausa. Parar es para los vagos y los débiles. ¿Lo importante es el camino? Lo importante es avanzar, un pie tras el otro, zancada a zancada. No girarse bajo ningún concepto y engullir trozos de tiempo o dejar que nos engullan, comienzo a dudar. La Historia se repite tarde o temprano. No paro de oírlo estos días en bocas grandes, pequeñas, abiertas, semicerradas. El mundo es oscuro, la Historia se repite, qué quieres que haga, qué quieres que hagamos, yo solo soy una persona. Dame un toque cuando llegues a casa. Avísame cuando llegues a casa. Me quedaré despierta hasta que llegues a casa. Surca el cielo en ocasiones un rayo de luz poderosa, otras veces suave, que nos consuela. Apuntamos con el dedo, decimos Mereció la pena y nuestros pechos suben y bajan. Tomamos aire de nuevo. No me creo a nadie que se defina como optimista con el vaso medio lleno volcado y los cristales rotos aquí y allá esparcidos por el piso, no. Alguien tendrá que barrer eso y pasar una mopa. A mí no me gusta barrer ni me gusta fregar, pero tampoco me siento cómoda con la idea de pagarle a nadie para que lo haga por mí, así que termino haciéndolo yo, qué remedio.

He comenzado a cuestionar a las amigas que hablan de «la chica que limpia» sus casas una o dos veces por semana. ¿La tendrán dada de alta en la seguridad social, le pagarán un precio justo por cada hora que pasa en sus casas? Todo aquello que desconozco no puede herirme, por lo que no pregunto. Solo trago saliva. Barro, aspiro, cambio y sacudo lo que hay que sacudir. Lavo la ropa y tiendo la ropa y recojo la ropa y doblo la ropa y guardo esa ropa en su sitio de nuevo. Es agotador, cuarenta horas de darle a la tecla fuera de casa para luego seguir haciéndolo tras cruzar el umbral de la puerta y descalzarme, pero ah. Dura lex sed lex. Ensucio los cacharros, los lavo, los guardo. Quizá consista la vida en eso, en ensuciar y limpiar lo ensuciado. Para mí ser optimista tiene más que ver con ofrecer ese vaso medio vacío que tenemos sin miedo a que nos lo tiren al piso y nos dejen sin agua, sin vaso y con la cocina por limpiar.

Se alzan los puños en señal de victoria cuando se anuncia la jornada de treinta y siete horas y media y se repite ante todos «era importante dar ese paso para las personas trabajadoras del sector privado». Callaremos hasta que toque repetir Amén o hasta que por alguna vuelta de la vida ya no formemos parte de esa masa de trabajadores del sector privado. Yo pensé en mí primero, en lo que haría con esas dos horas y media restadas a mi jornada laboral, y luego fantaseé con un día pintado en el horizonte en el que solo tenga que seguir rellenando excels y respondiendo correos durante treinta y dos horas a la semana. Leí a mucha gente en Internet enfadadísima reclamando su derecho a trabajar hasta la extenuación y me pregunté por qué seguimos viendo películas de miedo para asustarnos un poco si ya vivimos rodeados de personas cuya psique supera cualquier film protagonizado por entes diabólicos.

Solo al final me vinieron a la cabeza esas mujeres que dejan de serlo para convertirse en «la chica que limpia en casa» de una nueva burguesía, los oficinistas. Somos buenas personas, tratamos con respeto a quien friega nuestros platos. ¿Se reducirán las jornadas de todas aquellas personas que trabajan en ese monstruo denominado Hostelería? Nadie lo pregunta, todo el mundo quiere su cerveza y su pincho de tortilla a la hora que les dé la gana, sábados y domingos también. Qué oscuro es este mundo, mientras millones morían contagiados por un virus otros solo pensaban en cómo afectaría ese virus a la economía. Audre Lorde hablaba del silencio que no nos protegerá, pero yo ya no creo que callemos para protegernos sino para poder seguir explotando al prójimo con impunidad. Todavía hay por allí individuos que repiten sin cesar que el trabajo duro dignifica y que los mercados se regulan solos. Puestos a creer en lo no visto, prefiero creer en Dios.