Opinión | A VUELAPLUMA

El octavo día de la semana

No quiero ejercer de descreído, pero en días como estos de fiesta mayor en el Congreso me penetra esa idea de que la democracia es jugar con buenos sentimientos

Rally in Madrid against amnesty of Catalan separatist leaders

Rally in Madrid against amnesty of Catalan separatist leaders / SERGIO PEREZ

Manuel Vázquez Montalbán decía que cuando estaba harto de literatura lo que le reconciliaba con los libros era Maigret, el comisario de Simenon, novela negra sin ínfulas ni pretensiones, producida casi en serie y siempre gratificante. Yo busco un poco de paz estos días en Vázquez Montalbán. Mientras la furia brama en las tribunas y las calles, me refugio en la novela publicada del autor muerto hace ahora veinte años. Una rareza. Un caso de esos de arqueología literaria, tan de este mundo en el que prima el rendimiento comercial, el hallazgo de unos papeles olvidados entre los archivos del autor. Una novela inicial que quedó aparcada después de ser rechazada en un premio, quizá porque el escritor consideró después que no tenía valor para ser publicada. Pero el tiempo mueve criterios y encontrarse ahora con un mecanuscrito inédito del creador de Pepe Carvalho, uno de los novelistas que mejor entendió y captó la España de la segunda mitad del siglo XX, es un valor. 

A mí me basta para buscar consuelo en la tormenta. Porque fuera el sol parece decidido a condenarnos al calor eterno, pero siento el rumor de la tormenta. Fuera todo es poder y desorden. Lo que he visto estos días en el Congreso de los Diputados es un espectáculo de poder en busca de poder. Ahora la amnistía del independentismo es la vía hacia la paz colectiva para unos y el paso definitivo hacia el abismo para otros. Ahora los pactos con la extrema derecha son la sacrosanta expresión de la voluntad de las urnas para unos y el camino a la perdición total para otros. No hace tanto, los mismos rechazaban la amnistía y los mismos huían de los pactos con los más radicales de la calle. Intentamos engañarnos creyéndonos hilos argumentales, narraciones políticas que nos calmen y nos hagan seguir andando y creyendo. 

No quiero ejercer de descreído, pero en días como estos de fiesta mayor en el Congreso me penetra esa idea de que la democracia es jugar con buenos sentimientos. 

No quiero estar de vuelta, pero quiero mirar a la realidad a la cara, y solo veo poder.

No quiero ejercer de cínico con el hígado a reventar, pero de estos días me cuesta ver algo más que el mismo camino hacia el desastre y una España aún más rota, con las posiciones de unos y otros aún más encerradas. 

No me oculto. No me gusta una derecha que solo entiende el país desde la superioridad española. Una derecha que señala al otro, que pierde el centro y actúa como si el poder le correspondiera por derecho natural. No me oculto. He defendido los pasos hacia el reencuentro con Cataluña. No rechazo la amnistía si ayuda a encauzar divisiones enquistadas y devolver la partida al terreno de la política. No me oculto. Prefiero intentar la convivencia. Sin embargo, de estos días me llevo el reflujo de haber tomado un trago de más. Oigo a los representantes del independentismo y pienso si en estas condiciones vale la pena transitar algún camino. Cuando ni diálogo, ni reencuentro ni convivencia son palabras buenas, cuando todos los excesos han sido del otro, cuando se asume la propia voz como la de todo un pueblo, aunque en las urnas no seas hoy más que la quinta fuerza. ¿Así vale la pena? ¿Solo por la aritmética electoral que conduce al poder? ¿Solo por miedo general a lo que podría venir?  Yo también tengo miedo, confieso. Me asustan los populistas que no respetan las instituciones, jalean el incendio de las calles y viven del cuánto peor, mejor. Sí, yo también temo, pero no puedo evitar las dudas, demasiadas, como si al cuerpo le sobrara este trago. 

La paradoja es que acabo coincidiendo en la solución con los independentistas, si es que esto es lo que realmente buscan. Llegados a este punto, lo mejor ya es que la gente se pronuncie sobre lo que quiere y aceptar lo que diga. Con normalidad. Ojalá se vote pronto, no en elecciones, sino en referéndum. Llegados a este punto, me parece la mejor manera de poner las cosas en su sitio: bajar a las raíces de la democracia en busca de unos años de paz. Nada más.

En la televisión siguen en la tribuna con sus oraciones parlamentarias. Por suerte, el ruido de la cafetería engulle los discursos. El azucarillo del café de esta mañana es de los de guardar. Como un mensaje del destino. Me gustan estos fogonazos iluminadores del azar. «La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse» (Oscar Wilde). Bingo. Ojalá. Por el bien colectivo. 

En la televisión siguen con sus cosas en el Parlamento. Yo me veo en el Admunsen de los papeles rescatados de Vázquez Montalbán. Uno de tantos seres que cree que en algún momento se bajó del destino, pero sigue caminando hacia algún lugar, aunque los días pasen entre sombras. Uno de tantos que espera el octavo día de la semana.