Opinión

Lo que cuenta Jesús G. Albalat

El periodista de tribunales de este diario ha recibido un galardón que honra una forma de entender la profesión y la vida

Jesús G. Albalat, periodista en El Periódico, recibe el premio al decano de los periodistas

Jesús G. Albalat, periodista en El Periódico, recibe el premio al decano de los periodistas / JORDI COTRINA

Un periodista recibió un premio esta semana que aún no se había inventado, y el auditorio que lo celebró entre largos aplausos y en pie, en el maravilloso Patio de Columnas del Palauet Casades, sede del Colegio de Abogados de Barcelona, se hizo una pregunta. ¿Cómo es posible que no existiera antes un galardón para honrar el buen trabajo periodístico en tribunales? Ha tenido que ser el compañero Jesús G. Albalat, con una tenacidad y rigor singulares en estos tiempos, quien haya roto este techo invisible.

Los méritos profesionales pero sobre todo humanos de Albalat fueron especialmente elogiados estos días por colegas de profesión, jueces, abogados y fiscales de todos los rangos y edades, también algunos políticos, que en la sede colegial de la calle Mallorca no solo compartieron unos metros cuadrados y un buen rato, también una misma complicidad: la que nace del respeto por el servicio a la sociedad, cada cual desde su particular trinchera.

Se diría que los roles que encarnan abogado, juez, fiscal y periodista están llamados a ser tan opuestos que encajarían como protagonistas involuntarios de un chiste de Eugenio, el del «saben aquell que diu» que ahora honra el cine con una película para todas las generaciones: «van un abogado, un juez, un fiscal y un periodista» podría ser un arranque cualquiera del humorista serio, de negro y con gafas oscuras que despliega una historia ordinaria con un tono monótono, con un filo de ironía, que moldea hasta convertir en un chiste. El mejor humor sale de las situaciones absurdas, extremas, es un arma que templa los ánimos y se crece con los contrastes, con malentendidos. Si los chistes de Eugenio fueran lienzos, los habría pintado surrealistas como Remedios Varo, Magritte o Bacon.

Si el abogado se enfrenta al fiscal en estrados, el juez se distancia de las partes para expresar imparcialidad, mientras el periodista quiere poner luz a lo que sucede, interfiriendo en estrategias de defensa o de acusación y metiendo presión a los tribunales. Pero intereses que parecen irreconciliables conviven en armonía cuando se reconoce en el otro el mismo afán por cumplir ante los ciudadanos. Jueces, abogados, fiscales y periodistas formamos parte de un único engranaje, y gracias a que unos desempeñan su función los otros mejoran la suya.

Las anécdotas acumuladas por periodistas en torno a Albalat dan fe de su generosidad profesional, también de la comicidad de tantas ocasiones en que el periodista fue confundido con un portavoz de la Fiscalía o con un juez. Tan surreales como los paseos por los vestíbulos del Palacio de Justicia de Barcelona de un puñado de jubilados apasionados por los juicios que se solían mezclar con testigos, partes procesales y el resto del público ante las salas de vistas, y que sabían más que abogados y periodistas noveles, de tantos juicios orales a los que habían asistido. Sucedió antes de Netflix y del 'boom' de los 'true crime', así que asomarse a las salas de vista era la forma más fácil de acceder a la Justicia que tanto enseña de la condición humana. 

La desafección de la Justicia y el periodismo

Albalat ya era un periodista avezado en aquellos tiempos extraordinarios en los que la desafección de la Justicia y de la labor periodística no había calado tan hondo en la sociedad. Ahora, desde su atalaya del primer periodista de tribunales reconocido con el Premio Icab a la Trayectoria en el Periodismo del Sector Legal, como un Eugenio sobre un taburete en solitario ante su público, Albalat continúa dando ejemplo a nuevas generaciones y a las antiguas que a veces flaquean: el buen periodismo está vivo y así seguirá mientras queden reporteros que abrazan esta vida de extremos con el mejor humor.